“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la
democracia para hacer una revolución.” (G. K.
Chesterton)
Las tardes de domingo nos pueden
proporcionar algunas veces descubrimientos agradables, la de ayer fue
tropezarme con el libro “El continente salvaje” de Keith Lowe, me lo encontré
en la búsqueda de los libros para regalar en Reyes, y como ahora se pueden leer
algunas páginas antes de comprarlos, me sorprendió la primera frase; “Imaginemos
un mundo sin instituciones”. La narración nos traslada a 1945 en Europa, justo
después de finalizar al Segunda Guerra Mundial, pero antes de continuar os
anuncio que el sol estará con nosotros desde las 08:14 horas y hasta las 17:40 horas, y que la
temperatura es de 13.4 grados.
Lo que sucedió, después de
leer los primeros párrafos fue buscar que era lo que sabía sobre esa época de
la historia de Europa, y no sabía nada, un período que si me habían enseñado
algo lo tenía absolutamente olvidado. De hecho, estoy seguro, después de hacer
algunas averiguaciones, que ganadores y perdedores contribuyeron al olvido, aunque
hay que decir que la reconstrucción europea que empezó a generarse a finales de
los años 50 contribuyo a ese olvido. Pero, antes, durante bastante tiempo, Europa
vivió en un período de una completa anarquía.
No había trenes, ni puentes, ni tiendas, ni correos, ni teléfonos. Solo
un brutal espíritu de supervivencia y también, como todo lo que acompaña a un
sangriento conflicto, de venganza. Dicen que fue algo terrible, y difícilmente esas
personas podían pensar que solo unos años después, su vida cambiaría y terminarían pasando sus vacaciones en
las costas soleadas de España. Todo era negro y sin salida, de una negritud
mucho más terrible que la que ahora vivimos, infinitamente más terrible.
A dónde quiero llegar con esta
historia es que Europa se levantó, y tres hombres simbolizan esa resurrección:
Adenauer, Schuman y De Gasperi. Pero para que todo esto fuera posible era
necesario algo más: un gran capital moral.
Muchos europeos tuvieron la
sensación de que un nuevo comienzo era posible, mucho más pacífico,
democrático, benevolente. Necesitaron algo que es necesario, que está en la
base de todo gran movimiento, el capital moral, un sistema de valores y
virtudes compartidos que es de una naturaleza tal que es capaz de generar con
su existencia toda clase de beneficios positivos tanto en bienes como en servicios.
El problema ahora de Europa y en
último término de España, no es la crisis, ni la ausencia de personalidades
políticas capaces de enfrentarse a los problemas actuales, es la destrucción de
su capital moral, la incapacidad para disponer de un relato común que nos
permita recuperarnos de la crisis.
Ahora de lo que se trataría
sería de poseer unas capacidades morales comunes, capaces de hacernos compartir
los que tenemos más con los que tenemos menos, pero no acudiendo mucho a las
leyes de la economía sino acudiendo más a las leyes de la solidaridad. La mayoría
de las personas deberían de ser conscientes de que solo con el esfuerzo, es
decir con la exigencia, la eficacia, la productividad, conseguiremos que todo
funcione mejor, pero sabiendo también que solo la justicia, es decir el reparto
proporcional de las cargas de la crisis, más a quienes más tienen, permitirá
reconstruir este capital moral que por definición solo puede ser colectivo.
En realidad, si lo pensamos un
poco, lo que nos está sucediendo a pesar de la gravedad del paro, de los
recortes en las prestaciones, es poca cosa si lo comparamos con otras situaciones
graves que se han vivido en Europa o en España. Yo no he vivido la experiencia
de una postguerra, pero sí tengo en la memoria las narraciones de mi padre y de
mi madre sobre la dureza de aquellos momentos y la falta de futuro. Y, a pesar
de ello, consiguieron avanzar y dotarnos de la sociedad del bienestar en la que
mejor o peor hoy vivimos todos, en condiciones infinitamente superiores a las
que tuvieron nuestros antecesores en los años cuarenta y buena parte de los cincuenta.
Ahora, estamos tal vez más
asustados y preocupados por nuestro porvenir porque nos falta ese capital
moral, que tiene la fuerza de dotarnos de fuerza y respuestas para hoy y esperanza
para mañana.
Feliz y Dulce Día.
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