“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
Hoy el sol saldrá a las 07:47 horas, aunque por lo
que me parece adivinar no nos alumbrara al menos hasta la tarde, así que con un
poco de suerte las nubes nos dejarán verlo antes de las 18:42 horas, que será
cuando nos abandone.
Ayer me desplace hasta Onteniente, y durante el
viaje me dí cuenta de la dificultad de adaptar la velocidad del coche a noventa
kilómetros por hora cuando estoy acostumbrado a pasar por esa carretera a cien.
Durante todo el trayecto estuve circulando al límite de la velocidad pero sin
querer traspasarla, y pude comprobar lo fácil que era sobrepasar la velocidad
máxima y por lo que hubieran podido multar si hubiese un radar. Por otra parte
también es peligroso conducir estando constantemente mirando el velocímetro del
coche.
Y ahora, pensando en lo de ayer, me doy cuenta de
lo sencilla que es la solución: si el límite está a noventa kilómetros por
hora, para no pasarme de ese límite por un descuido basta con que conduzca a
ochenta. De esa forma, cuando apriete un poco más el acelerador inconscientemente
o vaya cuesta abajo o tenga que acelerar un poco para adelantar a alguien, el coche
avanzará a hasta los noventa y poco, y será mucho más difícil que me pongan una
multa.
Y esto, me lleva a pensar que en nuestra conducta diaria
nos pasa lo mismo, cuando intentamos mantenernos justo en el límite, resulta
muy fácil traspasarlo casi sin darse cuenta, al menos en algunas ocasiones.
Todos lo sabemos, pero el problema está en que, en realidad, nos gustaría ir
más rápido. Querría ir a ciento treinta o ciento cuarenta y, si no lo hago, es
porque no me atrevo por si la policía me denuncia. Por eso me quedo en el
máximo posible que me permite evitar la multa.
Por desgracia, también es una experiencia que
probablemente nos resultará familiar a la mayoría de nosotros. Con buena
voluntad y de forma sincera, intentamos no hacer las cosas mal o, en el mejor
de los casos, no incumplir la ley. Sabemos que, si uno pasa de esta línea o aquella,
está haciéndolo mal, así que intentamos cumplir las normas, mantenernos en la
línea y no traspasarla… y, al igual que nos
sucede cuando conducimos, traspasamos esa línea a menudo, casi sin darnos
cuenta.
Semana tras semana, caemos en los mismos errores y
nos lamentamos de las mismas cosas, de forma aparentemente inevitable. Esa sensación
de que, por mucho que nos esforcemos, siempre seguimos haciendo algo mal desemboca
en la idea de que es imposible no incumplir alguna norma, de que no tenemos
remedio, de que hagamos lo que hagamos no podemos cumplir con todas las leyes
que nos rodean. Es decir, nos lleva a la desesperanza, al desaliento.
El problema, como en el caso de los conductores, es
que lo único que se nos ocurre es intentar no hacer lo que está prohibido. No
queremos traspasar el límite, pero nos empeñamos en vivir lo más cerca posible
del mismo. No queremos incumplir gravemente una ley, porque somos “buena
gente”, pero más allá de eso esperamos que esta sociedad no se meta mucho en
nuestra vida. Nuestro deseo es ser buenos ciudadanos pero sin exagerar,
buscando un punto medio entre los incumplimientos graves y el “puritanismo”. Como
dice la expresión popular, queremos “ser buenos pero no tontos”. Desgraciadamente,
esto es lo que define a una gran parte de los ciudadanos: tratamos de vivir en
los límites de la ley.
No hemos entendido nada.
El que cree que ser un buen ciudadano consiste
fundamentalmente en evitar no cumplir la ley, en no traspasar unos límites, ha
convertido la ciudadanía en algo monótono y aburrido. Por supuesto, no estoy diciendo que nos
tengamos que saltar las leyes o las normas que nos rigen, al contrario,
consiste en vivir en el centro mismo de esas leyes, entenderlas, comprender
para que están y hacerlas nuestras, no se trata de hacer lo que está mandado y
(a ser posible) ni un milímetro más, sino en entender absolutamente todo lo que
significa vivir dentro de una sociedad.
Las normas y los reglamentos que nos hemos
impuesto, son como una señal de dirección en la carretera, que señala cuál es
la dirección correcta hacia el destino de tu viaje y te avisa de que, si vas en
dirección contraria, tendrás un accidente o no llegaras a tu destino. No es
mucho menor, sin embargo, la estupidez de quien elige acampar junto a la señal,
sabiendo que mientras esté allí no circulará en dirección contraria, pero tampoco
se acercará a su destino. Claramente, no entiende la finalidad de la señal, que
sólo existe para que podamos llegar a ese destino. Así hacemos al obstinarnos
en cumplir las normas sin comprender cual es su finalidad.
La solución no está en intentar una y otra vez
mantenernos en el límite, porque eso nos llevará de nuevo a sobrepasarlo,
cayendo por enésima vez en los mismos errores. La auténtica solución está en
convencernos de que vivir en una sociedad mejor no está en vivir al lado del límite,
sino en seguir en la dirección adecuada. Hay que cambiar de mentalidad. No podemos
seguir pensando, en quedarnos junto a la señal de tráfico, si lo que verdaderamente
deseamos es ir en dirección contraria a la que nos marca. No nos atrevemos a ir
en sentido contrario, pero lo deseamos. Y así nos va la vida.
En la vida cotidiana, entendemos perfectamente que
quien se queda junto a la señal nunca
llega a ningún sitio y lo único que hace es perder el tiempo. Pero nos da miedo
movernos en cualquiera de las dos direcciones, nos engañamos pensando que somos
buenos ciudadanos, pero en realidad no lo somos.
No basta con que seamos “solidarios”, “ciudadanos
comprometidos” o “buenas personas”, sino que hay que llegar al extremo de lo
políticamente incorrecto, No nos debe bastar ser “buenos”, sino que tenemos que
ser perfectos.
Por supuesto que hay que cumplir las reglas. Quien
dice lo contrario no es un buen ciudadano. Sin embargo, eso no debe hacernos
olvidar que no nos podemos conformar con lo que tenemos, si nos conformamos con
una buena sociedad, la convertiremos en mediocre, no se trata de que todo continúe
como esta y de no pasarse, sino de pasarse por completo en la dirección que nos
lleve a alcanzar una vida y una sociedad mejor. Pero claro, para esto tenemos
que pensar y buscar como queremos mejorar, y como debería ser nuestra sociedad
perfecta.
A esto nos deberíamos dedicar y no a la triste,
mezquina y frustrante vida de quien intenta quedarse como esta sin querer
mejorar.
Feliz Día.
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