“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la
democracia para hacer una revolución.” (G. K.
Chesterton)
Hoy un poco más tarde de lo
habitual pues he tenido que resolver unos pequeños detalles sobre la maratón de
mañana, pero ya estoy aquí con el sol ya fuera, pues lo he visto salir a las
08: 01 horas y espero verlo esconderse alrededor de las 17:39, aunque yo lo veré
desde Valencia. Ahora en mí balcón 11,6 grados.
Ya se que ayer deje muchas
preguntas en el aire, y aunque estuve parte de la tarde intentando aclarar mí
postura, voy a continuar haciéndolo ahora.
Pienso que el sujeto de la
autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad como titular de la
soberanía. Esto lo tengo claro. Entonces el pueblo traslada de varias formas su
soberanía a aquellos que elige libremente como sus representantes, pero debe
conservar la facultad de ejercitarla en el control de las acciones de los
gobernantes y también en su sustitución, en caso de que no cumplan satisfactoriamente
sus funciones. El sistema democrático que tenemos establecido, gracias a sus
procedimientos de control, nos permite y nos garantiza su mejor funcionamiento.
Pero, el solo consenso popular,
sin embargo, no debe ser suficiente para considerar justas todas las
actuaciones de la autoridad política. La autoridad que hemos elegido para que
nos represente debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y
morales esenciales. Y estos son innatos, derivan de la verdad misma del ser
humano y nos expresan y tutelan la dignidad de toda persona. Son valores, por
tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden crear,
modificar o destruir.
Y estos valores no se fundan
en mayorías de opinión que son provisionales y cambiantes, sino que deben ser
simplemente reconocidos, respetados y promovidos como elementos de una ley
moral objetiva, ley natural que tenemos inscrita en el mismo corazón del hombre.
Que estoy tratando de decir,
pues que la autoridad que nosotros hemos elegido debe emitir leyes justas, es
decir, que estén conformes a la dignidad de la persona humana. Por lo tanto si
un Estado no actúa en orden al bien común, desatiende su fin propio y por ello
mismo se deslegitima.
En fin, lo dejo de momento
pues me tengo que preparar pues dentro de unas horas me voy a por la maratón.
Feliz y Dulce Día.
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