Día 109, del viaje a la maratón de Valencia.
¡¡¡Muy buenos días!!!
Está tan de moda la Inteligencia Artificial que no queda más remedio
que seguir hablando de ella e ir explorando cuáles son sus ventajas y sus
riesgos.
No hay duda de que nos encontramos ante un horizonte lleno de
expectativas, pero también ante una toma de posición fundamental. Podemos elegir
una tecnología que, buscando una perfección y un rendimiento imposible, terminé
por olvidar a los débiles y más desfavorecidos en busca de un rendimiento
económico. O podemos elegir desarrollar y utilizar una inteligencia artificial
que sea realmente “inteligente” porque está inspirada por la ética, que esté
verdaderamente “al servicio” porque está encaminada al bien integral de cada
persona.
Si no centramos hoy en la parcela sanitaria no hay duda de que sus
posibilidades son enormes: es capaz de analizar radiológicas con una exactitud
muy superior al ojo humano, es capaz de acelerar el descubrimiento de nuevas
vacunas analizando en pocas horas una cantidad de datos que se necesitarían
meses de trabajo de un grupo de investigadores, crear y utilizar herramientas
que optimizan toda la gestión de los recursos hospitalarios, garantizando un
acceso más equitativo a la atención médica incluso en las regiones más remotas
y pobres del planeta. Esta es la inteligencia artificial que queremos: un
instrumento poderoso al servicio de la vida, un aliado del ser humano en la lucha
contra la enfermedad y el sufrimiento.
Sin embargo, junto a lo bueno, no hay que ocultar lo negativo, que
necesita una reflexión tranquila y rigurosa. Siguiendo con el ejemplo sanitario,
la primera cosa negativa que hay que intentar arreglar es la posible deshumanización
que puede aparecer en el acto médico, en la relación existencial entre
médico y paciente que puede quedar reducida a una serie de cálculos o procesos
técnicos. Tenemos que darnos cuenta de que la relación médica no es un simple
intercambio de información entre un proveedor de servicios y un usuario, entre un médico
y un paciente. Ya que se trata de una unión terapéutica, un pacto de confianza
entre dos personas: el médico, con su ciencia y su conciencia, y el paciente,
con su fragilidad y su esperanza.
Tenemos que pensar que un algoritmo puede darnos un diagnóstico acertado,
pero no puede ofrecer una palabra de alivio. Puede decirnos cual es la dosis exacta
de un medicamento o hacer un análisis, pero no puede estrechar una mano. Puede mejorar
una gestión administrativa, pero no puede participar con empatía en el misterio
del dolor. El riesgo al que nos podemos enfrentar es que el médico, agobiado
por presiones burocráticas y económicas, delegue en una inteligencia artificial
no solo el cálculo, sino también la reflexión, transformándose de médico un
simple supervisor de un proceso automático.
Otro punto delicado es que nos podemos encontrar es la distinción
algorítmica, los algoritmos analizan y hacen cálculos con los datos que les son
entregados. Si esos datos reflejan unos prejuicios y unas desigualdades
existentes en nuestra sociedad, la inteligencia artificial no hará más que
reproducirlos y amplificarlos, creando una nueva y perversa sociedad. Una
inteligencia artificial preparada principalmente con datos de una etnia o
franja de ingresos específicos podría resultar menos eficaz, o incluso dañino,
si se aplica a poblaciones diferentes. El principio de inclusión nos obliga a
garantizar que los beneficios de la inteligencia artificial sean verdaderamente
para todos, empezando por los más débiles.
Por eso veo interesante no solo aumentar la cantidad de inteligencia
artificial en nuestra sociedad, sino sobre todo invertir en formar éticamente a
los encargados de diseñarla y utilizarla. Lo que realmente permitirá a la
inteligencia artificial darnos grandes beneficios no es su tecnología sino su
humanidad. Los que tengan que hacer uso de la inteligencia artificial deben
comprender sus límites y mantener siempre la decisión humana por encima. La
decisión final, por ejemplo, cuando están en juego la vida y la muerte, debe
permanecer siempre en manos de un ser humano, capaz de unir los datos obtenidos
por la tecnología con los valores de la prudencia, la compasión y la sabiduría.
Y es que no tenemos que olvidar que toda vida tiene un valor infinito,
desde la concepción hasta la muerte natural, un valor que no depende de su
utilidad, de su productividad o de su perfección física. La dignidad humana
está por encima de cualquier cálculo que nos pueda mostrar la inteligencia
artificial.

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