El libro de George Orwell,
“Rebelión en la Granja”, es uno de los libros que regalare en la noche de Reyes,
así que ayer por la tarde leí en Internet su prologo, que curiosamente lo
titula “La libertad de prensa” y en su ultimo párrafo hay una frase que aun
resulta interesante: “Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles
a los demás lo que no quieren oír”.
Pero antes de seguir os tengo
que decir que el sol nos saldrá a las 08:15 horas y estará con nosotros hasta
las 17:41 horas y que ahora la temperatura es de 12,5 grados, no nos mantenemos
por debajo de los dos dígitos.
Me resulto chocante la frase
de Orwell porqué hoy nos encontramos en una fase de nuestra democracia que, si
por algo se caracteriza, es por el esfuerzo que se realiza para agradar a la
“ciudadanía”. Mejor dicho, parece ser
que gobernar no es otra cosa sino halagar a la ciudadanía, elogiando sus
gustos, satisfaciendo sus deseos y gustos, alimentando muchas veces sus bajas
pasiones, etcétera. Si observamos un poco la actualidad nos daremos cuenta que
a nuestros gobernantes les resulta ya casi imposible adoptar medidas ásperas
que contraríen las expectativas de sus votantes, todo son encuestas
demoscópicas para que les sirvan de guía.
No me quiero olvidar de que a
esa tarea se dedican también los medios de comunicación, que se rigen por la
tiranía de las audiencias y encargan “estudios de mercado”, para establecer
cuáles son las preferencias de su público. Y, en fin, no existe ahora casi
ninguna instancia de poder que no actúe conforme a la máxima de decirle a su
clientela lo que su clientela desea oír. Otra cosa es que, una vez halagados
los deseos más primarios de su clientela, esas instancias de poder se dediquen
luego hacer lo que más les apetezca, pero es lo mínimo que se debe hacer con
quien previamente ha aceptado ser sobornado.
Tal vez el problema se
encuentre en que no nos gusta que nos digan lo que no queremos oír, y si
alguien lo hace lo condenamos al ostracismo, no voy a negar que existen algunos
espíritus privilegiados capaces de oír, y diré más hasta de escuchar, aquello
que no les gusta pero son muy pocos.
Por lo general, no soportamos
que nos digan lo que no queremos oír, sobre todo cuando previamente nos han creado
por todas partes una suerte de ilusión en la que siempre estamos oyendo lo que nos
apetece oír; y en donde las cosas que nos molestan son unánimemente
consideradas horribles.
Por supuesto, que siempre
encontramos a algún medio de comunicación y partidos políticos que son rebeldes,
pero así es como los prefieren sus seguidores, para imaginar que ellos también
son rebeldes; pero esas cosas presuntamente molestas que dicen serán siempre
veniales, referidas a cuestiones eventuales, por ejemplo; hablar mal contra tal
o cual gobierno perecedero, o ridiculizar algún uso social de reciente cuño, o atacar
ciertos excesos caricaturescos de las ideologías en boga, pero nunca en cambio
atacarán los fundamentos filosóficos en los que se apoyan tales ideologías, ni
discutirán el medio inmoral que ha amparado tales usos sociales, ni pondrán en
solfa la legitimidad del poder que esos gobernantes perecederos invocan, porque
saben que si lo hacen serán expulsados fulminantemente de los medíos de opinión
publica.
Hoy en día como en épocas anteriores
más totalitarias, aunque por razones muy distintas, no parece existir un
derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír, o si existe, se trata de un
camino seguro hacía el olvido y la inmolación.
Feliz y Dulce Día.
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