“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
Otro domingo intenso, como debe ser, así que hoy
vamos a volver a la normalidad, tendremos sol desde las 07:38 horas hasta las 18:49,
la primavera se acerca. Aunque ahora en mi balcón la temperatura este, para mi,
baja, 8,7 grados.
Ya estamos sin lugar a dudas en campaña electoral,
aunque no lo deberíamos de estar puesto que aún faltan dos meses para la
primera votación, somos así, qué le vamos
a hacer.
Y, pienso que es así porqué nuestros líderes
políticos tienen la idea de que su misión es vencer y procuran estar
continuamente en un conflicto continuo con alguien o con lo que sea. Según mi
parecer, un líder lo es cuando sus seguidores le admiran, le quieren y le
respetan por su forma de dirigir la organización a la que representa, y sobre
todo, si de verdad está orgulloso de pertenecer a ella y de dirigirla, debe evitar
a toda costa que la misma protagonice cualquier vergonzoso espectáculo del que se
tengan que abochornar propios y ajenos.
Un dirigente con categoría social, política y
humana, debería ser aquel que una vez alcanzado el poder, lime aristas, armonice,
aúne voluntades y consiga que los distintos pareceres de quienes integran la
institución, de la cual es máximo responsable, ya sea del Estado, de la
Comunidad Autónoma o del Ayuntamiento, se orienten por convencimiento y no por
la fuerza, hacia la obtención de un objetivo que sea común para todos.
Si por lo contrario, si percibe que su proyecto
produce un rechazo notorio y no es capaz de persuadir a quienes no lo
comparten, lo que debe hacer, por el bien de esa institución es dimitir y
evitar las heridas que siempre van a producir las confrontaciones abiertas.
El cometido de un líder, si realmente lo es, no es
cavar trincheras, ni levantar murallas que nos protejan a unos en contra de
otros, ni volar los puentes de diálogo; no es la de vencer, sino la de
convencer. Voy a poner un ejemplo para nada original: El tan utilizado del de
un director de orquesta, que debe conseguir que lo que aportan las distintas
secciones de la misma se combinen y constituyan una serie de sonidos que deleiten
el oído y si fuese posible que provoque la ovación entusiasmada del auditorio.
Esta es la labor de cualquier dirigente político.
Conjugar las distintas tendencias existentes para que todos interpreten una
misma partitura. Una partitura que entusiasme a todos los miembros de la
institución. Pero claro, si los instrumentos de cuerda interpretan una
composición, los de viento otra diferente y la percusión no sabe a que carta
quedarse, mientras el director va por libre ¿Os imagináis cual puede ser el
resultado? Lo más probable es que el público, cansado de tanto desorden y
confusión, termine por levantarse y escapar de aquella barahúnda.
Y esto es lo que le nos esta pasando, concierto tras
concierto. El director de orquesta tiene que ser consciente de que para que
todo funcione, a quien primero tiene que seducir es a los propios músicos a los
que va a dirigir, pero no imponiendo su criterio por la fuerza que le otorga la
batuta, sino por su conocimiento musical, intelectual y emocional de los
sentimientos que la partitura pretende transmitir y reflejar en el momento de
su recreación, y lo que es muy importante: que esta identificación que el director
hace de la obra, sea capaz de transmitirla fielmente a todos y cada uno de los
instrumentistas, para que ellos a su vez, puedan convertir las notas muertas
escritas en un pentagrama, en emociones vivas que conmuevan lo más profundo de
quienes componen el auditorio.
Esto es algo que debe tener muy presente cualquier
dirigente, porque el director, ninguna partitura puede recrear sin la orquesta,
mientras que la orquesta, si puede elegir otro director.
Lo más grave de esta triste situación, es que la
fecha del concierto está fijada y es perentoria, los profesores están
divididos, carecen de director y no saben que partitura interpretar.
Feliz Día.
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