"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: 24’6 grados es la temperatura en este momento en el que esta saliendo el
sol, o sea, que son ahora las 07:58 horas, me parece un poco alta para estar en
el segundo día de octubre en el que se viene celebrando a los santos Ángeles
Custodios, o sea a los Ángeles de la Guarda de toda la vida, y si nadie lo
impide la temperatura subirá bastante hasta que a las 19:42 horas el sol nos abandone
hasta mañana.
Aprovechando
ayer la buena temperatura de la noche, me acerque al paseo a tomar el que puede
ser el último helado de la temporada, y en esos diálogos tan locuaces que surgen
cuando nuestro cuerpo recibe un poco más de azúcar del que esta acostumbrado salio
en la conversación el tan manido y tan poco definido del Bien Común.
Es
verdad que mucha gente no entiende bien este concepto del “bien común”. Al
menos todos deberíamos tener claro dos sentidos de “bien común”. Veamos; uno se
refiere a los bienes que elige y comparte una comunidad y, por tanto, son
comunes. Otro de refiere a los bienes que debe tener cada ser humano para ser
bueno y, por tanto, son bienes comunes para la bondad de todo ser humano,
bienes que tanto cada hombre como la comunidad deben procurar.
Por
todo esto es importante revisar si los bienes comunes elegidos colectivamente
son un “bien común” en el segundo sentido, es decir, un “bien para cada hombre”
por el hecho de ser humano.
Si
avanzamos un poco más en la reflexión nos daremos cuenta que entre los bienes
que elige y comparte una comunidad están sus leyes, su gobierno, su cultura,
sus instituciones, los servicios públicos, su patrimonio tangible (como
monumentos y edificios públicos) e intangible (como su lenguaje y su memoria
histórica). Estos bienes son comunes
porque son resultado de un esfuerzo, una vida y una elección colectivos. Por lo regular, la elección depende de lo que
decida una mayoría, y eso es válido siempre y cuando lo elegido por la mayoría
no sea contrario a la dignidad de un grupo o la dignidad de toda la población.
Muchas
tonterías se han cometido y se cometen en nombre del “bien común”, desde masacrar
a los judíos por pedirlo así una mayoría de los alemanes en tiempos de Hitler,
o uniformar a miles de millones de chinos porque Mao creía que todo “buen
chino” así debía lucir para ser todos iguales, hasta inventar falsos “derechos
humanos” como el de la eutanasia y el aborto.
Podemos
ver en el mundo muchas leyes que no pueden considerarse un “bien” sino un “mal
común”. Que las escoja una mayoría no
las hace buenas. Que una sociedad
practique esas leyes sólo nos informa que dicha sociedad se ha degradado.
Resulta
complicado ver estas leyes dentro de la cultura relativista en la que vivimos.
Es
cierto que en ocasiones lo que es bueno para ti no tiene que ser bueno para mí,
y viceversa. Es cierto, incluso, que hay
un rango de cosas que cada persona puede escoger. Pero que haya ocasiones en
que lo bueno para ti no lo sea para mí, que haya ocasiones en que puedo
inclusive elegir, no significa que por mi “odio” a las matemáticas pueda
negarme a aprender las tablas de multiplicar en la escuela.
Si
aplicáramos una visión relativista a nuestra vidas surgiría es “listillo” y diría
que estudiar esas tablas no es para él,
y otro “listillo” proclamará que, como tiene un gran corazón y lo quiere
compartir, lo suyo es gozar de un harem.
Así, otra dirá que abortará a su niño porque es un estorbo en su
desarrollo profesional. Uno más afirmará
que, en su caso, la usura no es sino la legítima supervivencia del más apto. Y otro justificará sus mentiras porque,
después de todo, “no existe la verdad”.
Este
problema del relativismo de ensancha cuando, para resolverlo, algunos líderes
del pensamiento o líderes políticos creen que sus caprichos son lo que conviene
a todos como “bien común”. Así Mao uniformó a los chinos. Esto no es “bien”
sino un “mal común”. Un grupillo poderoso
convierte sus perversiones en regla para toda una población, aunque ésta sea
sensata y sana.
Lo
que no quiere decir que no haya un bien común para cada hombre, como el abrazar
la verdad, el vivir las virtudes de la justicia, la prudencia, la fortaleza y
la templanza.
Pero
claro, para ello hay que desarrollar una correcta forma de pensar y razonar y
con ella conocer qué es el hombre, y con base en este conocimiento discernir
qué le conviene. Y esa forma correcta de
pensar y razonar difícilmente surgirá apegándose a dudosas modas intelectuales
o políticas.
Feliz
Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario