"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: hoy vamos a celebrar a las santas Pelagia y Thais, y amanece a las 08:03
horas, en un día en que ya he visto en mi balcón una temperatura por debajo de
los veinte grados, 19,5 para ser exactos, aunque hasta las 19:33 horas estoy
seguro que el sol se encargara de hacer subir hasta que sintamos calor.
Me
resulta curioso que en la situación actual en que vivimos exista una desconfianza
tan grande en muchos ámbitos de la sociedad: ¿es normal que, en una época de
paz y estabilidad socio-política, los hombres desconfíen unos de otros? ¿Existen factores sociales que potencien de alguna manera esa desconfianza? ¿Por qué la
desconfianza pasa a ser parte de nuestra cultura?
Miro
la televisión o escucho la radio, y me dicen, que los que están encarcelados no
lo deben estar, los que cometieron estafas o fraudes durante décadas han traslado
todo su dinero fuera del país y no hay pruebas suficientes para probarlo y
andan por la calle sin ninguna vergüenza: los que mataron sabiendo lo que hacían
son ahora exaltados. Es decir, hay una justificación para todo, y todo es por
una justa razón. Por lo general, las situaciones de desconfianza se originan
debido a que no hay constancia en los valores fundamentales: fidelidad, verdad,
amistad, transparencia, etcétera.
Ciertas
circunstancias y sistemas sociales favorecen estos contextos para que vivamos dudando
unos de otros. Pero ahora no, si existiera una pobreza o una precariedad
insostenible o tuviéramos unos altos niveles de hambruna que produjeran la
muerte de muchas personas, entonces, se podrían encontrar algunas justificaciones.
Hay
que pensar que cuando algo amenaza la integridad de una persona, cuando percibimos
el miedo, desconfiamos. Sobre todo, cuando algo malo nos puede ocurrir o
aquello que nos pertenece se nos quita. Lastimosamente, lo “malo” sucede cuando
las situaciones no son las más idóneas para que podamos desarrollarnos y comportarnos
normalmente, es decir, con “libertad”. Y en ese sentido, la libertad es un
valor que nos ayuda a no sentir el miedo que ocasiona desconfianza. Pero los
hombres libres, ¿no desconfían? Sí, lo hacen, pero es una desconfianza
cualitativa y cuantitativamente diferente.
Más
de alguna vez, hemos escuchado esto de la “doble intención”. Es frecuente ver,
en los ámbitos laborales, los negocios, las amistades y las parejas, cómo las
personas condicionan sus relaciones porque sospechan de una doble intención en
los otros. Mantienen una distancia como si trataran de proteger algo y por
hacerlo no llegan a darse íntegramente. Como que siempre nos protegemos del
prójimo porque pensamos que en cualquier momento nos dañará.
Hoy
en día, se asume la desconfianza como algo completamente normal. Son muchas las
personas “previsoras” que ponen sus propiedades personales a nombre de terceros
para evitar litigios engorrosos, separación de bienes, etcétera. Esta cultura
ha alcanzado dimensiones extraordinarias dentro de nuestra sociedad. Hacemos
juicios anticipados sin contar con pruebas contundentes de lo que decimos o, al
revés, las pruebas que presentamos no son suficientes para demostrar la maldad
del prójimo.
Pero
tampoco se puede ser ingenuo. No vivimos rodeados de ángeles. En nuestro
entorno, pulula la gente oportunista e individualista que de todo pretende
sacar un beneficio. Sin embargo, las “excepciones” gracias a Dios todavía
subsisten. Mientras las haya se puede pensar que la transparencia es la cura
contra toda desconfianza. Si lo que hacemos es bueno, no tenemos nada que
esconder. Si lo que buscamos es el mejoramiento de la sociedad, de la familia,
de las personas, no es malo que se haga público.
Tenemos
que asumir nuestras palabras y gestos como tesoros que no debemos esconder
porque trasmiten la verdad y la representan, y pueden hacer posible que se
pueda creer en la honestidad de las personas, aunque parezca imposible.
Feliz
Día.
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