martes, 19 de febrero de 2019

Martes 19 de febrero de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton). 

Hoy el sol saldrá a las 07:47 horas, aunque por lo que me parece adivinar no nos alumbrara al menos hasta la tarde, así que con un poco de suerte las nubes nos dejarán verlo antes de las 18:42 horas, que será cuando nos abandone.
Ayer me desplace hasta Onteniente, y durante el viaje me dí cuenta de la dificultad de adaptar la velocidad del coche a noventa kilómetros por hora cuando estoy acostumbrado a pasar por esa carretera a cien. Durante todo el trayecto estuve circulando al límite de la velocidad pero sin querer traspasarla, y pude comprobar lo fácil que era sobrepasar la velocidad máxima y por lo que hubieran podido multar si hubiese un radar. Por otra parte también es peligroso conducir estando constantemente mirando el velocímetro del coche.
Y ahora, pensando en lo de ayer, me doy cuenta de lo sencilla que es la solución: si el límite está a noventa kilómetros por hora, para no pasarme de ese límite por un descuido basta con que conduzca a ochenta. De esa forma, cuando apriete un poco más el acelerador inconscientemente o vaya cuesta abajo o tenga que acelerar un poco para adelantar a alguien, el coche avanzará a hasta los noventa y poco, y será mucho más difícil que me pongan una multa.  
Y esto, me lleva a pensar que en nuestra conducta diaria nos pasa lo mismo, cuando intentamos mantenernos justo en el límite, resulta muy fácil traspasarlo casi sin darse cuenta, al menos en algunas ocasiones. Todos lo sabemos, pero el problema está en que, en realidad, nos gustaría ir más rápido. Querría ir a ciento treinta o ciento cuarenta y, si no lo hago, es porque no me atrevo por si la policía me denuncia. Por eso me quedo en el máximo posible que me permite evitar la multa.
Por desgracia, también es una experiencia que probablemente nos resultará familiar a la mayoría de nosotros. Con buena voluntad y de forma sincera, intentamos no hacer las cosas mal o, en el mejor de los casos, no incumplir la ley. Sabemos que, si uno pasa de esta línea o aquella, está haciéndolo mal, así que intentamos cumplir las normas, mantenernos en la línea y no traspasarla…  y, al igual que nos sucede cuando conducimos, traspasamos esa línea a menudo, casi sin darnos cuenta.
Semana tras semana, caemos en los mismos errores y nos lamentamos de las mismas cosas, de forma aparentemente inevitable. Esa sensación de que, por mucho que nos esforcemos, siempre seguimos haciendo algo mal desemboca en la idea de que es imposible no incumplir alguna norma, de que no tenemos remedio, de que hagamos lo que hagamos no podemos cumplir con todas las leyes que nos rodean. Es decir, nos lleva a la desesperanza, al desaliento.
El problema, como en el caso de los conductores, es que lo único que se nos ocurre es intentar no hacer lo que está prohibido. No queremos traspasar el límite, pero nos empeñamos en vivir lo más cerca posible del mismo. No queremos incumplir gravemente una ley, porque somos “buena gente”, pero más allá de eso esperamos que esta sociedad no se meta mucho en nuestra vida. Nuestro deseo es ser buenos ciudadanos pero sin exagerar, buscando un punto medio entre los incumplimientos graves y el “puritanismo”. Como dice la expresión popular, queremos “ser buenos pero no tontos”. Desgraciadamente, esto es lo que define a una gran parte de los ciudadanos: tratamos de vivir en los límites de la ley.
No hemos entendido nada.
El que cree que ser un buen ciudadano consiste fundamentalmente en evitar no cumplir la ley, en no traspasar unos límites, ha convertido la ciudadanía en algo monótono y aburrido.  Por supuesto, no estoy diciendo que nos tengamos que saltar las leyes o las normas que nos rigen, al contrario, consiste en vivir en el centro mismo de esas leyes, entenderlas, comprender para que están y hacerlas nuestras, no se trata de hacer lo que está mandado y (a ser posible) ni un milímetro más, sino en entender absolutamente todo lo que significa vivir dentro de una sociedad.
Las normas y los reglamentos que nos hemos impuesto, son como una señal de dirección en la carretera, que señala cuál es la dirección correcta hacia el destino de tu viaje y te avisa de que, si vas en dirección contraria, tendrás un accidente o no llegaras a tu destino. No es mucho menor, sin embargo, la estupidez de quien elige acampar junto a la señal, sabiendo que mientras esté allí no circulará en dirección contraria, pero tampoco se acercará a su destino. Claramente, no entiende la finalidad de la señal, que sólo existe para que podamos llegar a ese destino. Así hacemos al obstinarnos en cumplir las normas sin comprender cual es su finalidad.
La solución no está en intentar una y otra vez mantenernos en el límite, porque eso nos llevará de nuevo a sobrepasarlo, cayendo por enésima vez en los mismos errores. La auténtica solución está en convencernos de que vivir en una sociedad mejor no está en vivir al lado del límite, sino en seguir en la dirección adecuada. Hay que cambiar de mentalidad. No podemos seguir pensando, en quedarnos junto a la señal de tráfico, si lo que verdaderamente deseamos es ir en dirección contraria a la que nos marca. No nos atrevemos a ir en sentido contrario, pero lo deseamos. Y así nos va la vida.
En la vida cotidiana, entendemos perfectamente que quien se queda junto a la señal  nunca llega a ningún sitio y lo único que hace es perder el tiempo. Pero nos da miedo movernos en cualquiera de las dos direcciones, nos engañamos pensando que somos buenos ciudadanos, pero en realidad no lo somos.
No basta con que seamos “solidarios”, “ciudadanos comprometidos” o “buenas personas”, sino que hay que llegar al extremo de lo políticamente incorrecto, No nos debe bastar ser “buenos”, sino que tenemos que ser perfectos.
Por supuesto que hay que cumplir las reglas. Quien dice lo contrario no es un buen ciudadano. Sin embargo, eso no debe hacernos olvidar que no nos podemos conformar con lo que tenemos, si nos conformamos con una buena sociedad, la convertiremos en mediocre, no se trata de que todo continúe como esta y de no pasarse, sino de pasarse por completo en la dirección que nos lleve a alcanzar una vida y una sociedad mejor. Pero claro, para esto tenemos que pensar y buscar como queremos mejorar, y como debería ser nuestra sociedad perfecta.
A esto nos deberíamos dedicar y no a la triste, mezquina y frustrante vida de quien intenta quedarse como esta sin querer mejorar.

Feliz Día.

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