“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
Después de la arenga de ayer en este Buenos Días, pues
tenía tiempo, vamos a ver si hoy puedo ver salir el sol a las 07:45 horas, todo
parece indicar que así que va a ser, igual que ahora estoy viendo la famosa
súper luna de nieve, también espero ver el crepúsculo a las 18:43 horas.
En realidad no fue una arenga, pero fue largo, y es
que se nos acercan unas elecciones y tenemos que ir mirando y pensando cuales
son las opciones políticas que más se acercan a nuestras ideas. Y esa es más o menos la cuestión que me ronda por la cabeza
estos días, tener bien claro cuales son esas ideas.
No quisiera caer en el error de pensar que
cualquier opción política, con tal que haya sido reconocida como democrática, sea
desde ese mismo momento admisible o que toda nueva normativa, con tal de que
sea implantada por un procedimiento legal democrático, resulte también moralmente
lícita y pueda seguirse con recta conciencia. Creo que las cosas no son
exactamente así.
Siempre recuerdo en estos casos el viejo principio
que puede considerarse como una de las reglas universalmente admitidas de la
conducta humana: el fin no justifica los medios. Aunque tendría que añadir
también otro principio, tan válido como el anterior y mucho más elemental: los
medios no justifican el fin. ¿Adónde quiero ir a parar con esto? Lo aclaro en
seguida.
Hay que tener presente que la democracia es sobre
todo un método, un procedimiento, que establece unas reglas de juego para la
vida pública que, si se observan lealmente, pueden producir indudables
beneficios: eliminar traumas violentos en la política de un país y garantizar
que las alternativas entre diversas opciones que con el tiempo se produzcan no
desemboquen nunca en una aventura sin posibilidad de retorno.
Pero la democracia, que es el “medio”, no justifica
los fines que por ella se alcanzan, porque no es una varita mágica que todo lo
que toca lo convierte en bueno y perfecto. Un mal, como por ejemplo, provocar
la muerte, establecido por un procedimiento democrático, no por eso deja de ser
mal y seguirá siendo siempre moralmente ilícito; y hay opciones políticas que
una legalidad democrática puede reconocer y que son absolutamente incompatibles
con muchas de mis ideas.
La democracia, en suma, no nos dispensa del deber
de ejercitar nuestra facultad de discernimiento, que es arte de distinguir
entre el bien y el mal y de acertar con el camino recto.
Feliz Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario