martes, 8 de octubre de 2019

Martes 8 de octubre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).  

Buenos Días: hoy vamos a celebrar a las santas Pelagia y Thais, y amanece a las 08:03 horas, en un día en que ya he visto en mi balcón una temperatura por debajo de los veinte grados, 19,5 para ser exactos, aunque hasta las 19:33 horas estoy seguro que el sol se encargara de hacer subir hasta que sintamos calor.
Me resulta curioso que en la situación actual en que vivimos exista una desconfianza tan grande en muchos ámbitos de la sociedad: ¿es normal que, en una época de paz y estabilidad socio-política, los hombres desconfíen unos de otros? ¿Existen factores sociales que potencien de alguna manera esa desconfianza? ¿Por qué la desconfianza pasa a ser parte de nuestra cultura?
Miro la televisión o escucho la radio, y me dicen, que los que están encarcelados no lo deben estar, los que cometieron estafas o fraudes durante décadas han traslado todo su dinero fuera del país y no hay pruebas suficientes para probarlo y andan por la calle sin ninguna vergüenza: los que mataron sabiendo lo que hacían son ahora exaltados. Es decir, hay una justificación para todo, y todo es por una justa razón. Por lo general, las situaciones de desconfianza se originan debido a que no hay constancia en los valores fundamentales: fidelidad, verdad, amistad, transparencia, etcétera.
Ciertas circunstancias y sistemas sociales favorecen estos contextos para que vivamos dudando unos de otros. Pero ahora no, si existiera una pobreza o una precariedad insostenible o tuviéramos unos altos niveles de hambruna que produjeran la muerte de muchas personas, entonces, se podrían encontrar algunas justificaciones.
Hay que pensar que cuando algo amenaza la integridad de una persona, cuando percibimos el miedo, desconfiamos. Sobre todo, cuando algo malo nos puede ocurrir o aquello que nos pertenece se nos quita. Lastimosamente, lo “malo” sucede cuando las situaciones no son las más idóneas para que podamos desarrollarnos y comportarnos normalmente, es decir, con “libertad”. Y en ese sentido, la libertad es un valor que nos ayuda a no sentir el miedo que ocasiona desconfianza. Pero los hombres libres, ¿no desconfían? Sí, lo hacen, pero es una desconfianza cualitativa y cuantitativamente diferente.
Más de alguna vez, hemos escuchado esto de la “doble intención”. Es frecuente ver, en los ámbitos laborales, los negocios, las amistades y las parejas, cómo las personas condicionan sus relaciones porque sospechan de una doble intención en los otros. Mantienen una distancia como si trataran de proteger algo y por hacerlo no llegan a darse íntegramente. Como que siempre nos protegemos del prójimo porque pensamos que en cualquier momento nos dañará.
Hoy en día, se asume la desconfianza como algo completamente normal. Son muchas las personas “previsoras” que ponen sus propiedades personales a nombre de terceros para evitar litigios engorrosos, separación de bienes, etcétera. Esta cultura ha alcanzado dimensiones extraordinarias dentro de nuestra sociedad. Hacemos juicios anticipados sin contar con pruebas contundentes de lo que decimos o, al revés, las pruebas que presentamos no son suficientes para demostrar la maldad del prójimo.
Pero tampoco se puede ser ingenuo. No vivimos rodeados de ángeles. En nuestro entorno, pulula la gente oportunista e individualista que de todo pretende sacar un beneficio. Sin embargo, las “excepciones” gracias a Dios todavía subsisten. Mientras las haya se puede pensar que la transparencia es la cura contra toda desconfianza. Si lo que hacemos es bueno, no tenemos nada que esconder. Si lo que buscamos es el mejoramiento de la sociedad, de la familia, de las personas, no es malo que se haga público.
Tenemos que asumir nuestras palabras y gestos como tesoros que no debemos esconder porque trasmiten la verdad y la representan, y pueden hacer posible que se pueda creer en la honestidad de las personas, aunque parezca imposible.

Feliz Día.

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