jueves, 12 de septiembre de 2019

Jueves 12 de septiembre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton). 

Igual que ayer, hoy,  vamos a continuar con las mismas dificultades para que nos alumbre el sol desde las 07:40 horas hasta las 20:14, un día en el que también vamos a notar una bajada de las temperaturas, ahora en mi balcón tengo 21,3 grados. Un día complicado, en lo meteorológico,  para celebrar la festividad de san Guidón.
Estamos asistiendo en la Audiencia Provincial de Almería al juicio de Ana Julia Quezada por el presunto asesinato del niño Gabriel Cruz. Lo que me estremece es el incomprensible sufrimiento de un inocente al que además se le ha arrebatado la vida. Siempre el sufrimiento de un inocente nos deja paralizados, sin una explicación razonable. No hay respuesta. Cualquier respuesta y explicación que nos den será insuficiente. A nuestra razón le cuesta aceptar que pueda existir una voluntad firme y decidida de hacer daño.
Si fuésemos animales, encontraríamos respuestas, no condenamos la falta de ética de una araña que mata a una mosca, en cambio, si condenamos a una persona que mata una cría de perro. Está clara la diferencia a la hora de juzgar lo que hacen los animales y lo que hacen las personas: damos por supuesto que los humanos tenemos una libertad que nos hace responsables de nuestros actos.
Y, esta es la cuestión, hay personas que no ven claras estas diferencias, algunos llegan a decir, que en el fondo no hay diferencias radicales entre los hombres y los animales. Me causa extrañeza que algunas de estas personas condene moralmente algunos comportamientos de las personas, porque si lo pensamos un poco, esto implica que considerar injusto, malo o despreciable un comportamiento implica aceptar una libertad que no puede convivir con la idea de igualdad con los animales.
Al mismo tiempo, es contradictorio asumir que no hay diferencias radicales, apelando a teorías evolucionistas, entre hombres y animales, y condenar a las personas por ciertos comportamientos mientras no se condena ni corrige a los animales por comportamientos similares.
Nuestras acusaciones contra las personas solo tienen una justificación moral si admitimos que existe algo radicalmente distinto entre un hombre y un animal. En caso contrario, esas acusaciones carecerían de validez racional y supondrían un trato sorprendentemente discriminatorio.
En cambio, pensar que los hombres somos libres por tener una moral, por ser esencialmente diferentes respecto de los animales, nos permite no solo acusar a los que se comportan mal, sino también aplaudir y premiar a quienes lo hacen con honradez y sentido de la justicia.
Porque, como nos han recordado a través de la historia muchos autores, nuestras acciones son responsabilidad propia, menos en los casos de locura o de otros graves daños que impiden el ejercicio de la inteligencia.
 Cuando una acción humana surge desde nuestra libertad, tiene un peso moral único, aplicable solamente a quienes poseemos inteligencia, voluntad y capacidad de autodominio.

Feliz Día.

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