“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la
democracia para hacer una revolución.” (G. K.
Chesterton)
Intenso día el de ayer, aunque
las consecuencias las estoy notando ahora, me ha costado mucho recorrer la
distancia que existe entre mi dormitorio y la sala de estar donde tengo el
ordenador, pero esto es otra historia que también merecería ser contada, pero
de momento os diré que el sol saldrá a las 08:03 horas y nos acompañará hasta
las 17:39.
El día promete aunque no creo
que lo pueda disfrutar mucho pues tengo las piernas bloqueadas, ahora la
temperatura es de 16,5 grados.
Ya se que muchos de vosotros
os estaréis preguntando si vale la pena sufrir para hacer deporte, pues parece
que el deporte es para divertirse. Que del sufrimiento se pueda obtener algo
positivo ha de ser, para más de uno, cosa de necios pues ¿quién puede decir que
obtiene algo del hecho mismo de sufrir?
Esa forma de pensar esta muy
alejada de la que se puede considerar propia de un maratoniano. Quien, no lo
olvidemos, corre para divertirse.
Es bien cierto, y no puedo
negarlo, que para que comprendáis los que no sois maratonianos lo que planteo,
hay que dar la vuelta a lo que comúnmente se entiende por sufrimiento y, como
no podía se de otra manera, pasarlo por el filtro de un corredor pues hay
realidades, como correr una maratón, que no son fáciles de comprender. Ahora
bien, que se puede comprender es más que verdad.
Voy a partir del hecho de que
el sufrimiento nos puede aportar algo positivo o sea que podemos sacarle un
fruto. Así, empezando de esta manera, doy mí opinión para que nadie pueda
llevarse a engaño. Fruto, lo que se dice fruto del sufrir, lo hay.
Hay que empezar diciendo que
el mayor fruto del sufrimiento en un maratoniano es, o supone, terminar la
maratón. Y quiero decir que la maratón no se termina sin antes tener que sufrir,
y sufrir mucho.
No podemos negar que un fruto como
es la maratón es más que importante para un corredor. Y lo es porque es uno de
de los retos que todo corredor anhela sin olvidar, eso sí, que a él solo llegará
después de un recorrido donde los problemas que se encontrará le aconsejarán
muchas veces que abandone.
Los corredores, al igual que
los seres humanos, por propia naturaleza, evadimos el dolor y el sufrimiento. Por
instinto reaccionamos, por ejemplo, evitando cualquier objeto que pueda
herirnos. Cuando identificamos que quien nos esta llamando por teléfono es
alguien que nos causara problemas, no contestamos. Nuestra reacción inmediata,
al igual que la de la mayoría de los animales, es evitar lo que nos sea nocivo
y lo que nos pueda causar dolor.
No obstante, también somos
capaces de responder conscientemente y en formas que nos diferencian de manera
radical del resto del reino animal. Por ejemplo, podemos decidir enfrentar y
soportar el dolor por razones más elevadas. Así, sabiendo que la jeringa nos
lastima, decidimos no mover el brazo durante una inyección porque el poder de
la razón nos dice que con ella mejorará nuestra salud.
Para muchas personas en
nuestra sociedad, el sufrimiento se ha convertido en un mal que hay que evitar
a toda costa, llevándolas a tomar muchas decisiones irracionales y destructivas.
Si bien es cierto que el dolor
físico está presente en todo en el reino animal en general, la diferencia en
cuanto a los seres humanos es que nosotros somos conscientes de nuestro
sufrimiento y nos preguntamos el por qué; y mucho más sufrimos cuando no
encontramos una respuesta satisfactoria; necesitamos saber si nuestro
sufrimiento tiene un sentido.
Nos preguntamos; “¿por qué?
Sin embargo, analizándolo, ningún sufrimiento es «inútil», aunque efectivamente
mucho de él se pierde y desperdicia cuando lo rechazamos y nos negamos a
aceptar su sentido profundo.
El solo concepto de
«sufrimiento para mejorar» ya deja ver que el sufrimiento humano es mucho más
de lo que vemos a simple vista, y no solamente un mal que hay que rehuir
instintivamente. Más bien, es una fuerza incomprensible que puede moldearnos en
formas importantes y hacernos madurar; una fuerza con la que tenemos que aprender
a colaborar y aceptar como parte de nuestra vida.
En fin, me voy a pasear, a ver
si con el movimiento se van activando mis músculos y me puedo mover con un poco
más de soltura.
Feliz y Dulce Día.
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