“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton).
Dentro de unas horas el sol nos abandonará durante
el tiempo que transcurrirá desde las 21:27 horas hasta las 06:47 de mañana, espero que sean las suficientes para que la temperatura baje lo suficiente para
poder disfrutar, mañana, de un día no tan caluroso.
Me parece ver que en nuestra sociedad y en muchos
medios de comunicación existe una hostilidad hacia cierta creencia y su forma
de entender la vida. Lo advierto cuando siempre se sitúa el foco en sus faltas,
y se ignoran sus aciertos y algunas de sus buenas aportaciones.
Ante cualquier hecho o declaración, que como todos
sabemos se puede interpretar de diferente manera, siempre se busca llamar la
atención sobre la interpretación más negativa, deformando así esa realidad. Se
dan por ciertos absurdos estereotipos que no soportan la más mínima comparación
con lo que ha sucedido.
Siempre se olvida la inmensa labor que se hace con
decenas de miles de niños y adolescentes, de como sus centros acogen todo tipo
de actividades, incluidas vecinales, culturales, o de apoyo a alguna causa,
alcohólicos anónimos, drogodependientes, y tantas otras, y que son focos
inagotables de una solidaridad tangible, inmediata y desburocratizada. Pero no,
solo se recuerdan hechos que se presentan para mostrar hostilidad.
Es una concepción que no puede hacerse presente en
la vida pública. Yo puedo razonar desde la perspectiva de género, desde el
feminismo o del marxismo. Puedo sostener razones desde el animalismo,
veganismo, puedo dar razones desde el Islam. Pero cuando hablo desde el
cristianismo o más concretamente desde el catolicismo, funcionan dos tipos de hostilidades para
forzar mi silencio: “No nos importan tus razones, forman parte de una creencia
privada”.
Pero, ¿Desde cuándo y por qué es privada una
concepción colectiva y pública? O bien, “quieres imponer tus creencias”. Como
si hablar, postular, razonar, proponer, fuera una imposición. Y lo que se dice
desde los otros puntos de vista ¿no son imposiciones? ¿Dónde radica la diferencia?
Podría poner algunos ejemplos, pero supongo que no
hace falta, todos nos acordamos como se realizan actos que ridiculizan u
ofenden deliberadamente al usar imágenes religiosas para usos indecentes y que
son aclamados en nombre de la libertad de expresión, pero cuando algún católico
destacado hace oír su voz y cuestiona, por ejemplo, el aborto, debe ser
silenciado porque va contra la libertad.
Ya se que se dice que la sociedad es laica, pero es
que esa afirmación es falsa, una sociedad formada por personas, lo que es, es
plural. En todo caso, lo que será es neutral, laica no laicista son las
instituciones que representan a la sociedad. Hay mucha diferencia, una
diferencia que no se quiere ver.
En fin, ningún reconocimiento, mucho menosprecio,
ofensa, descalificación. ¿Por qué?
El cristianismo como cultura, recoge y enseña cada
día, cada domingo especialmente, a actuar bien, a dar sin esperar recibir, a
amar como donación, ha hacerlo no solo con los “tuyos” sino con los “enemigos”,
enseña el respeto, la contención, la educación en la virtud, la fidelidad, la
verdad, el trabajar con quienes no piensan como tú, el servir. Los que siguen
tales máximas, los católicos que quieren vivir como tales, se comportan en el
respeto a los demás. Ya se, que se me puede decir, con razón, que hay católicos
que no se comportan así, y en este sentido, este es un argumento que refuerza
la bondad del hecho cristiano, y no constituye un argumento en contra, porque
la responsabilidad no está en lo que se le dice que ha de hacer, sino en lo que
hace.
La mayoría de las grandes tendencias que hoy en día
más se valoran tienen sus bases en el cristianismo: el cuidado de la
naturaleza, la vida sencilla y mejor adaptada a ella en nuestras vidas y en el
trato a nuestro entorno, la celebración de la familia, los valores de dignidad
y respeto de todas las personas, sea cual sea su estado y condición, la búsqueda
y la realización de la belleza, la celebración de la cultura, la solidaridad,
la fraternidad, el bien común, el perdón y la redención.
Todo esto y mucho más es la traducción a la vida
secular del hecho cristiano. Es más, en algunos, bastantes, de estas tendencias
sin su raíz cristiana, o se pervierten o mueren. Es lo que está sucediendo, por
ejemplo, en nuestra sociedad con el espíritu del perdón, que va desapareciendo,
o el del amor entendido como acto de donación gratuito, que cada vez se
confunde más con el acto de posesión del otro, en razón de lo que me dan o me
niegan, es decir, amor limitado a conseguir mis deseos.
Tengo la impresión que toda esta hostilidad hacia
lo cristiano, como hecho social, es algo así como querer entrar en una espiral
de locura, aunque también hay que decir que es muy humano tener una vocación temeraria
y suicida, sobre todo en los sectarismos, pero la gente sensata, la mayoría con independencia
de sus creencias debería compartir el propósito de una normalización de la
concepción cristiana y de su cultura en la vida social y en la vida pública, que puede ayudarnos a salir de la mayoría de las dificultades en las que nos
encontramos y de las que nos amenazan en el futuro.
Quien quiera seguir esta fe que lo haga. Esta sí es
una cuestión personal, pero escuchemos sus razones con atención y respeto porque
gran parte de las respuestas están en ellas.
Me voy unos días de vacaciones.
Feliz Tarde.
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