¡¡¡Buenos días!!!
Cuando
me paseo por las calles de Pego y mantengo breves conversaciones con mis
vecinos, con los tertulianos del café y con mis compañeros de hobbies, echo en
falta una visión de futuro. Da la impresión de que la gran mayoría de personas
se esfuerza por complacerse a sí misma, y esto les dificulta su capacidad para
mirar y de vivir hacia adelante.
Nos
encontramos atentos a lo que pide el mercado, nos preocupamos por conseguir la
mayor cantidad de satisfacciones posibles, y nos encontramos disminuidos para
imaginar lo que vendrá, ya que estamos demasiado ocupados en conseguir un
bienestar corporal y mental.
Lo
curioso es que una vez que hemos saciado las necesidades básicas y las tenemos
aseguradas, las personas aumentamos nuestro repertorio de necesidad y empiezan
a aparecer innumerables necesidades innecesarias. Cuando nos sumergimos en ese
mar de deseos que nos ofrece esta sociedad de autoconsumo pensamos,
efectivamente, que escogemos y que somos libres. Pero lo cierto es que esa
sobreestimulación y la gran cantidad de deseos nos lleva a un estado de
saturación que afecta nuestra salud mental y a una frustración espiritual, a
ese sentimiento de no estar haciendo lo que siento que debería hacer con mi
vida, es lo que muchas personas denominan, vacío existencial.
Todo
lo anterior, a su vez, nos lleva a no ver con claridad la realidad y merma la
capacidad que tenemos para captarla e interpretarla. Y en esa realidad que nos
hemos formado ya no somos capaces de encontrar un sentido a nuestra vida, no
sabemos qué hacer ni a dónde ir. Pues, en nuestro día a día en el que cambiamos
y demandamos tanto, ya no somos capaces de proyectarnos, de ilusionarnos y de
soñar.
El
vivir al día, el estar en un presente continuo, nos lleva a desvalorizarlo ya
que éste ya no tiene proyección. Si lo normal de un hombre es vivir el presente
anticipando el futuro o sea lo que sucederá mañana, lo propio de un animal y
del hombre que se encuentra reducido a liberar sus tensiones es la de
conformarse con la satisfacción de lo inmediato. Y resulta que cuando perdemos
nuestra visión de futuro nuestro presente se deshumaniza. Al final, como solo
ponemos nuestro entusiasmo en satisfacer las necesidades inmediatas, termina
por darnos igual.
Al
actuar pensando solo en el ocio se corre el riesgo de caer en la monotonía.
Esto es: el hombre deja que aquello por lo que un día creyó o decidió
perseguir, muera por sí solo.
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