domingo, 23 de diciembre de 2018

Domingo 23 de diciembre de 2018.

“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la democracia para hacer una revolución.” (G. K. Chesterton). 

Hoy no me queda más remedio que intentar ser rápido, es domingo y hay carrera. Cuando el sol empiece a alumbrar en Pego a las 08:17 horas ya me encontrare cerca de Aspe y cuando se esconda a las 17:43 casi con toda seguridad veré atardecer desde Onteniente, un día muy viajero, de momento la temperatura en mí balcón de Pego es de 11,4 grados.
Algo hay que decir sobre la violencia de genero después de lo que ha sucedido con Laura Luelmo, lamentablemente no es la primera vez que tengo que mostrar mi repulsa a esta clase de asesinatos, y eso a pesar de que nunca como ahora se ha alcanzado un grado de repulsa hacia la violencia en general en nuestra sociedad.  Y, sin embargo, los titulares de la prensa no cesan de mostrarnos la avalancha de violencia familiar que sobresalta nuestros días: mujeres maltratadas y asesinadas, abusos infantiles, ancianos tratados con desprecio y crueldad… ¿Qué está sucediendo para que tales impulsos violentos se hayan convertido en moneda de uso corriente?
Supongo que las causas serán variadas, pero voy a centrarme en una que me parece que esta olvidada o por lo menos apartada en un rincón, tal vez porque nos atañe a todos, pues la ruptura y banalización de los vínculos entre las personas es muy personal. 
Los seres humanos creamos vínculos entre nosotros, lo que genera relaciones de respeto y compresión mutua que nos lleva a que miremos al otro con un afecto diferente, dándonos cuenta que en esa relación existe algo sublime y misterioso, y establecemos con esa persona una relación que impulsa en nosotros el anhelo de participar en su vida.
Esos vínculos que establecemos nos generan comprensión; y el principio de toda comprensión reside en que yo conceda al otro lo que es: que ame sus cualidades, que deje de considerarlo con los ojos del egoísmo. Y ese deseo de comprensión va a generar en mí compromisos fuertes: ya no considerare al otro un cuerpo extraño que se usa y se tira, sino una persona con una vida fecunda de la que deseo participar y aprender. Y ese deseo de conocimiento me obliga a desprenderme de mí yo, me obliga a entregarme al otro, me obliga a participar de su dignidad, de su libertad y de su nobleza.
Y, si esto es así ¿por qué parece que no funciona? ¿Por qué no respetamos a nuestras parejas y por añadidura a todos los que nos rodean? Complicada debe ser la respuesta cuando cuesta tanto solucionar el problema.
En mi opinión, nuestra sociedad, que es tan civilizada, es también una sociedad desvinculada. Si ahora repasamos un poco los compromisos que vemos a nuestro alrededor veremos que han sido sustituidos por relaciones que son prescindibles, quebradizas y efímeras, en las que el otro no tarda en convertirse en un obstáculo para la consecución de nuestras apetencias. Y las formas de relación humana que creaban vínculos de comprensión mutua, de afecto sincero y solidario, son hostigadas y trivializadas.
Y sucede que cuando los afectos que hacen posible un amor auténtico, paciente y comprensivo, se denigran hasta la burla, cuando los compromisos que surgen de tales afectos se hacen prescindibles, quebradizos, efímeros, es natural que surja la violencia.
Cuando se empiece a hablar seriamente de los malos tratos, alguien se atreverá a señalar su relación con la destrucción de aquellos vínculos que regían los compromisos entre los seres humanos. Y es que, cuando tales compromisos son fuertes, el amor es como una ofrenda; y el ser amado se convierte en una auténtica patria: una tierra que se cultiva y se cuida. Cuando tales compromisos se debilitan, el amor se vuelve codicia y afán de posesión; y el ser amado se convierte en una triste colonia: una tierra que se expolia, para después ser abandonada.
En lugar de hacer de la mujer una auténtica patria, mediante una moral fundada en la entrega y el sacrificio, nuestra época pretende hacer de hombres y mujeres odiosos colonizadores, siempre a la greña entre sí.
Feliz y Dulce Día.

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