"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Cada
amanecer lo hace con la temperatura más fresca, hoy hemos llegado a los 20,6
grados en mi balcón, y ahora cuando el sol empiece su trabajo a las 07:57 horas
y lo termine a las 19:44, habrá tenido el tiempo suficiente para que en el día
en que celebramos en el santoral a santa Teresa del Niño Jesús, tengamos un
agradable día.
Ayer
por la tarde, comentábamos que había una cuestión que también había que enseñar
a los jóvenes y a los no tan jóvenes, y que podría ayudar a conseguir autoestima,
son temas que parece ser que casi nadie nos enseña; ¿por qué o para qué vivo? ¿Qué
sentido tiene la vida y qué sentido tiene la muerte? ¿Por qué merece la pena
luchar y vivir si es que merece eso la pena? Esas son, queramos o no, unas
cuestiones decisivas a las que no nos deberíamos enfrentar solos.
A
muchos de nosotros nos cuesta abordar estas preguntas, tendemos a eludir el
tema, lo aplazamos continuamente, como si esperásemos que la misma vida nos lo
acabe descubriendo. Lo malo es que, si lo retrasamos mucho, corremos el riesgo
de encontrarnos un día con la impresión de haber tenido una vida sin apenas sentido.
Y cuanto más tarde sucede esto, más difícil nos resultara corregir el rumbo.
No
voy a entrar en el tema de quien debe orientarnos y quien no debe hacerlo, pero
de lo que estoy seguro es que alguien debería. A lo largo de nuestra vida hemos
pasado por etapas en las que nos hemos detenido para buscar las respuestas, en
nuestra adolescencia, cuando terminamos de estudiar, la crisis de los cuarenta
o de los cincuenta o en la jubilación, etc… en muchas de estas ocasiones lo
hemos hecho con poca objetividad, y hemos pensado que se podría haber hecho
mucho mejor uso de esos años. Y por eso nos suele dejar un cierto sabor amargo
esas reflexiones, de lo que pudo ser y no fue, de tantas limitaciones, de
tantos errores y fracasos.
También
esos momentos de desilusión nos pueden servir para rectificar, podemos sacar
provecho, y mucho, en la medida en que hagamos ese balance con la ilusión y la esperanza
de realizar cambios, sin ignorar lo que hemos conseguido y sin hacer tabla rasa
de todas las conquistas y aciertos pasados que valieron verdaderamente la pena
y que sin duda también marcan nuestra vida.
La
reflexión sobre nuestra propia vida nos alejara de tener una visión superficial
de las cosas y nos hará recorrer nuestro propio camino. La vida nos presenta numerosos
interrogantes, de los que normalmente sólo obtenemos respuestas parciales e incompletas,
pero con una reflexión frecuente podemos lograr que la multitud de preocupaciones,
afanes y aspiraciones de la vida diaria no desvíen nuestra atención de lo realmente
valioso.
Por
eso es importante que las pequeñas cosas que nos ocupan todos los días no
ocupen con tal fuerza el primer plano de nuestra atención que no dejen espacio
para las cuestiones de verdadera relevancia. Cuestione, que antes tendremos que
averiguar.
Feliz
Día.
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