"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: se nos presenta este jueves con muy buena cara, el sol nos esta alumbrando
desde las 08:20 horas y parece que lo hará sin interrupción hasta las 19:10
horas, en el día que celebramos a san Antonio María Claret,
Todas
las personas que conozco desean ser felices. No recuerdo a nadie que cuando
hace algo o deja de hacerlo, su motivo sea buscar su dolor o su infelicidad. No.
Todos cuando hacemos algo, cuando pensamos o hablamos, lo hacemos porque queremos
poseer aquello que, considerándolo bueno, nos hará felices. Muchas de las cosas
que anhelamos, cuando las tenemos, se convierten para nosotros en la representación
de una felicidad, aquí y ahora, cuya verdadera identidad puede que
desconozcamos, o que nos resulte difícil de ver en ese momento. Pero es el fin
por el actuamos. ¡Queremos ser felices, vivir bien!
A
todos nos habrá pasado, a lo largo de nuestra vida, que el disfrute de las cosas
naturales, ya sean necesarias o superfluas que nos hacen felices, no nos duran todo
lo que en el fondo desearíamos: nada dura tanto como para que descasemos de la búsqueda
de la felicidad indefinidamente.
Las
cosas se acaban, y las relaciones afectivas, por buenas y nobles que sean,
flaquean, se enfrían y, alguna que otra, se pierde para siempre. La salud, el descanso,
la diversión y el entretenimiento, en esta vida, llevan la marca de la eventualidad.
Es un hecho constatado por todos, a veces con lágrimas en el alma, que no alcanzamos
en el curso de nuestra vida diaria nada que nos haga, absolutamente, feliz.
Y,
es entonces, cuando en la soledad de algunas noches nos hacemos la pregunta: ¿existe
acaso algo, vive alguien –esa fiesta que no acabe nunca- en cuya posesión el
hombre pueda plenamente descansar? Algo, alguien, que venga a colmar la
búsqueda natural que todos sentimos de una felicidad auténtica, inmutable, para
siempre…
Dos
posibles respuestas encuentro: o existe algo y en algún lugar, que se pueda
presentar como garantía de esa deseada felicidad, o estamos condenados desde
nuestro nacimiento a la infelicidad, es decir, a estar siempre insatisfechos;
por tanto, o a llevar una existencia absurda o, en el mejor de los casos, a entregarnos
a todo lo que de inmediato y placentero encontremos, sabiendo que la duración
de esa felicidad será tanta como duren, y mientras duren, esos efímeros bienes.
Con
todo, creo que esta opción con la que topamos, y que consiste en tener que
elegir entre una vida sin sentido, una existencia absurda que muchas veces
termina en el suicidio, o entregarse a la satisfacción inmediata de las
necesidades básicas, no puede ignorar una tercera vía, aquella que pasa por
reconocer, aun en nuestra frágil modestia, que debe haber alguna realidad más
allá del sabido alcance de nuestros sentidos, pero capaz de otorgarnos ese sentido
de plenitud que buscamos.
En
fin, la solución tal vez este en el fondo de nuestra alma.
Feliz
Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario