“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
En este
ventoso día el sol nos saldrá a las 08:06 horas y nos iluminará hasta las 18:23
horas, es una lastima que el viento no nos permita disfrutar de este sábado
pues los 11,5 grados en mi balcón presagiaban un excelente día de invierno.
Hemos escrito y hablado muchas veces de una ley
natural en la que todos deberíamos de estar de acuerdo, y usarla como base para
construir todas nuestras relaciones, de una norma común para todas las personas,
de una regla de oro que aceptemos todos, pero parece que no tenemos claro cual
debería de ser.
He estado mirando en la Declaración Universal de
Derechos Humanos y en el primer articulo me encuentro con un primer principio
que nos podría servir, afirma: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales
en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben
comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Sabemos perfectamente lo que
quiere decir, y muchos de nosotros no necesitaríamos haber recurrido a esta
Declaración de 1948 para llegar a esa conclusión.
Pues muchos siglos antes, filósofos, sabios y
pensadores han reflexionado sobre lo que se ha llamado la regla de oro, un principio
moral general que puede expresarse de la siguiente forma; "trata a los
demás como querrías que te traten a ti" o "no hagas a los demás lo
que no quieres que te hagan a ti". Prácticamente la regla la podemos
encontrar en todas las culturas que nos han precedido, al menos desde el imperio
medio egipcio.
Estoy seguro que todos estaréis de acuerdo conmigo
que no se trata de ninguna imposición autoritaria sino de una regla de puro
sentido común, como norma para nuestras relaciones con los demás, y sobre la
que se ha escrito mucho pues aunque nos pueda parecer una regla simple no es
para nada simple ponerla en práctica.
Y, el problema radica en que parece ser que no
sabemos quienes son los otros, quienes son los demás. Normalmente les damos esa
categoría a los que tiene el mismo color de piel, a nuestros paisanos, a los de
nuestro mismo partido político, a los de nuestra propia familia. Pero no es
así, los otros y los demás son todos.
Me tendréis que reconocer que no es fácil la cosa. Y
es tan difícil que siempre tenemos una razón que justifica los males que
causamos a los demás, bien sean nuestros familiares, nuestros vecinos o
nuestros conciudadanos.
Ante problemas como por ejemplo el acoso escolar o
el acoso laboral, la violencia doméstica, el vandalismo que se produce contra
el mobiliario urbano o la propiedad ajena, la agresividad política o sindical
contra los ricos, los patronos, los diferentes, que nos llenan todos los días los medios de
comunicación. Ante todos estos hechos nos damos cuenta que no hemos reconocido
a los perjudicados como a nuestros iguales, no los vemos como a los demás a los
que deberíamos de tratar como a nosotros mismos.
También es verdad que cada vez hay más gente que manipula
esa regla de oro para que solo haya de aplicarse entre "los
nuestros". Los demás son enemigos, herejes, infieles a los que exterminar,
los que forman el bloque del mal.
Aceptar y vivir que todos son iguales a nosotros no
es una actitud generalizada en nuestro mundo enfrentado y dividido en el que esa
idea va siendo arrinconada y si no hay un padre común, ¿cómo podemos creer que
somos hermanos? ¿Es suficiente la Declaración de Derechos Humanos para vivir en
paz y armonía?
Feliz y Dulce Día.
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