"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: el sol nos ha salido a las 07:59 horas y nos acompañará hasta las 19:40
horas, en este jueves que celebramos a san Francisco de Borja.
Ayer,
después de entrenar, me comentaba un amigo que todas esas preguntas que realizaba
hace días están de sobra contestadas. ¿Por qué o para qué vivo? ¿Qué sentido tiene
la vida y qué sentido tiene la muerte? ¿Por qué merece la pena luchar y vivir
si es que merece eso la pena?
Me
sorprendieron las respuestas tan claras y rotundas que me dio, y me sorprendió sobre
todo ese optimismo tan científico que se tiene del ser humano como tal, desde
su origen hasta hoy. Preguntas que tengo que decir han sido contestadas a lo largo
de la historia de formas muy variadas y que quizá lo más importante es que han
sido respondidas desde niveles y con lógicas y lenguajes de lo más variados.
Es
esa diferencia de nivel, de lógica y de lenguaje la que precisamente mi amigo
no consigue distinguir, pues pone en el mismo plano la ciencia y la filosofía o
la religión. El mundo de la ciencia es fundamentalmente el reino del “cómo”: cómo
han surgido las cosas que son, cómo ha surgido el hombre hasta llegar a
nuestros días, ¿Cómo es que estoy vivo? ¿Cómo voy a vivir y cómo voy a morir?
Pero el reino de la filosofías y de la
religión, en cambio, es el del “qué”, el “por qué” e incluso el “para qué”, es
decir, el del sentido: qué es el hombre o por qué y para qué está en el mundo.
Si
mezclamos las respuestas de cada ámbito, tanto las respuestas de la ciencia
como las de la filosofía no tienen autoridad.
Feliz
Día.
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