"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Vamos
a tener sol desde las 08:06 horas hasta las 19:28 horas en el día de santa
María Soledad Torres Acosta, y aunque pueda parecer mentira, la temperatura en
el balcón es ahora superior a veinte grados, solo unas décimas pero superior.
No
esta bien que el fin justifique los medios para alcanzarlos, no esta bien que
se cambien, se manipulen o se dicten leyes exclusivamente para alcanzar un
objetivo personal que nada tiene que ver con el bien común, dando a entender
que; “yo mando y ordeno”. En tanto en cuanto me salga con la mía, tanto da lo
que haga y a quien pueda afectar porque siempre habrá juristas encargados de
defender lo indefendible y de hacer que traguemos determinadas ruedas de molino
amparándose en lo malos que eran “tiempos pasados” y qué buenos los actuales.
Todo
lo anterior lo estamos viendo demasiadas veces, demasiadas veces vemos que se
adopta una conducta y se adapta como sea, el pensamiento, para justificarla. Se
construye una teoría moral y se actúa según su conveniencia. Y se olvida que la
vida real no es una especie de masa que puede adoptar la forma que queramos. Hay
una naturaleza de las cosas, existen unas relaciones naturales entre ellas, que
configuran un orden de prioridades, lo contrario de lo que es el caos, hay una
jerarquía de valores. Es más importante la cabeza que la mano; hay que conservar
antes aquella que ésta.
Vemos,
como se adapta la vida a nuestros deseos ya sean personales o políticos, a
costa de lo que sea. ¿Deseo cortarme la mano?, me la corto. ¿Deseo cortar la
del vecino? Se la corto. ¿No deseo embarazo, pero sí el placer? Me quedo con el
placer y aborto. ¿Te duele la cabeza? Te la corto. Muerto el perro se acabó la
rabia. ¿Deseo tener mucho más dinero, ya? Pues lo robo. Mejor dicho, «lo
sustraigo».
Estamos
en una sociedad que se entusiasma hasta perder el sentido ante «las buenas
intenciones» y «los buenos deseos». Y, se olvida, como dice el refranero que
«el infierno está empedrado de buenas intenciones y de buenos deseos».
La
voluntad es una cosa y las intenciones y deseos son otra. La voluntad es algo
muy serio, inconfundible con las intenciones. Se puede tener una buenísima intención
y a la vez una voluntad perversa. Pongamos un ejemplo que hoy sólo irritará a
una exigua minoría: Adolfo Hitler. ¿No tenía el hombre la buenísima intención
de mejorar la raza aria y convertirla en la señora del mundo? ¿Qué insensato
puede atreverse a juzgar las intenciones de Hitler? Sin embargo no hay duda: la
voluntad de Hitler era perversa.
Lo
cierto es que, por seguir con la sabiduría popular, el cielo puede estar lleno
de gente equivocada, compatible con la buena voluntad y, en cambio, el infierno
puede estar lleno de gente con certezas muy firmes y buenísimos deseos.
¡Hombre, lo que yo deseo no es matar al niño, sino salvar el bienestar de la
madre! O sea, que defiendes el derecho de matar a un inocente ¿o no? ¡Es que mi
deseo es sublime! Sí, claro, pero tu voluntad es criminal y tu pensamiento un
caos. ¿O no?
Un
error semejante lo estamos viendo estos días con el problema catalán, consiste
en pensar que pueden valorarse los medios con independencia del fin y
viceversa. Creer que nos repugnan los medios de los terroristas a la vez que
nos entusiasman sus metas.
Pero
esto es ya otra historia, que aunque muy parecida a la anterior, que merecería
ser contada en alguna otra ocasión.
Feliz
Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario