“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la
democracia para hacer una revolución.” (G. K.
Chesterton)
Hoy por fin hemos conseguido
bajar de los 10 grados en mí balcón, 9,3 grados, se ve que se va preparando del
ambiente para las Navidad. De momento, aunque ahora hace frío, vamos a tener un
buen día pues el sol que estará con nosotros desde las 08:14 horas hasta las 17:41 nos ayudará a
calentar el ambiente.
Os habéis parado alguna vez a
analizar los desequilibrios y las contradicciones que se producen en nuestra
forma de actuar cuando se nos rompe la relación existente entre nuestra razón
teórica y nuestra razón práctica. Voy a ver si me explico un poco mejor, cuando
digo razón teórica me estoy refiriendo a nuestra capacidad para llegar a
conclusiones y obtener principios y verdades universales y por razón práctica,
a nuestra capacidad para aplicar aquellos principios en nuestra vida diaria.
El principal problema de hoy
en día es que queremos negar la existencia de principios y verdades
universales, por lo que nuestra razón práctica no tiene referencias y claro
intenta llenar ese hueco tomando decisiones a la desesperada viéndose obligada muchas
veces a “sobreactuar” olvidándose de la prudencia y de la mesura, lo que inevitablemente
se traduce en actitudes apasionadas y exaltadas.
Voy a poner un ejemplo; mirad
lo que esta sucediendo con la independencia de Cataluña. Nuestra razón teórica
nos dice que la supervivencia de una comunidad política que sea diga de ese
nombre es imposible si permite que una parte de sus integrantes defienda su
destrucción. Pero nuestra sociedad actual se niega a reconocer esta verdad
universal y pretende que la comunidad política tenga en su interior formaciones
políticas que hagan propaganda a favor de su destrucción, que además reciban
subvenciones públicas y que tengan sitio en las instituciones. Este abandono de
la razón teórica se trata luego de corregir grotescamente mediante una acción desordenada
de la razón práctica, que hacemos, pues establecemos unos cálculos matemáticos legales
que impidan la realización de las ideas independentistas que previamente se han
desenvuelto sin cortapisas (incluso con incentivos y estímulos).
O, llegado el caso, se
pretende condenar a quienes han intentado realizar tales ideas con penas muy
severas, forzando la calificación jurídica de sus actos, o aplicándoles
correctivos provisionales a todas luces desmesurados. Toda esta “sobreactuación”
de la razón práctica es una consecuencia penosa del abandono de la razón
teórica, que por negarse a reconocer un principio universal para la supervivencia
de cualquier comunidad política provoca un caos que la razón práctica tiene que
parchear in extremis, exagerando la nota.
Mientras no sea restablecida
la razón teórica y reconocidos los principios y verdades universales que guían
su acción, la razón práctica estará obligada -por mala conciencia, por puro
afán de supervivencia- a “sobreactuar” para impedir la definitiva aparición del
caos. Pero, a la larga, todos sus esfuerzos serán inútiles, porque allá donde se
debilitan los principios y se retira la razón teórica acaba infaliblemente
imponiéndose la más perversa ley de la selva, disfrazada de sentimentalismo o
consenso.
Feliz y Dulce Día.
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