miércoles, 19 de diciembre de 2018

Miércoles 19 de diciembre de 2018.

 “No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la democracia para hacer una revolución.” (G. K. Chesterton) 




El libro de George Orwell, “Rebelión en la Granja”, es uno de los libros que regalare en la noche de Reyes, así que ayer por la tarde leí en Internet su prologo, que curiosamente lo titula “La libertad de prensa” y en su ultimo párrafo hay una frase que aun resulta interesante: “Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír”.
Pero antes de seguir os tengo que decir que el sol nos saldrá a las 08:15 horas y estará con nosotros hasta las 17:41 horas y que ahora la temperatura es de 12,5 grados, no nos mantenemos por debajo de los dos dígitos.
Me resulto chocante la frase de Orwell porqué hoy nos encontramos en una fase de nuestra democracia que, si por algo se caracteriza, es por el esfuerzo que se realiza para agradar a la “ciudadanía”.  Mejor dicho, parece ser que gobernar no es otra cosa sino halagar a la ciudadanía, elogiando sus gustos, satisfaciendo sus deseos y gustos, alimentando muchas veces sus bajas pasiones, etcétera. Si observamos un poco la actualidad nos daremos cuenta que a nuestros gobernantes les resulta ya casi imposible adoptar medidas ásperas que contraríen las expectativas de sus votantes, todo son encuestas demoscópicas para que les sirvan de guía.
No me quiero olvidar de que a esa tarea se dedican también los medios de comunicación, que se rigen por la tiranía de las audiencias y encargan “estudios de mercado”, para establecer cuáles son las preferencias de su público. Y, en fin, no existe ahora casi ninguna instancia de poder que no actúe conforme a la máxima de decirle a su clientela lo que su clientela desea oír. Otra cosa es que, una vez halagados los deseos más primarios de su clientela, esas instancias de poder se dediquen luego hacer lo que más les apetezca, pero es lo mínimo que se debe hacer con quien previamente ha aceptado ser sobornado.
Tal vez el problema se encuentre en que no nos gusta que nos digan lo que no queremos oír, y si alguien lo hace lo condenamos al ostracismo, no voy a negar que existen algunos espíritus privilegiados capaces de oír, y diré más hasta de escuchar, aquello que no les gusta pero son muy pocos.
Por lo general, no soportamos que nos digan lo que no queremos oír, sobre todo cuando previamente nos han creado por todas partes una suerte de ilusión en la que siempre estamos oyendo lo que nos apetece oír; y en donde las cosas que nos molestan son unánimemente consideradas horribles.
Por supuesto, que siempre encontramos a algún medio de comunicación y partidos políticos que son rebeldes, pero así es como los prefieren sus seguidores, para imaginar que ellos también son rebeldes; pero esas cosas presuntamente molestas que dicen serán siempre veniales, referidas a cuestiones eventuales, por ejemplo; hablar mal contra tal o cual gobierno perecedero, o ridiculizar algún uso social de reciente cuño, o atacar ciertos excesos caricaturescos de las ideologías en boga, pero nunca en cambio atacarán los fundamentos filosóficos en los que se apoyan tales ideologías, ni discutirán el medio inmoral que ha amparado tales usos sociales, ni pondrán en solfa la legitimidad del poder que esos gobernantes perecederos invocan, porque saben que si lo hacen serán expulsados fulminantemente de los medíos de opinión publica.
Hoy en día como en épocas anteriores más totalitarias, aunque por razones muy distintas, no parece existir un derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír, o si existe, se trata de un camino seguro hacía el olvido y la inmolación.
Feliz y Dulce Día.

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