"Una
cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su
contra." (G. K. Chesterton).
Hoy, en el día en que nos acordamos de san Oswaldo,
y donde hemos asistido a la salida del sol a las 07:09 horas y disfrutaremos y
de su crepúsculo a las 21:03 horas, hoy, vamos a volver a pasar calor.
Estamos en unos días en los que muchos de nosotros
nos encontramos de viaje o acabamos de volver, las vacaciones son una ocasión
más para viajar. Pero no solo se viaja por placer, unos lo hacen por razones de
negocios, otros movidos por la urgente necesidad de salir de la miseria, de la
guerra o de la persecución. La fe también ha movido y mueve a muchas personas hacia
lugares donde lo sagrado esta presente de una manera especial.
Casi nadie ignora que viajar por placer, para
conocer otros lugares, para romper con la rutina diaria y ensanchar la mente y
el corazón, son una forma de terminar con muchos de los prejuicios que podamos
tener sobre otros países y personas.
Los que hemos viajado algunas veces por placer sabemos
que ese ensanchamiento de la mente y del corazón no sucede sin más. Nuestra
actitud al elegir, preparar e iniciar el viaje y la forma con la que nos vamos
a relacionar con esos lugares y sus habitantes van a tener una importancia
crucial para que ese ensanchamiento de nuestra mente y corazón sean verdaderos.
Muchas de las personas que conozco viajan como un acto
consumista más, viajan más para contarlo que para el disfrute y el
enriquecimiento personal. A un lugar se debería viajar para ver, escuchar,
aprender y compartir con sencillez, no para enseñar ni exhibir nuestra forma de
ser ni nuestro modo de vida.
El motivo de un viaje no debería ser tener algo que
contar a nuestros amigos, sino tener algo que contarnos a nosotros mismos, algo
que revivir con tranquilidad y sacar provecho de la experiencia. Se trata de que
esos lugares y esas personas que hemos visto y conocido penetren en nuestro
interior y se conviertan en algo nuestro. Lo importante de un viaje no es
llegar a zonas cada vez más remotas y exóticas, y volver solo con souvenirs. Nos
podemos enriquecer igualmente casi al lado de casa, en esa España vacía, donde
el tiempo se ralentiza y el reloj avanza a un ritmo más pausado y sus gentes
nos pueden mostrar valores, tradiciones y paisajes que son más genuinas con nuestra
forma de ser y de vivir.
Aunque, si lo pensamos bien, hay otra forma de
conseguir los mismos beneficios. El hombre es el único animal que posee la
facultad de viajar mentalmente a lo largo del tiempo. Puede viajar hacia el
pasado, recordar los lugares que visitamos, navegar entre nuestros recuerdos y
encontrar esos remansos de paz que nos den firmeza para afrontar el futuro. El
viaje hacia nuestro interior es también viajar.
Al fin y al cavo, viajar es alcanzar una regeneración
personal y espiritual, o sea buscar la posibilidad de un encuentro con lo más
auténtico y profundo de nosotros mismos, a la vez que un tiempo favorable para
el cultivo espiritual. Ponernos en contacto con la naturaleza, la lectura
reflexiva de un buen libro y la conversación tranquila nos ayudaran con esa terapia
psicológica y espiritual que pueden llegar a ser los viajes.
Feliz Día.
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