"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Igual
que ayer, hoy, vamos a continuar con las
mismas dificultades para que nos alumbre el sol desde las 07:40 horas hasta las
20:14, un día en el que también vamos a notar una bajada de las temperaturas,
ahora en mi balcón tengo 21,3 grados. Un día complicado, en lo meteorológico, para celebrar la festividad de san Guidón.
Estamos
asistiendo en la Audiencia Provincial de Almería al juicio de Ana Julia Quezada
por el presunto asesinato del niño Gabriel Cruz. Lo que me estremece es el
incomprensible sufrimiento de un inocente al que además se le ha arrebatado la
vida. Siempre el sufrimiento de un inocente nos deja paralizados, sin una
explicación razonable. No hay respuesta. Cualquier respuesta y explicación que
nos den será insuficiente. A nuestra razón le cuesta aceptar que pueda existir
una voluntad firme y decidida de hacer daño.
Si
fuésemos animales, encontraríamos respuestas, no condenamos la falta de ética
de una araña que mata a una mosca, en cambio, si condenamos a una persona que
mata una cría de perro. Está clara la diferencia a la hora de juzgar lo que
hacen los animales y lo que hacen las personas: damos por supuesto que los humanos
tenemos una libertad que nos hace responsables de nuestros actos.
Y,
esta es la cuestión, hay personas que no ven claras estas diferencias, algunos
llegan a decir, que en el fondo no hay diferencias radicales entre los hombres
y los animales. Me causa extrañeza que algunas de estas personas condene
moralmente algunos comportamientos de las personas, porque si lo pensamos un
poco, esto implica que considerar injusto, malo o despreciable un
comportamiento implica aceptar una libertad que no puede convivir con la idea
de igualdad con los animales.
Al
mismo tiempo, es contradictorio asumir que no hay diferencias radicales,
apelando a teorías evolucionistas, entre hombres y animales, y condenar a las
personas por ciertos comportamientos mientras no se condena ni corrige a los animales
por comportamientos similares.
Nuestras
acusaciones contra las personas solo tienen una justificación moral si
admitimos que existe algo radicalmente distinto entre un hombre y un animal. En
caso contrario, esas acusaciones carecerían de validez racional y supondrían un
trato sorprendentemente discriminatorio.
En
cambio, pensar que los hombres somos libres por tener una moral, por ser esencialmente
diferentes respecto de los animales, nos permite no solo acusar a los que se
comportan mal, sino también aplaudir y premiar a quienes lo hacen con honradez
y sentido de la justicia.
Porque,
como nos han recordado a través de la historia muchos autores, nuestras acciones
son responsabilidad propia, menos en los casos de locura o de otros graves
daños que impiden el ejercicio de la inteligencia.
Cuando una acción humana surge desde nuestra
libertad, tiene un peso moral único, aplicable solamente a quienes poseemos
inteligencia, voluntad y capacidad de autodominio.
Feliz
Día.
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