viernes, 8 de febrero de 2019

Viernes 8 de febrero de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton). 

¡Por fin es viernes! Y sin duda será un buen viernes al menos en lo meteorológico, vamos a tener sol desde las 08:00 horas hasta las 18:30, lo que nos debe de asegurar una cantidad de horas con una buena temperatura, que para estar en invierno nos permitirá decir que tenemos un buen día de invierno.
Esta mañana mientras se conectaba el ordenador me preguntaba; ¿Cómo puedo y debo convivir con gente que vive y entiende la vida de forma diferente, que afectan a mis convicciones morales? ¿Tengo que mantener el diálogo y la comunicación a toda costa? ¿Hasta dónde llega el pluralismo? ¿Hasta dónde puede llegar la tolerancia?
Es todo muy complicado pues veo dos formas básicas de enfrentarme a este dilema: puedo incluirme en la cultura plural dominante, adoptar mi forma de vivir y de entender la vida al modo de vivir y pensar de los que me rodean o bien vivir sin abdicar de mis ideas, que he heredado. Pero claro, de una forma caigo en la asimilación y el relativismo; y por el otro me acerco a lo que se viene a llamar fundamentalismo.
Si defiendo mis ideas morales, cosa que por otra parte es normal, se me quiere enmarcar como  fundamentalista. Y mis ideas, pienso, que no deberían quedar a merced de modas que siempre serán relativas al momento presente. Y creo, que me diferencio de un fundamentalista, pero claro para eso debería de ponerme de acuerdo con vosotros de qué entendemos por “fundamentalismo”, y no se si tengo ahora el tiempo suficiente.
Aunque por otra parte, hoy, dispongo hasta las nueve para estar aquí en el ordenador, así que intentaré explicarme durante el tiempo que me queda.
Veamos: ¿a qué se llama, o se puede llamar, “fundamentalismo”? He buscado una definición que es aceptable, se trata de: “toda exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida, tenga el origen que tenga: político, religioso, ideológico, científico, etc." También he buscado en los sinónimos y me he encontrado con una palabra en nuestro castellano que lo explica a la perfección: “trágala” y que se define como: “hecho por el que se obliga a alguien a aceptar o soportar algo a la fuerza”. Y si miramos a nuestro alrededor nos daremos cuenta que sufrimos un creciente “fundamentalismo” en todos los órdenes.  
Hoy, las leyes que nos gobiernan, se podrían considerar como absolutamente fundamentalistas: tienen esa categoría del “¡trágala!", aunque nos lo vendan como “una demanda de la mayoría"; demanda que muchas veces no se sostiene de ninguna manera.  
Si nos vamos al campo de las ideologías, todo él, está repleto de fundamentalismo, porque toda ideología es o, al menos, participa de esta connotación: como las ideologías se construyen para “matar” la verdad y sustituirla por “convicciones” o “eslóganes” para influir en las personas y en la misma sociedad, sólo lo pueden hacer desde el “¡trágala!". Usen los métodos que usen, sean éstos más o menos sofisticados; a veces son muy burdos, cuando no -lisa y llanamente- un verdadero “lavado de cerebro".
Y lo mismo pasa en el campo científico, cuando se pretenden imponer corrientes “científicas” fabricadas en los despachos, por los que corre el dinero a conveniencia de parte; y va desde la negación “científica” de la dignidad de la persona, hasta tratar a la persona humana como a una vaca: en medicina, por ejemplo.
Creo que, con lo traído hasta aquí, está suficientemente explicado lo que es y supone el fundamentalismo. De todas formas quiero añadir, que los fundamentalistas, al pretender “matar” la verdad y el bien común que es lo que define lo humano, no respetan la dignidad de la persona, a la que todas las ciencias, todas las creencias y todas las religiones deben servir; pues deben estar a su disposición para llevar y ayudar a toda persona a ser lo que es: persona.
Muchas personas, en las que me incluyo, para que no se nos tache de fundamentalistas o con otros sinónimos y para mantener un diálogo con los que piensan diferente e intentando ser tolerantes no nos atrevemos a vivir y expresar abiertamente nuestras convicciones en ambientes adversos. Cuando actúo en público, lo hago teniendo en cuenta la opinión de los que me rodean. Hablo más y mejor en cuanta más concordancia haya, o espero que haya, entre mis convicciones y las de aquellos que me escuchan, cuanta más sintonía tenga con las personas de mi entorno.
Entonces, estoy cometiendo un error, pues si solo expreso mis opiniones ante los que piensan como yo, y en caso contrario me callo, el resultado es que los que hablan contagian su opinión; los que callamos podemos abandonar la nuestra. Y para que no nos llamen injustamente fundamentalistas o cualquiera de sus sinónimos, nos deslizamos fácilmente por la «espiral del silencio» y caemos en la asimilación.
¿Qué voy a hacer? Voy a dialogar y después proclamar mis ideas. Empezaré por conversar con los que tengo a mí alrededor y con mis afines, con ellos será más fácil evitar los estereotipos. Dialogaré sobre cómo vivo y como entiendo la vida. Y dialogar significa hablar y también escuchar: ¿con qué sentido, con qué esperanza vivimos? Señalaré cual es el sentido de la vida,  pero escucharé también cómo lo dicen y lo viven otros; hay que reconocer y poner en común también mis conjeturas, mis oscuridades y dudas.
Cuéntame la historia de tu forma de entender la vida y escucha la historia de mis búsquedas.

Feliz Día.

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