viernes, 14 de diciembre de 2018

Viernes 14 de diciembre de 2018.

“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la democracia para hacer una revolución.” (G. K. Chesterton) 

Los días pasan con una rapidez a la que no estaba acostumbrado, miro el calendario y dentro de 10 días estaremos en Noche Buena, ya metidos en Navidades y en el invierno, en fin, hoy tendremos sol desde las 08:12 horas hasta las 17:39 y si el viento no molesta mucho vamos a tener un día agradable a pesar de que ahora la temperatura en mí balcón es de 12,3 grados.
La tarde de ayer se desarrolló de una manera distinta, estuve de visitando a un enfermo en el hospital, y mientras regresaba a casa me pude dar cuenta de lo mucho que hemos avanzado en nuestra sociedad en lo todo lo que tiene que ver con la medicina y las buenas instalaciones que tenemos. Repasaba un poco la historia y veía con en la antigüedad era común observar personas enfermas por los caminos y en las plazas de los pueblos. Si avanzaba un poco más en la historia veía como durante la Edad Media, la caridad de los monjes en medio de guerras y epidemias fue convirtiendo algunos monasterios en lugares de hospedaje para gente herida o gravemente enferma. Hasta que hemos llegado a nuestros días donde ya tenemos innumerables hospitales y clínicas para atender de la mejor forma posible a quien padece algún mal.
Pero, sin embargo, a pesar de todos los adelantos, a pesar del progreso de la técnica y de los avances sanitarios, los enfermos siguen existiendo y muy a nuestro pesar siguen sufriendo. Y no me estoy refiriendo al sufrimiento físico, que nuestra medicina palia con eficacia, sino al verdadero dolor que se sufre al ser consciente de estar enfermo.
Hay un dolor más profundo y más desgarrador que el físico. Es el dolor de sentirse solo ante la enfermedad y ver la indiferencia que provoca en los que nos rodean. Recuerdo el gran alivio que experimentaba cuando en medio de alguna enfermedad se acercaba mí madre con una sonrisa o cuando no hace mucho me visitaban mis amigos, una simple palabra basta para hacer más ligeros esos momentos.
Estoy seguro que la enfermedad llega, con o sin tarjeta de visita. Un accidente, un día de viento, un bulto extraño en la espalda, un dolor de cabeza aparentemente inexplicable. Y entonces empezaremos un camino que será difícil, primero intentaremos averiguar que nos está pasando, luego buscaremos los remedios para curarnos y si podemos intentaremos calmar nuestros dolores.
En todo ese camino hasta estar curados, ayuda y consuela encontrar manos amigas que nos den buenos consejos, que las atenciones médicas sean las adecuadas y si tenemos que sufrir, hacerlo acompañados por quienes nos aman de verdad pues nos aliviara casi tanto o más que un calmante, en caso contrario, sufrir solos en muchas personas aumenta el sentimiento de pena que muchas veces les impide mejorar.
 Feliz y Dulce Día.

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