miércoles, 13 de febrero de 2019

Miércoles 13 de febrero de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton). 

Como todos los días, hoy también nos saldrá el sol, pero lo hará a las 07:54 horas, aunque haciendo honor a la verdad, en mi ventana sus rayos llegan después de haber pasado unos minutos, los montes y el edificio de enfrente hacen que tenga que esperar. El crepúsculo llegará a las 18:36 horas.
Ayer por la tarde me dijeron que es bastante probable que vayamos a unas próximas elecciones generales, a las que tendremos que añadir todas las demás que ya tienen más o menos sus fechas, y está mañana me he levantado con el dilema de que hacer con mi voto cuando ese momento llegue. Lo que esta mañana me esta haciendo pensar es el principio del mal menor que afirma que hay que votar al partido menos malo.
Visto lo que tenemos en el panorama político creo que va siendo hora de empezar a pensar. Hay algunas cosas que tengo claras, pues ante las opciones malas tengo que elegir el mal menor. No elegir puede hacerme en cierta forma cómplice del mal mayor que pude contribuir a evitar, entonces, actuar en conciencia en un caso así es elegir el que ocasione menos daño. En el terreno de lo moral esta claro pero en el caso del voto en unas elecciones es más complicado.
Voy a pensar en voz alta: Tengo que distinguir si ese mal que se puede producir depende directamente de mí o no. Pues si depende de mí, no debo hacer  el mal, ningún mal, ni por más pequeño de este sea, en este caso no lo puedo elegir, esta claro. Pero, si no depende de mí y no lo puedo evitar, entonces debo elegir lo que haga menos daño, o sea el mal menor en el sentido ético.
Podría votar por un mal menor, cuando haya una razón lo suficientemente fuerte que lo justifique. Sin embargo, dando una vuelta más a la “tuerca”, cada vez se hace más evidente que mí voto es menos importante: las opciones que se me presentan vienen predefinidas por un proceso anterior en el que sólo participaron unos pocos, las ejecutivas de los partidos, y todas son opciones de momento claramente deficientes.
En este caso si voto al menos malo lo que estoy haciendo es votar para que no salga el otro partido que encuentro peor. Esta es mí lamentable situación.  
Hasta hace unos cuantos años, tal vez la respuesta a esta crítica habría sido “¿No te gustan los candidatos? ¡Preséntate tú mismo!” pero hoy esa no es una opción real: los políticos se han convertido en una casta que elige a sus sucesores entre aquellos que les son leales, sea por vínculos de partido o porque les han jurado obediencia.
En época de elecciones es fácil dejarse llevar por el entusiasmo, y alegrarse si ganan unos o apenarse si son los otros. Está bien, muchas cosas importantes se juegan en cada ciclo electoral, pero no hay que creerse que son las más importantes, y a veces lo mismo dará que gene el Real Madrid o el Barcelona, porque finalmente los políticos escuchan más a sus colegas políticos que a los que votaron por ellos. Y si alguno de nosotros termina en una posición importante, no debemos olvidar que la realidad última que está en juego es nuestra dignidad como personas, y no la próxima encuesta o elección.
En conclusión, estoy a la defensiva, estoy en una minoría cuyas opiniones no son tolerables para el poder civil, y no tengo las herramientas para defenderlas. Si participo en las próximas elecciones tal vez vote por el mal menor, pero sin poner mí fe y esperanza, ni en un candidato, ni en la próxima elección, ni en tal o cual partido político.

Feliz Día.

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