martes, 3 de septiembre de 2019

Martes 3 de septiembre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).

Hoy, día de san Gregorio Magno el sol saldrá a las 07:32 horas y estará con nosotros hasta las 20:28 horas.
Ayer me encontré con un proverbio sueco que afirma: “la tarde sabe lo que la mañana nunca sospechó”, y es verdad.
Durante la mayor parte de mi vida, me he considerado joven. He tratado de mantenerme joven permaneciendo al corriente de lo que estaba pasando en el entorno cultural de los jóvenes, sus películas, su música e incluso con su jerga.
Pero la naturaleza no perdona. Nadie permanece joven siempre. Además, me he dado cuenta que el envejecimiento normalmente no nos anuncia su llegada. No lo ves venir, hasta que un día te ves en un espejo mientras comparas una foto de hace unos años o recibes el diagnóstico de tu médico, y de repente descubres de que ya no eres una persona joven. Viene de sorpresa. Al principio lo negamos, nos resistimos, nos enfrentamos a él, pero terminamos, poco a poco y algo de amargura, aceptándolo.
Ese día llega a todos, ha llegado, y comienzas a darte cuenta de que es verdad cuando empiezas a notar que la gente joven se mueve en unos círculos muy distintos a los tuyos, que no te incluyen a ti, y tú pareces atontado y fuera de lugar cuando tratas de acercarte. Llega un día en que tienes que aceptar que ya no eres joven a los ojos del mundo, ni a los tuyos.
Aunque tengo que decir que el envejecimiento del alma es algo muy diferente, el alma no envejece, madura. Podemos permanecer jóvenes de alma mucho tiempo después de que el cuerpo nos empiece a fallar, en realidad deberíamos ser siempre jóvenes de espíritu.
Las almas se comportan de forma diferente a los cuerpos, pues los cuerpos están hechos para morir. En todo cuerpo viviente, la vida tiene un camino de salida, un final, mientras que el alma no sigue ese camino, solo avanza por una senda en la que cada vez es más profunda, más rica y con más conocimiento. La vejez nos obliga, normalmente contra nuestra voluntad, a atender a nuestra alma con más profundidad, a empezar a entenderla y ha sacar de sus profundidades sus enigmas; y el envejecimiento de nuestro cuerpo juega un papel fundamental en esto. Como el buen vino, que debe ser envejecido en viejos toneles. Así lo hace también el alma.
La vejez, lo queramos o no, nos obliga a ahondar más profundamente en el misterio de la vida, de nuestra vida y de la que nos rodean. En realidad nuestra alma no envejece, madura como el vino, y así siempre vamos a poder ser jóvenes de espíritu.
Nuestro estimulo, nuestro anhelo, nuestro ingenio, nuestra pasión y nuestro humor no se deben apagar con la edad; ya que ellos deben ser la base de nuestra alma madura. Por eso, al final, hacerse viejo es un don, incluso sin ser deseado.
El envejecimiento nos lleva a un lugar más profundo, tanto si queremos ir como si no. Como la mayoría de personas de mi edad, yo todavía no me he hecho a la idea, y aún me gusta considerarme joven. Por eso me alegré cuando me jubilé, no porque fuera feliz de tener ya la edad, sino fui feliz precisamente por estar vivo y ser lo suficientemente sabio para estar agradecido por todo lo que he ido descubriendo día a día.
Es verdad el refrán sueco: “la tarde sabe lo que la mañana nunca sospechó”, pues con la vejez he descubierto lugares en mi alma que en mi juventud nunca hubiera imaginado.

Feliz Día.

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