lunes, 17 de diciembre de 2018

Lunes 17 de diciembre de 2018.

“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la democracia para hacer una revolución.” (G. K. Chesterton) 

Las tardes de domingo nos pueden proporcionar algunas veces descubrimientos agradables, la de ayer fue tropezarme con el libro “El continente salvaje” de Keith Lowe, me lo encontré en la búsqueda de los libros para regalar en Reyes, y como ahora se pueden leer algunas páginas antes de comprarlos, me sorprendió la primera frase; “Imaginemos un mundo sin instituciones”. La narración nos traslada a 1945 en Europa, justo después de finalizar al Segunda Guerra Mundial, pero antes de continuar os anuncio que el sol estará con nosotros desde las  08:14 horas y hasta las 17:40 horas, y que la temperatura es de 13.4 grados.  
Lo que sucedió, después de leer los primeros párrafos fue buscar que era lo que sabía sobre esa época de la historia de Europa, y no sabía nada, un período que si me habían enseñado algo lo tenía absolutamente olvidado. De hecho, estoy seguro, después de hacer algunas averiguaciones, que ganadores y perdedores contribuyeron al olvido, aunque hay que decir que la reconstrucción europea que empezó a generarse a finales de los años 50 contribuyo a ese olvido. Pero, antes, durante bastante tiempo, Europa vivió en un período de una completa anarquía.  No había trenes, ni puentes, ni tiendas, ni correos, ni teléfonos. Solo un brutal espíritu de supervivencia y también, como todo lo que acompaña a un sangriento conflicto, de venganza. Dicen que fue algo terrible, y difícilmente esas personas podían pensar que solo unos años después, su vida cambiaría y terminarían  pasando sus vacaciones en las costas soleadas de España. Todo era negro y sin salida, de una negritud mucho más terrible que la que ahora vivimos, infinitamente más terrible.
dónde quiero llegar con esta historia es que Europa se levantó, y tres hombres simbolizan esa resurrección: Adenauer, Schuman y De Gasperi. Pero para que todo esto fuera posible era necesario algo más: un gran capital moral.
Muchos europeos tuvieron la sensación de que un nuevo comienzo era posible, mucho más pacífico, democrático, benevolente. Necesitaron algo que es necesario, que está en la base de todo gran movimiento, el capital moral, un sistema de valores y virtudes compartidos que es de una naturaleza tal que es capaz de generar con su existencia toda clase de beneficios positivos tanto en bienes como en servicios.
El problema ahora de Europa y en último término de España, no es la crisis, ni la ausencia de personalidades políticas capaces de enfrentarse a los problemas actuales, es la destrucción de su capital moral, la incapacidad para disponer de un relato común que nos permita recuperarnos de la crisis.
Ahora de lo que se trataría sería de poseer unas capacidades morales comunes, capaces de hacernos compartir los que tenemos más con los que tenemos menos, pero no acudiendo mucho a las leyes de la economía sino acudiendo más a las leyes de la solidaridad. La mayoría de las personas deberían de ser conscientes de que solo con el esfuerzo, es decir con la exigencia, la eficacia, la productividad, conseguiremos que todo funcione mejor, pero sabiendo también que solo la justicia, es decir el reparto proporcional de las cargas de la crisis, más a quienes más tienen, permitirá reconstruir este capital moral que por definición solo puede ser colectivo.
En realidad, si lo pensamos un poco, lo que nos está sucediendo a pesar de la gravedad del paro, de los recortes en las prestaciones, es poca cosa si lo comparamos con otras situaciones graves que se han vivido en Europa o en España. Yo no he vivido la experiencia de una postguerra, pero sí tengo en la memoria las narraciones de mi padre y de mi madre sobre la dureza de aquellos momentos y la falta de futuro. Y, a pesar de ello, consiguieron avanzar y dotarnos de la sociedad del bienestar en la que mejor o peor hoy vivimos todos, en condiciones infinitamente superiores a las que tuvieron nuestros antecesores en los años cuarenta y buena parte de los cincuenta.
Ahora, estamos tal vez más asustados y preocupados por nuestro porvenir porque nos falta ese capital moral, que tiene la fuerza de dotarnos de fuerza y respuestas para hoy y esperanza para mañana.

Feliz y Dulce Día.

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