jueves, 4 de julio de 2019

Jueves 4 de julio de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton). 

Otro minuto de sol que se nos escapa hoy, a las 21:29 horas se nos marchará a descansar, y volverá mañana a las 06:42 horas.
Nos encontramos muchas veces con razonamientos que tienen una apariencia de que son verdaderos pero que si los analizamos un poco no lo son tanto, uno de los que más se esta oyendo estos días es: no imponer a los demás nuestras creencias.
No hace falta que recuerde que este argumento es el que se utiliza para justificar leyes como la del divorcio, el aborto, etc., con el que se tranquiliza la conciencia de los que tienen que legislar, se dice que un legislador en ejercicio de su labor no puede imponer a los demás sus creencias.
Se sigue tergiversando el sano principio de respetar la libertad de los demás diciendo que no se deben imponer a los demás las opiniones acerca de la ley natural: si tu conciencia te lo impide, se dice, tú no te divorciarás, pero no tienes derecho a exigir que la ley prohíba el divorcio, a quien no cree que el matrimonio deba considerarse indisoluble. Y el mismo razonamiento se aplica al aborto, a la eutanasia, a las drogas, etc.
Con este planteamiento, si lo meditamos un poco, ¿a donde llevaríamos la función del Estado? Quizá se estaría llegando a la necesaria consecuencia del materialismo de reducir el Estado solo a la dirección económica. No podemos caer en semejante engaño.
Hay que dejar claro que impedir, luchar con medios nobles, para que una ley humana no contraríe a la ley natural, no es coartar la libertad de los demás, por muchos que sean los que pretendan esa ley. Al contrario, se trataría de quitar obstáculos para el ejercicio de la libertad, o no es humano oponerse a lo que facilita las miserias humanas.  
Una ley democráticamente establecida, si es contraria a la ley natural, es una injusticia y una tiranía (en realidad, no es democracia sino demagogia). Cuando hablamos de totalitarismos, de opresiones, de abusos de poder o de tiranía, tenemos una especial tendencia a imaginarnos a una persona o grupo minoritario de personas que impone la fuerza, la violencia —la injusticia en otras palabras— a la gran masa de la población. Y olvidamos que todo ello puede ser ejercido igualmente por un Parlamento o por una mayoría. Negar esto, conceder a la democracia el carisma creador de la justicia y de la moral, es trastocar los términos del problema y manipular el término democracia, dándole un sentido que no es el propio.
En otras palabras, la ley natural no debe es objeto de votaciones. La democracia es una forma de gobierno buena —sin duda la mejor y más deseable en nuestro contexto cultural— fundada, al igual que otras formas lícitas, en la ley natural. Es esta ley la que posibilita la democracia, porque la democracia se basa en la naturaleza del hombre y de la sociedad. Porque la democracia se funda en la ley natural, cuando de ella se separa, se corrompe y se transforma en esa corruptela que es la demagogia.
Democracia es, propiamente, nombre de forma de gobierno. Forma, no contenido. Se refiere a la forma de acceder los gobernantes al poder, a la forma de dictar las leyes, a la forma de controlar el ejercicio del poder. Pero la forma no altera el contenido. Cuando afirmamos que las leyes positivas deben ser conformes a la ley natural se alude a su contenido, y ello es válido, tanto para la ley dictada por un gobernante, como para la aprobada por un Parlamento o la establecida por referéndum o plebiscito. A todas las leyes, cualquiera que sea la forma de su establecimiento, es aplicable que deben ser justas. No solo el gobernante puede ser injusto, también lo puede ser el pueblo en su conjunto.
La democracia, no menos que el gobierno personal, está sometida a la ley impresa en la naturaleza. He ahí el radical sinsentido de someter a votación normas o principios de Derecho natural. Una ley democrática de discriminación racial, será democrática, pero no dejará de ser una sin razón, y una injusticia, y más que democrática habrá que llamarla demagógica.
Feliz Tarde.

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