"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Otro
fin de semana intenso, disfrutamos ayer de un domingo con mucha actividad y
aprovechamos que la temperatura fue agradable para pasarlo al aire libre.
Hoy
con una salida del sol a las 07:25 horas y que nos acompañará hasta las 20:40,
y en que celebraremos a Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars,
vamos a ver si hacemos lo mismo.
Ayer, me volvió a la cabeza otra el vez el
tema del sufrimiento y del dolor que sufrimos en muchas situaciones en nuestra
vida, y una de las respuestas que encontré, y de la que no estoy del todo convencido,
es que, muchas veces es más importante y urgente combatir el dolor que dedicarse
a hacer teorías y responder porqués.
Hemos gastado más tiempo en
preguntarnos por qué sufrimos que en combatir el sufrimiento. Por eso, hay que
dar las gracias a todos los médicos, enfermeras y a cuantos se dedican a curar
cuerpos o almas, a cuantos luchan por disminuir el dolor en nuestro mundo.
Dicho lo anterior, hay que tener
presente de todas formas, que el dolor es igual que una herencia de hemos
recibido todos los humanos, sin excepción. Y es que uno de los grandes peligros
del sufrimiento es que nos olvidemos que lo sufrimos todos, y que empezamos convenciéndonos
de que nosotros somos los únicos que sufrimos en el mundo o los que más sufrimos.
Una de las caras más negras del
dolor es que tiende a convertirnos en egoístas, que nos incita a mirar sólo
hacia nosotros. Un dolor de oído nos hace creemos la víctima número uno del
mundo. Si en las noticias nos muestran a decenas de muertos, pensamos en ellos
durante dos minutos; si nos duele el dedo meñique gastamos un día en auto
compadecernos. Tendríamos que empezar por el descubrimiento del dolor de los
demás para medir y situar el nuestro.
Una solución es, aceptar
tranquilamente y humildemente de que una persona, toda persona, es un ser
incompleto y mutilado. Es descubrir que se puede ser feliz a pesar del dolor y
la enfermedad, y que es imposible vivir toda nuestra vida sin él. Uno de los
descubrimientos, tal vez el mayor, el que más tranquilidad me ha dado como hombre
ha sido darme cuenta de esa realidad. Fue, tratar de no engrandecer mi enfermedad,
no volverme ni contra Dios ni contra la vida, como si yo fuera el centro del
universo y una víctima excepcional.
Recuerdo que desde aquel primer
momento me propuse la obligación de pensar que en realidad yo no era un
enfermo, sino que era una persona más que tiene un problema al igual como
tienen sus problemas todas las personas.
Cuando, con los años vas conociendo
un poco más a los hombres, te das cuenta que la inmensa mayoría están incapacitados
de algo. Así que empecé a pensar en que a mí un ojo no cumplía como debía su
cometido, pero que a los demás o les sucedía lo mismo con una pierna, o no tenían
trabajo, o tenían un amor que no les era correspondido, o un familiar muerto. Todos.
¿Qué derecho tenía yo, entonces, a quejarme de mi problema, como si fuera el único
del mundo? Sentirme especialmente desgraciado me parecía ingenuo y, sobre todo,
indigno.
Feliz Día.
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