“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la
democracia para hacer una revolución.” (G. K.
Chesterton).
Ya estamos en viernes, por fin
se termina una semana complicada, veo también que vamos a tener un buen día en
cuanto el sol haga su aparición a las 08:16 horas y este con nosotros hasta las
17:42 horas. El día a estas horas es frío, 10,4 grados pero estoy seguro que acertaré
con mi previsión pues el sol calentará.
La semana que viene nos vamos ha
encontrar con la Navidad, una de las fiestas más tradicionales y que más
arraigo tiene, a pesar de que todo lo que sea tradicional se este
menospreciando cada vez más. Y creo que es una equivocación.
Las personas cada vez están
más faltas de lazos, existe un desarraigo que vacía nuestra vida de sentido
humano, de objetivos y de esperanza, y aunque parezca mentira la tradición nos coloca
en el tiempo, nos sitúa en un lugar y nos otorga el sentido temporal de las
cosas que nos permite no perder el sentido de nuestra vida.
Ahora nos están vendiendo que
rompamos con la tradición, que esa ruptura nos liberará. Que lo importante es
el presente, y si lo convertimos en nuestra prioridad podremos hacer de nuestra
vida lo que queramos, nos sentiremos como
dioses. Hay que abrazar las nuevas ideas aunque sean una repetición de
los viejos errores de antaño, unos errores que sólo viéndolos desde la tradición
se delatan.
Porque la tradición nos une
con un sabiduría que tenemos acumulada y que nos sirve para explicar el mundo,
que nos ofrece soluciones a problemas en apariencia irresolubles, problemas que
otras personas confrontaron y dilucidaron antes que nosotros. Cuando los vínculos
con esa sabiduría almacenada son destruidos, cualquier intento de comprender
este mundo se hace añicos.
Es verdad que los hombres hemos
deseado siempre cambiar, pero los hombres con tradición desean ese cambio para
acercarse a aquello que no cambia; los que carecen de tradición, en cambio,
quieren cambiar para adaptarse a lo que continuamente esta cambiando.
Haciendo un pequeño esfuerzo
de imaginación podremos ver hacia donde nos dirigimos si olvidamos lo que somos;
veremos a los hombres haciendo girar sus vidas sobre ellos mismos en busca de
placeres inmediatos con los que llenar su espíritu, cada uno en busca de su
felicidad, rodeado de gente a la que no ve, los toca pero no los siente pues no
existe sino para sí mismo y para él sólo. Observaremos como sobre todos esos
hombres se eleva un Estado con un poder inmenso que sólo procura asegurar sus
goces, un Estado, minucioso, regular, divertido y benigno que se parece al
poder paterno, pero que no tiene por objeto preparar a los hombres para la edad
madura; sino que trata de fijarlos irrevocablemente en la infancia y quiere que
los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar.
Un Estado que necesita para
ello crear un enjambre de leyes complicadas, minuciosas y uniformes, a través
de las cuales los hombres con espíritus inquietos y las almas más vigorosas no pueden abrirse
paso y adelantarse a la muchedumbre. Porque no destruye las voluntades, pero
las ablanda, las somete y dirige; porque no destruye, pero impide crear; no
tiraniza, pero oprime; debilita y reduce, en fin, a cada comunidad a un rebaño
de animales cuyo pastor es el Estado.
Y un pueblo que se olvida de
su tradición camina hacia un destino muy parecido.
Feliz y Dulce Día.
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