“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
Empezamos una semana más, hace unas pocas horas que
ha empezado este lunes pero a efectos prácticos solo a partir de las 07:28
horas cuando amanezca podremos empezar a disfrutar de la semana y cuando a las 18:56
comience el crepúsculo, este “maldito” lunes empezará a desaparecer.
Fin de semana intenso, carnavales, carreras y muchas
ocasiones en las que poder disfrutar de buenas tertulias, y en ellas un tema
que parece que no nos abandonara en semanas, las elecciones, y con ellas el
hecho democrático de votar para conseguir unas mayorías. Por mucho que hablemos
no terminaremos de abarcar la esencia de la democracia. Lo discutimos ayer por
la tarde; para la formación de una opinión mayoritaria se requiere que existan determinadas
condiciones sin las que una democracia no puede existir.
Una de esas condiciones es el respeto que tengamos
a las decisiones de la mayoría siempre debe estar unido al respeto que les
demos a las minorías y por supuesto a la libertad de crítica. No se debe
olvidar que la opinión mayoritaria no posee un carácter sagrado sino que es
meramente cuantitativo. Cuando nos encontremos con que una minoría o un grupo o
institución discrepan de una decisión que se ha tomado por mayoría, no están
vulnerando la democracia sino que, todo lo contrario, la ejercen. Esto hay que
tenerlo en cuenta cuando oímos la larga serie de descalificaciones que se hacen
continuamente, de este derecho no debe quedar excluido nadie, o sea ninguno.
Pensad una cosa; si la opinión de la mayoría fuera
siempre la voz de la justicia, o bien nunca debería cambiar o bien la justicia
se identificaría con el capricho de las eventuales mayorías. Me entendéis.
He visto por ahí algunos demócratas a quienes les
pone nerviosos la posibilidad de que una religión o una doctrina filosófica se apoderen
del conocimiento o la posesión de la verdad. Y piensan, es un decir, que esa
pretensión va a arruinar la democracia a manos de un dogmatismo tenebroso.
Pues, yo creo, que pueden serenarse. Ni las leyes lógicas ni las teorías
científicas se oponen a la democracia. Tampoco las verdades reveladas de la
religión o las pretensiones de las doctrinas filosóficas de alcanzar la verdad.
Donde, estoy seguro que no vamos a encontrar la verdad es en los partidos ni en
las votaciones del parlamento, entre otras cosas, porque no es su misión la de
determinar lo verdadero y lo falso.
Cuando las autoridades religiosas pretenden
declarar la verdad de la que son
depositarios, o cuando Platón, Tomás de Aquino o Husserl desean a establecer la
verdad filosófica, ni acatan ni se oponen a la democracia. Sólo quienes aspiran
a imponer por la fuerza a la mayoría (y a la minoría) su propia opinión
vulneran la democracia.
Supongamos que el Parlamento español aprueba una
ley. Tan demócrata es quien está favor como quien está en contra, mientras no
aspiren a imponer su criterio por la fuerza sino mediante la convicción. Tan
antidemócrata es la minoría que, salvo el caso de objeción de conciencia,
incumple la ley y pretende imponer por la fuerza su criterio, como la mayoría
que impide la libertad de crítica y tilda al discrepante de antidemócrata.
Decir lo que se piensa y proclamar lo que uno
estima que es la verdad nunca es contrario a la democracia. Si lo fuera, desde
este mismo momento, proclamaría que dejo de ser demócrata. Por mi parte,
concedo a la mayoría el derecho a gobernar, si bien no de forma absoluta e
incondicionada, más no le concedo el derecho a legislar en el ámbito de la
moral, propio de la conciencia y no de la opinión pública.
Feliz Día.
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