“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
A nadie creo que extrañará que me gusta ver amanecer,
es uno de los espectáculos junto con la puesta de sol que mejor nos muestran la
belleza, y que no se valoran en lo que se merecen posiblemente porque son
gratis, hoy los podemos admirar a las 06:53 horas y a las 19:19 horas.
¿Sabemos elogiar esos momentos? ¿Sabemos celebrar
las cosas como deben ser celebradas? Me parece que no. Pretendemos hacerlo,
pero por lo general no sabemos como. Habitualmente
lo celebramos mal.
¿Cómo lo celebramos de habitualmente? Si observamos
a nuestro alrededor, rápidamente, nos daremos cuenta que lo hacemos exagerando
las cosas; realizamos muchas de las cosas que hacemos habitualmente o sea:
bebiendo, comiendo, conversando, cantando y bailando, y llevando todo esto a la
exageración. Para casi todos nosotros, una celebración significa comer
demasiado, beber exageradamente, cantar demasiado alto, contar un chiste a
demasiados, esperando que en algún punto de todo ese exceso encontremos el
secreto de hacer extraordinaria esta ocasión.
La gran mayoría de nosotros tenemos esta rara idea
de que podemos encontrar un gozo especial y un placer empujando las cosas más
allá de sus límites normales. Pero de esta forma solo encontramos un pequeño aunque
precioso placer verdadero.
La mejor forma de disfrutar, es vincular a los
demás en todo lo posible, en sentir que hemos podido trasmitir esas sensaciones
y experimentar esa emoción. Pero eso no sucede en una exageración. Por eso
muchas de las celebraciones son seguidas por una resaca física pero también
emocional. ¿Por qué? ¿Por qué nos resulta tan complicado hacer una auténtica celebración?
Quizás, solo quizás, podemos encontrar la respuesta
en que nosotros no intentamos disfrutar simplemente de las cosas, para tomar
simplemente la vida, el amor y el placer como regalos gratuitos que simplemente
nos han dado. No es que no tengamos esta capacidad para esto. La cuestión está
más en el hecho de que raramente encontramos el auténtico deleite que buscamos en nuestra vida, y esto nos lleva a una falsa celebración, o sea, al exceso.
Confundimos el placer con el deleite, el exceso con
el éxtasis. Y como no podemos gozar simplemente, vamos al exceso, traspasamos nuestros
límites y confiamos que así lo realzaremos.
Y aun así, tenemos que celebrar. Poseemos una
innata necesidad de celebrar, porque ciertos momentos y acontecimientos de
nuestras vidas simplemente lo requieren. Requieren ser rodeados de rituales que
eleven e intensifiquen su significado y requieren ser compartidos con otros de
manera especial y destacada. Lo que dejamos de celebrar dejaremos pronto de
apreciar.
Tenemos una indomable necesidad de celebrar; eso es
bueno. El objeto de la celebración es destacar ciertos acontecimientos y
sentimientos como para compartirlos con otros de manera extraordinaria.
Tenemos mucho que vencer en nuestra lucha por
llegar a una genuina celebración. Aún necesitamos aprender que el elevado
disfrute no se encuentra en el exceso, hasta que aprendamos esa lección, mayormente caminaremos a casa tambaleándonos,
más vacíos, más cansados y más solos que antes de la fiesta. Luchamos por saber
cómo celebrar, pero debemos continuar intentándolo.
Feliz Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario