“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la
democracia para hacer una revolución.” (G. K.
Chesterton)
Los días pasan con una rapidez
a la que no estaba acostumbrado, miro el calendario y dentro de 10 días
estaremos en Noche Buena, ya metidos en Navidades y en el invierno, en fin, hoy
tendremos sol desde las 08:12 horas hasta las 17:39 y si el viento no molesta
mucho vamos a tener un día agradable a pesar de que ahora la temperatura en mí
balcón es de 12,3 grados.
La tarde de ayer se desarrolló
de una manera distinta, estuve de visitando a un enfermo en el hospital, y mientras
regresaba a casa me pude dar cuenta de lo mucho que hemos avanzado en nuestra
sociedad en lo todo lo que tiene que ver con la medicina y las buenas
instalaciones que tenemos. Repasaba un poco la historia y veía con en la antigüedad
era común observar personas enfermas por los caminos y en las plazas de los
pueblos. Si avanzaba un poco más en la historia veía como durante la Edad
Media, la caridad de los monjes en medio de guerras y epidemias fue convirtiendo
algunos monasterios en lugares de hospedaje para gente herida o gravemente
enferma. Hasta que hemos llegado a nuestros días donde ya tenemos innumerables
hospitales y clínicas para atender de la mejor forma posible a quien padece
algún mal.
Pero, sin embargo, a pesar de
todos los adelantos, a pesar del progreso de la técnica y de los avances
sanitarios, los enfermos siguen existiendo y muy a nuestro pesar siguen
sufriendo. Y no me estoy refiriendo al sufrimiento físico, que nuestra medicina
palia con eficacia, sino al verdadero dolor que se sufre al ser consciente de
estar enfermo.
Hay un dolor más profundo y
más desgarrador que el físico. Es el dolor de sentirse solo ante la enfermedad
y ver la indiferencia que provoca en los que nos rodean. Recuerdo el gran
alivio que experimentaba cuando en medio de alguna enfermedad se acercaba mí
madre con una sonrisa o cuando no hace mucho me visitaban mis amigos, una
simple palabra basta para hacer más ligeros esos momentos.
Estoy seguro que la enfermedad
llega, con o sin tarjeta de visita. Un accidente, un día de viento, un bulto
extraño en la espalda, un dolor de cabeza aparentemente inexplicable. Y
entonces empezaremos un camino que será difícil, primero intentaremos averiguar
que nos está pasando, luego buscaremos los remedios para curarnos y si podemos
intentaremos calmar nuestros dolores.
En todo ese camino hasta estar curados, ayuda y
consuela encontrar manos amigas que nos den buenos consejos, que las atenciones
médicas sean las adecuadas y si tenemos que sufrir, hacerlo acompañados por
quienes nos aman de verdad pues nos aliviara casi tanto o más que un calmante,
en caso contrario, sufrir solos en muchas personas aumenta el sentimiento de
pena que muchas veces les impide mejorar.
Feliz y Dulce Día.
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