miércoles, 2 de octubre de 2019

Miércoles 2 de octubre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton). 

Buenos Días: 24’6 grados es la temperatura en este momento en el que esta saliendo el sol, o sea, que son ahora las 07:58 horas, me parece un poco alta para estar en el segundo día de octubre en el que se viene celebrando a los santos Ángeles Custodios, o sea a los Ángeles de la Guarda de toda la vida, y si nadie lo impide la temperatura subirá bastante hasta que a las 19:42 horas el sol nos abandone hasta mañana. 
Aprovechando ayer la buena temperatura de la noche, me acerque al paseo a tomar el que puede ser el último helado de la temporada, y en esos diálogos tan locuaces que surgen cuando nuestro cuerpo recibe un poco más de azúcar del que esta acostumbrado salio en la conversación el tan manido y tan poco definido del Bien Común.
Es verdad que mucha gente no entiende bien este concepto del “bien común”. Al menos todos deberíamos tener claro dos sentidos de “bien común”. Veamos; uno se refiere a los bienes que elige y comparte una comunidad y, por tanto, son comunes. Otro de refiere a los bienes que debe tener cada ser humano para ser bueno y, por tanto, son bienes comunes para la bondad de todo ser humano, bienes que tanto cada hombre como la comunidad deben procurar.
Por todo esto es importante revisar si los bienes comunes elegidos colectivamente son un “bien común” en el segundo sentido, es decir, un “bien para cada hombre” por el hecho de ser humano.
Si avanzamos un poco más en la reflexión nos daremos cuenta que entre los bienes que elige y comparte una comunidad están sus leyes, su gobierno, su cultura, sus instituciones, los servicios públicos, su patrimonio tangible (como monumentos y edificios públicos) e intangible (como su lenguaje y su memoria histórica).  Estos bienes son comunes porque son resultado de un esfuerzo, una vida y una elección colectivos.  Por lo regular, la elección depende de lo que decida una mayoría, y eso es válido siempre y cuando lo elegido por la mayoría no sea contrario a la dignidad de un grupo o la dignidad de toda la población.
Muchas tonterías se han cometido y se cometen en nombre del “bien común”, desde masacrar a los judíos por pedirlo así una mayoría de los alemanes en tiempos de Hitler, o uniformar a miles de millones de chinos porque Mao creía que todo “buen chino” así debía lucir para ser todos iguales, hasta inventar falsos “derechos humanos” como el de la eutanasia y el aborto.
Podemos ver en el mundo muchas leyes que no pueden considerarse un “bien” sino un “mal común”.  Que las escoja una mayoría no las hace buenas.  Que una sociedad practique esas leyes sólo nos informa que dicha sociedad se ha degradado.
Resulta complicado ver estas leyes dentro de la cultura relativista en la que vivimos.
Es cierto que en ocasiones lo que es bueno para ti no tiene que ser bueno para mí, y viceversa.  Es cierto, incluso, que hay un rango de cosas que cada persona puede escoger. Pero que haya ocasiones en que lo bueno para ti no lo sea para mí, que haya ocasiones en que puedo inclusive elegir, no significa que por mi “odio” a las matemáticas pueda negarme a aprender las tablas de multiplicar en la escuela.
Si aplicáramos una visión relativista a nuestra vidas surgiría es “listillo” y diría  que estudiar esas tablas no es para él, y otro “listillo” proclamará que, como tiene un gran corazón y lo quiere compartir, lo suyo es gozar de un harem.  Así, otra dirá que abortará a su niño porque es un estorbo en su desarrollo profesional.  Uno más afirmará que, en su caso, la usura no es sino la legítima supervivencia del más apto.  Y otro justificará sus mentiras porque, después de todo, “no existe la verdad”.
Este problema del relativismo de ensancha cuando, para resolverlo, algunos líderes del pensamiento o líderes políticos creen que sus caprichos son lo que conviene a todos como “bien común”. Así Mao uniformó a los chinos. Esto no es “bien” sino un “mal común”.  Un grupillo poderoso convierte sus perversiones en regla para toda una población, aunque ésta sea sensata y sana. 
Lo que no quiere decir que no haya un bien común para cada hombre, como el abrazar la verdad, el vivir las virtudes de la justicia, la prudencia, la fortaleza y la templanza.
Pero claro, para ello hay que desarrollar una correcta forma de pensar y razonar y con ella conocer qué es el hombre, y con base en este conocimiento discernir qué le conviene.  Y esa forma correcta de pensar y razonar difícilmente surgirá apegándose a dudosas modas intelectuales o políticas. 

Feliz Día.

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