lunes, 4 de marzo de 2019

Lunes 4 de marzo de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton). 
Empezamos una semana más, hace unas pocas horas que ha empezado este lunes pero a efectos prácticos solo a partir de las 07:28 horas cuando amanezca podremos empezar a disfrutar de la semana y cuando a las 18:56 comience el crepúsculo, este “maldito” lunes empezará a desaparecer.
Fin de semana intenso, carnavales, carreras y muchas ocasiones en las que poder disfrutar de buenas tertulias, y en ellas un tema que parece que no nos abandonara en semanas, las elecciones, y con ellas el hecho democrático de votar para conseguir unas mayorías. Por mucho que hablemos no terminaremos de abarcar la esencia de la democracia. Lo discutimos ayer por la tarde; para la formación de una opinión mayoritaria se requiere que existan determinadas condiciones sin las que una democracia no puede existir.
Una de esas condiciones es el respeto que tengamos a las decisiones de la mayoría siempre debe estar unido al respeto que les demos a las minorías y por supuesto a la libertad de crítica. No se debe olvidar que la opinión mayoritaria no posee un carácter sagrado sino que es meramente cuantitativo. Cuando nos encontremos con que una minoría o un grupo o institución discrepan de una decisión que se ha tomado por mayoría, no están vulnerando la democracia sino que, todo lo contrario, la ejercen. Esto hay que tenerlo en cuenta cuando oímos la larga serie de descalificaciones que se hacen continuamente, de este derecho no debe quedar excluido nadie, o sea ninguno.
Pensad una cosa; si la opinión de la mayoría fuera siempre la voz de la justicia, o bien nunca debería cambiar o bien la justicia se identificaría con el capricho de las eventuales mayorías. Me entendéis.
He visto por ahí algunos demócratas a quienes les pone nerviosos la posibilidad de que una religión o una doctrina filosófica se apoderen del conocimiento o la posesión de la verdad. Y piensan, es un decir, que esa pretensión va a arruinar la democracia a manos de un dogmatismo tenebroso. Pues, yo creo, que pueden serenarse. Ni las leyes lógicas ni las teorías científicas se oponen a la democracia. Tampoco las verdades reveladas de la religión o las pretensiones de las doctrinas filosóficas de alcanzar la verdad. Donde, estoy seguro que no vamos a encontrar la verdad es en los partidos ni en las votaciones del parlamento, entre otras cosas, porque no es su misión la de determinar lo verdadero y lo falso.
Cuando las autoridades religiosas pretenden declarar la  verdad de la que son depositarios, o cuando Platón, Tomás de Aquino o Husserl desean a establecer la verdad filosófica, ni acatan ni se oponen a la democracia. Sólo quienes aspiran a imponer por la fuerza a la mayoría (y a la minoría) su propia opinión vulneran la democracia.
Supongamos que el Parlamento español aprueba una ley. Tan demócrata es quien está favor como quien está en contra, mientras no aspiren a imponer su criterio por la fuerza sino mediante la convicción. Tan antidemócrata es la minoría que, salvo el caso de objeción de conciencia, incumple la ley y pretende imponer por la fuerza su criterio, como la mayoría que impide la libertad de crítica y tilda al discrepante de antidemócrata.
Decir lo que se piensa y proclamar lo que uno estima que es la verdad nunca es contrario a la democracia. Si lo fuera, desde este mismo momento, proclamaría que dejo de ser demócrata. Por mi parte, concedo a la mayoría el derecho a gobernar, si bien no de forma absoluta e incondicionada, más no le concedo el derecho a legislar en el ámbito de la moral, propio de la conciencia y no de la opinión pública.

Feliz Día.

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