¡¡¡Buenos días!!!
Hace unos días Pau Gasol recibió el reconocimiento
que creo que le faltaba para completar su gran carrera en el baloncesto. Por si
aún le quedaban títulos por ganar, los Lakers le rindieron otro homenaje
retirando su dorsal número 16, algo a la altura de tan sólo unos pocos. Es según mi opinión la consagración de una
leyenda, y la entrada en la puerta de la eternidad de este deporte.
Podría hablar de sus títulos, de su calidad, de su
humildad y hasta de la altura de su discurso en este homenaje. Sin embargo, si
lo pensamos un poco veremos que estos actos, este y otros reconocimientos y la
liturgia, en este caso del baloncesto, hablan de un anhelo profundo que existe
en las personas. Todos necesitamos trascender nuestra propia existencia. Es
decir, queremos dejar una señal en el mundo, queremos traspasar nuestros
límites humanos. Esto es algo más que la fama o el reconocimiento, es el
deseo de existir para siempre, en la eternidad.
El deporte, al fin y al cabo, no es otra cosa que un
reflejo de lo que somos las personas, como si fuera un pequeño laboratorio de gente
donde hacer ensayos. Aunque cueste creerlo, pasarán los Lakers y pasará el
baloncesto.
No obstante, cada uno de nosotros hemos de
preguntarnos qué estamos haciendo para trascender los límites de nuestra existencia y
que estamos intentando hacer para que nuestro nombre quede grabado para siempre
en la eternidad. Al fin y al cabo, la existencia nos la jugamos en algo más
grande, profundo y serio que las canchas de baloncesto.
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