"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Demasiados
son ya los días en los que no he visto el sol, hoy desde las 07:41 horas hasta
las 20:11 horas, estoy seguro que el astro “rey” lo intentará, no lo tendrá fácil
en el día en que conmemoramos la Exaltación
de la Santa Cruz.
Vuelve
otra vez a abrirse el debate sobre la eutanasia, ahora que todo parece indicar
que vamos a entrar en campaña electoral. Curiosamente, esta será la primera iniciativa
que se tramita esta legislatura en la Cámara baja, aunque su desarrollo dependerá
de si finalmente se forma Gobierno antes del 23 de septiembre o se convocan elecciones.
Por
lo tanto, es incluso probable que sea la única Ley que se tramite en esta legislatura
si finalmente los socialistas no consiguen pactar una investidura para su
líder, Pedro Sánchez.
En
este sentido, cabe preguntarse si es congruente en un contexto en el que los
españoles necesitan propuestas de alta política que mejoren el empleo, la
educación y la sanidad sea esta la Ley que el PSOE decide primar por encima de
otras.
Pero
bueno, no quiero meterme en si conviene o no conviene políticamente abrir este
debate, debate que por cierto como todos los “debates” que se suscitan en
Occidente, tienen un final cantado. Lamento decirlo, pero estoy casi seguro que
todas las legislaciones de los países occidentales agregarán, de aquí a unos
pocos años, el sarcásticamente llamado “derecho a una muerte digna”, que con el
tiempo, de forma progresiva y furtiva, siempre adornada con los eufemismos de
una falsa “compasión”, se impondrá como un instrumento formidable para,
digámoslo claro, el exterminio de enfermos y ancianos.
Si
nos paramos un poco a pensar nos daremos cuenta que la tácticas para ir introduciendo
la eutanasia en nuestras vidas ha cambiado. Hace años el escenario en que se
hacia necesaria era siempre el provocado por los sufrimientos insoportables de
la persona y era un gesto de compasión, por cierto sorprendente.
Hoy
en día, si nos fijamos un poco en los medios de comunicación, nos daremos
cuenta que se esta proponiendo la eutanasia sobre todo como una elección
personal y se pretende su reconocimiento como una expresión del pluralismo, o
incluso como una exigencia de respeto a la voluntad y a la autonomía de quien
prefiere la muerte a la vida.
Y
es que, legalizar la eutanasia significa no solo eliminar las sanciones
legales, sino sobre todo predisponer estructuras y procedimientos sanitarios
que la hagan “accesible y segura” para todos. Según mi forma de ver el tema, una
ley tolerante ofrecería una solución permisiva incentivando una costumbre,
según mi opinión, inhumana, en perjuicio de otras soluciones que son éticamente
más justas.
Los
partidarios de la eutanasia se han dado cuenta de que era necesario volver a
definir el papel del médico para que no sea él, sino el paciente, el que
disponga la acción letal. Se han acercado así a la noción de suicidio. De esta
forma, el concepto tradicional, pero ambiguo, de eutanasia está cediendo el
paso al más racional y engañoso de “suicidio asistido”. El concepto de
“suicidio asistido” se sitúa a medio camino entre el suicidio y la eutanasia
voluntaria, que presuponen la clara voluntad de morir por parte de la persona.
Se
piensa que así la persona tiene más dignidad, que la “dignidad humana” es
renegar de nuestra naturaleza y acabar solicitando que nos maten cuando ya no
nos sentimos sanos. La gran paradoja de todo esto es que la libertad individual
que nos quieren vender, en cuanto aparece en escena el sufrimiento, se
convierte en desesperación y angustia y nos lleva a autodestruirnos o a pedir
que nos destruyan.
Que
los representantes políticos de una sociedad lleguen a la conclusión de que lo
óptimo para el final de la vida es aplicar una solución veterinaria denota una
pérdida absoluta de sentido. La muerte provocada nunca es la solución a un
problema.
Feliz
Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario