jueves, 2 de marzo de 2023

¿En cuantos viajes hemos encontrado las respuestas?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).

Si algo vamos aprendiendo en cada viaje es que no vamos en busca de la diversión ni el placer, ni para alcanzar un objetivo ni una meta, en el fondo nos hemos dado cuenta de que viajamos para encontrar un sentido, un sentido a nuestro quehacer diario. 

Tal vez esto no nos suceda en los primeros viajes pues solemos comenzar haciendo turismo, pero según vamos conociendo lugares y personas el turista va dejando paso al viajero y esté ya necesita algo más que monumentos que admirar. Tal vez sea por la enorme cantidad de horas que pasamos pedaleando y pensando, haciéndonos preguntas y respondiéndolas, lo que nos lleva a esas preguntas que necesitan cada vez más instantes de tranquilidad y serenidad para imaginar unas respuestas que nos dejen satisfechos.

¿En cuantos viajes hemos encontrado las respuestas? Y sin embargo al poco tiempo necesitamos volver a perfeccionar esa respuesta que ya no nos sirve, volvemos a subirnos a la bicicleta y vamos a buscarla.

Hace tan solo medio siglo la mayoría de las personas, hombres y mujeres de otra generación solo se habrían formulado esas preguntas en su lecho de muerte. Antes la persona hacía lo que debía de hacer, hacia su deber sin mayores preocupaciones. Hoy las cosas han cambiado, esos hombres y mujeres necesitan descubrir por ellos mismos el porqué de ese deber; necesitan asimilar por qué es importante para sus vidas, por qué es necesario hacer lo que hacen.  

Ahora estamos en un tiempo de mucha libertad, tal vez demasiada libertad y, nadie nos dice qué hacer y la persona debe descubrirlo por sí mismo. Ya no nos basta con recibir respuestas de personas de las que reconocemos su autoridad en estos temas, ni seguir sus consejos, ahora se necesita descubrir o reconocer por nosotros mismos esas respuestas, descubrir algo tan valioso a lo que dedicarle nuestra vida. Necesitamos descubrir, nuestro modo de servir, necesitamos descubrir para qué vivimos, por qué estamos vivos. Esto termina por convertirse en un gran reto para nuestra libertad y en una enorme responsabilidad.

En esa búsqueda, los viajes en bicicleta ponen a nuestro alcance las herramientas necesarias para encontrar esas respuestas, no se trata de que en ellos están las soluciones, sino que nos sirven de ayuda para descubrirlas y afinar nuestra conciencia, nuestra libertad y responsabilidad; facultades con las que seremos capaces de reconocer y perseguir por nosotros mismos lo que realmente importa.

Para entender un poco todo esto puede servir el ejemplo del barco anclado en el puerto; el barco parece un barco cuando está en el muelle, pero es realmente barco cuando navega, no está hecho para estar en la tranquilidad de un puerto, sino para cruzar los mares. A un hombre le sucede lo mismo, parece persona, pero es realmente persona cuando hace algo, cuando se dirige a algo que está fuera de él, cuando sirve a los demás. Un barco, un hombre, que no descubre que tiene velas o motor, que tiene espíritu, nunca descubrirá que está hecho para navegar, para servir, y de esta manera podrá ser un barco o un hombre muy elegante, pero se sentirá inútil.

La vida plena no se reconoce por las horas que pasamos viajando con la bicicleta o por las horas que se ha estado estacionado disfrutando de la comodidad y de la diversión. Para tener una vida útil, se necesitan horas de navegación y de kilómetros con la bicicleta; necesitamos descubrir primero, que tenemos conciencia, libertad y responsabilidad, y luego, que estamos llamados y hechos para la grandeza: para perseguir algo valioso que está fuera de nosotros. Y aquí es cuando los viajes en bicicleta nos pueden ser de gran ayuda. 

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