viernes, 31 de octubre de 2025

Día 109, del viaje a la maratón de Valencia. Humanizar el uso de la IA.

 Día 109, del viaje a la maratón de Valencia.

¡¡¡Muy buenos días!!!



Está tan de moda la Inteligencia Artificial que no queda más remedio que seguir hablando de ella e ir explorando cuáles son sus ventajas y sus riesgos.

No hay duda de que nos encontramos ante un horizonte lleno de expectativas, pero también ante una toma de posición fundamental. Podemos elegir una tecnología que, buscando una perfección y un rendimiento imposible, terminé por olvidar a los débiles y más desfavorecidos en busca de un rendimiento económico. O podemos elegir desarrollar y utilizar una inteligencia artificial que sea realmente “inteligente” porque está inspirada por la ética, que esté verdaderamente “al servicio” porque está encaminada al bien integral de cada persona.

Si no centramos hoy en la parcela sanitaria no hay duda de que sus posibilidades son enormes: es capaz de analizar radiológicas con una exactitud muy superior al ojo humano, es capaz de acelerar el descubrimiento de nuevas vacunas analizando en pocas horas una cantidad de datos que se necesitarían meses de trabajo de un grupo de investigadores, crear y utilizar herramientas que optimizan toda la gestión de los recursos hospitalarios, garantizando un acceso más equitativo a la atención médica incluso en las regiones más remotas y pobres del planeta. Esta es la inteligencia artificial que queremos: un instrumento poderoso al servicio de la vida, un aliado del ser humano en la lucha contra la enfermedad y el sufrimiento.

Sin embargo, junto a lo bueno, no hay que ocultar lo negativo, que necesita una reflexión tranquila y rigurosa. Siguiendo con el ejemplo sanitario, la primera cosa negativa que hay que intentar arreglar es la posible deshumanización que puede aparecer en el acto médico, en la relación existencial entre médico y paciente que puede quedar reducida a una serie de cálculos o procesos técnicos. Tenemos que darnos cuenta de que la relación médica no es un simple intercambio de información entre un proveedor de servicios y un usuario, entre un médico y un paciente. Ya que se trata de una unión terapéutica, un pacto de confianza entre dos personas: el médico, con su ciencia y su conciencia, y el paciente, con su fragilidad y su esperanza.

Tenemos que pensar que un algoritmo puede darnos un diagnóstico acertado, pero no puede ofrecer una palabra de alivio. Puede decirnos cual es la dosis exacta de un medicamento o hacer un análisis, pero no puede estrechar una mano. Puede mejorar una gestión administrativa, pero no puede participar con empatía en el misterio del dolor. El riesgo al que nos podemos enfrentar es que el médico, agobiado por presiones burocráticas y económicas, delegue en una inteligencia artificial no solo el cálculo, sino también la reflexión, transformándose de médico un simple supervisor de un proceso automático.

Otro punto delicado es que nos podemos encontrar es la distinción algorítmica, los algoritmos analizan y hacen cálculos con los datos que les son entregados. Si esos datos reflejan unos prejuicios y unas desigualdades existentes en nuestra sociedad, la inteligencia artificial no hará más que reproducirlos y amplificarlos, creando una nueva y perversa sociedad. Una inteligencia artificial preparada principalmente con datos de una etnia o franja de ingresos específicos podría resultar menos eficaz, o incluso dañino, si se aplica a poblaciones diferentes. El principio de inclusión nos obliga a garantizar que los beneficios de la inteligencia artificial sean verdaderamente para todos, empezando por los más débiles.

Por eso veo interesante no solo aumentar la cantidad de inteligencia artificial en nuestra sociedad, sino sobre todo invertir en formar éticamente a los encargados de diseñarla y utilizarla. Lo que realmente permitirá a la inteligencia artificial darnos grandes beneficios no es su tecnología sino su humanidad. Los que tengan que hacer uso de la inteligencia artificial deben comprender sus límites y mantener siempre la decisión humana por encima. La decisión final, por ejemplo, cuando están en juego la vida y la muerte, debe permanecer siempre en manos de un ser humano, capaz de unir los datos obtenidos por la tecnología con los valores de la prudencia, la compasión y la sabiduría.

Y es que no tenemos que olvidar que toda vida tiene un valor infinito, desde la concepción hasta la muerte natural, un valor que no depende de su utilidad, de su productividad o de su perfección física. La dignidad humana está por encima de cualquier cálculo que nos pueda mostrar la inteligencia artificial.

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