"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Hoy,
día de san Gregorio Magno el sol saldrá a las 07:32 horas y estará con nosotros
hasta las 20:28 horas.
Ayer
me encontré con un proverbio sueco que afirma: “la tarde sabe lo que la mañana nunca sospechó”, y es verdad.
Durante
la mayor parte de mi vida, me he considerado joven. He tratado de mantenerme
joven permaneciendo al corriente de lo que estaba pasando en el entorno
cultural de los jóvenes, sus películas, su música e incluso con su jerga.
Pero
la naturaleza no perdona. Nadie permanece joven siempre. Además, me he dado
cuenta que el envejecimiento normalmente no nos anuncia su llegada. No lo ves
venir, hasta que un día te ves en un espejo mientras comparas una foto de hace
unos años o recibes el diagnóstico de tu médico, y de repente descubres de que
ya no eres una persona joven. Viene de sorpresa. Al principio lo negamos, nos
resistimos, nos enfrentamos a él, pero terminamos, poco a poco y algo de amargura,
aceptándolo.
Ese
día llega a todos, ha llegado, y comienzas a darte cuenta de que es verdad
cuando empiezas a notar que la gente joven se mueve en unos círculos muy
distintos a los tuyos, que no te incluyen a ti, y tú pareces atontado y fuera
de lugar cuando tratas de acercarte. Llega un día en que tienes que aceptar que
ya no eres joven a los ojos del mundo, ni a los tuyos.
Aunque
tengo que decir que el envejecimiento del alma es algo muy diferente, el alma
no envejece, madura. Podemos permanecer jóvenes de alma mucho tiempo después de
que el cuerpo nos empiece a fallar, en realidad deberíamos ser siempre jóvenes
de espíritu.
Las
almas se comportan de forma diferente a los cuerpos, pues los cuerpos están
hechos para morir. En todo cuerpo viviente, la vida tiene un camino de salida,
un final, mientras que el alma no sigue ese camino, solo avanza por una senda
en la que cada vez es más profunda, más rica y con más conocimiento. La vejez
nos obliga, normalmente contra nuestra voluntad, a atender a nuestra alma con más
profundidad, a empezar a entenderla y ha sacar de sus profundidades sus enigmas;
y el envejecimiento de nuestro cuerpo juega un papel fundamental en esto. Como
el buen vino, que debe ser envejecido en viejos toneles. Así lo hace también el
alma.
La
vejez, lo queramos o no, nos obliga a ahondar más profundamente en el misterio
de la vida, de nuestra vida y de la que nos rodean. En realidad nuestra alma no
envejece, madura como el vino, y así siempre vamos a poder ser jóvenes de espíritu.
Nuestro
estimulo, nuestro anhelo, nuestro ingenio, nuestra pasión y nuestro humor no se
deben apagar con la edad; ya que ellos deben ser la base de nuestra alma
madura. Por eso, al final, hacerse viejo es un don, incluso sin ser deseado.
El envejecimiento nos lleva a un lugar más
profundo, tanto si queremos ir como si no. Como la mayoría de personas de mi
edad, yo todavía no me he hecho a la idea, y aún me gusta considerarme joven. Por
eso me alegré cuando me jubilé, no porque fuera feliz de tener ya la edad, sino
fui feliz precisamente por estar vivo y ser lo suficientemente sabio para estar
agradecido por todo lo que he ido descubriendo día a día.
Es verdad el refrán sueco: “la tarde sabe lo que la
mañana nunca sospechó”, pues con la vejez he descubierto lugares en mi alma que
en mi juventud nunca hubiera imaginado.
Feliz
Día.
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