“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
Ya estamos en la mitad de la semana, han pasado
tres días y tres días es lo que nos falta para terminarla, es lo que tienen los
jueves, que están en “medio”. Así que a seguir, amanecerá a las 07:44 horas y
empezará a anochecer a las 18:45 horas.
Hay una pregunta que tal vez nos la hayamos hecho
alguna vez, tiene que ver con nuestra identidad, es una pregunta a la que casi
nunca vamos a encontrar una repuesta exacta por lo que la hace interesante:
¿quién soy yo?, ya me imagino que estaréis huyendo en este momento, aunque
espero que sea para ir a buscar una respuesta.
Suele suceder que lo que digo yo sobre mí y los que
otros dicen, muchas veces no coincide y a pesar de esas diferentes opiniones
nunca llegarán a decir por completo lo que soy en realidad y lo que puedo ser.
Es un tema curioso, ya que entendemos por identidad
lo que nos caracteriza, todo lo que nos identifica y nos hace distintos a los demás. Y, si esto es así, nuestra
identidad es entonces múltiple pues está compuesta por diferentes factores: soy
español, y también soy corredor, soy hombre, católico, y muchas cosas más. O
sea que soy muchas cosas. Y, según quién me pregunta o dónde me preguntan,
respondo con una u otra de esas realidades que me caracterizan y que me sitúan
dentro de un determinado grupo humano, social o profesional. No hay una contradicción
entre estas realidades que me caracterizan y, en cierto modo, expresan quién
soy.
¿Verdad que es así? Incluso puede darse el caso que
pueda haber un conflicto o, mejor una tensión entre alguna de estas realidades
que me afectan personalmente. Tan bien podría suceder que ser católico, en
algún momento, me obstaculizara el ser profesor o el ser alcalde de mi pueblo y
frustrara mi vocación política. Pero estas tensiones suelen ser puntuales. Y,
en caso de ser decisivas, me obligarían a escoger por lo que me identifica más
o resulta más propio y más adecuado a mí persona. Si de verdad fuera incompatible
el ser católico y el pertenecer al partido político de mis simpatías, al elegir
uno de los dos aspectos manifestaría lo que quiero ser.
Así que podemos decir que nuestra identidad no esta
cerrada, ni es inflexible sino que es acogedora, que recibe muchos factores. Por
eso tiene una capacidad de integración y de enriquecimiento. Soy lo que soy, he
nacido donde he nacido, tengo los rasgos que tengo, practico una determinada
religión. Es verdad que otros han nacido en otro lugar, tienen unos rasgos
ligeramente diferentes a los míos y probablemente dicen de su Dios lo mismo que
digo yo del mío, aunque sin duda de otra manera. Y, sin embargo, ¡somos tan
parecidos!, en el fondo, somos iguales.
Lo que quiero decir es que al reconocer mi identidad,
la dignifico cuando reconozco la identidad del otro y la respeto. En la otra
persona me reconozco a mi mismo, aprendo lo que soy, precisamente en lo que me
diferencia, pero también en lo que me iguala.
Aunque también pueden existir algunas perversiones
peligrosas cuando me defino, pero estas ya las dejaré para otro día.
Feliz Día.
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