lunes, 26 de agosto de 2019

Lunes 26 de agosto de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).

Otro fin de semana intenso, disfrutamos ayer de un domingo con mucha actividad y aprovechamos que la temperatura fue agradable para pasarlo al aire libre.
Hoy con una salida del sol a las 07:25 horas y que nos acompañará hasta las 20:40, y en que celebraremos a Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, vamos a ver si hacemos lo mismo.
 Ayer, me volvió a la cabeza otra el vez el tema del sufrimiento y del dolor que sufrimos en muchas situaciones en nuestra vida, y una de las respuestas que encontré, y de la que no estoy del todo convencido, es que, muchas veces es más importante y urgente combatir el dolor que dedicarse a hacer teorías y responder porqués.
Hemos gastado más tiempo en preguntarnos por qué sufrimos que en combatir el sufrimiento. Por eso, hay que dar las gracias a todos los médicos, enfermeras y a cuantos se dedican a curar cuerpos o almas, a cuantos luchan por disminuir el dolor en nuestro mundo.
Dicho lo anterior, hay que tener presente de todas formas, que el dolor es igual que una herencia de hemos recibido todos los humanos, sin excepción. Y es que uno de los grandes peligros del sufrimiento es que nos olvidemos que lo sufrimos todos, y que empezamos convenciéndonos de que nosotros somos los únicos que sufrimos en el mundo o los que más sufrimos.
Una de las caras más negras del dolor es que tiende a convertirnos en egoístas, que nos incita a mirar sólo hacia nosotros. Un dolor de oído nos hace creemos la víctima número uno del mundo. Si en las noticias nos muestran a decenas de muertos, pensamos en ellos durante dos minutos; si nos duele el dedo meñique gastamos un día en auto compadecernos. Tendríamos que empezar por el descubrimiento del dolor de los demás para medir y situar el nuestro.
Una solución es, aceptar tranquilamente y humildemente de que una persona, toda persona, es un ser incompleto y mutilado. Es descubrir que se puede ser feliz a pesar del dolor y la enfermedad, y que es imposible vivir toda nuestra vida sin él. Uno de los descubrimientos, tal vez el mayor, el que más tranquilidad me ha dado como hombre ha sido darme cuenta de esa realidad. Fue, tratar de no engrandecer mi enfermedad, no volverme ni contra Dios ni contra la vida, como si yo fuera el centro del universo y una víctima excepcional.
Recuerdo que desde aquel primer momento me propuse la obligación de pensar que en realidad yo no era un enfermo, sino que era una persona más que tiene un problema al igual como tienen sus problemas todas las personas.
Cuando, con los años vas conociendo un poco más a los hombres, te das cuenta que la inmensa mayoría están incapacitados de algo. Así que empecé a pensar en que a mí un ojo no cumplía como debía su cometido, pero que a los demás o les sucedía lo mismo con una pierna, o no tenían trabajo, o tenían un amor que no les era correspondido, o un familiar muerto. Todos. ¿Qué derecho tenía yo, entonces, a quejarme de mi problema, como si fuera el único del mundo? Sentirme especialmente desgraciado me parecía ingenuo y, sobre todo, indigno.

Feliz Día. 

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