jueves, 9 de octubre de 2025

Dia 87, del viaje a la maratón de Valencia. Quizá por ahora no sea posible.

     Dia 87, del viaje a la maratón de Valencia.

¡Buenos días!


    Ayer por la mañana mientras corría se acababa de realizar una pintada en el carril bici dando una opinión sobre lo que debería de suceder en Oriente Medio, y me preocupé por la forma de reflexionar de algunas personas.

Y recordé casi inmediatamente el homenaje que se hizo al recientemente asesinado Charlie Kirk. En el mismo acto y ante una multitud de gente, dos personas hablaron y mostraron dos maneras muy diferentes de actuar ante la violencia.

Y es que las personas nos quedamos atónitas ante la violencia, mejor dicho, nos deberíamos de quedar atónitos, está claro que él que quiere asesinar o realizar un acto violento no lo ve de esa manera. Pero a mí, lo que más me preocupa, y lo digo de un modo intencionadamente paradójico, no es tanto la violencia de este momento sino el odio y el rencor que genera.

Veamos, en ese acto la viuda de Charlie Kirk se refirió a las palabras de Cristo en el Gólgota: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” y a continuación perdonaba al asesino de su marido. Después habló el presidente americano y aunque pidió excusas por contradecir a la viuda, dijo: “Odio a mis oponentes y no deseo lo mejor para ellos”.

Las palabras de la viuda emocionan, pueden parecer cursis en esta época que estamos viviendo, pero para decirlas hay que asumir una misión yo diría que sobrehumana, sin embargo, las palabras del presidente eran más “humanas”, pues, en efecto, la reacción “natural” ante quien nos ataca o nos perjudica y mucho más ante quien nos mata a una persona querida es el odio, que es para empezar una respuesta instintiva y lo peor es que después de ese acto automático puede ser razonada y llegar a pensar que es plenamente lógica. Responder al odio con amor, perdonando, se trata en cambio de una respuesta de naturaleza sobrenatural, que sólo se puede adoptar venciendo el instinto y contrariando la lógica. Es una respuesta que exige la ayuda de la gracia divina, pues es demasiado laboriosa para las limitaciones de la naturaleza humana.

Y, aquí nos encontramos con el meollo de la cuestión, ese: “amar al enemigo” del Sermón de la Montaña que es una de las bases de nuestra moral cristiana. Que no es lo mismo que predicaba Confucio ni Buda e incluso la ley mosaica que nunca había extendido el amor al prójimo a los enemigos.

Por supuesto, amar al enemigo no significa amar la injusticia que el enemigo ha cometido. Y, desde luego, amar al enemigo y perdonar el daño que nos ha infligido no significa anular la exigencia de reparación.

Si amar al enemigo es un trabajo penoso que exige mucha entereza y negación de nuestros instintos, renunciar a una parte de nosotros y soportar el dolor que conlleva darlo, el odio en cambio es algo básico y facilísimo. Sin duda, el odio es una reacción mucho más “natural” que el amor, mucho más directa, que no exige ningún esfuerzo, que no necesita enfrentarse a nuestros instintos ni corregir la lógica; y, en unos tiempos tan despreciables como los que ahora estamos viviendo, es una pasión infinitamente más gratificante.

La cuestión que es que no basta con ser sólo justos, sino que hay que ser inmensamente caritativos para amar al enemigo; sin embargo, para odiarlo ni siquiera hay que ser justo, no es necesario, basta con ser justiciero y un matón.

En fin, lo único que puede mejorar el mundo, cambiándolo, se encuentra en las palabras estremecedoras y dolientes de la viuda de Kirk; las palabras pintadas en el carril bici sólo resumen la miseria humana de siempre que se fortalece irritando la miseria del prójimo; y envueltas, para más inri, en el orgullo del fanfarrón.

Las muertes y las agresiones está claro que deben detenerse, pero con los fanáticos no creo que se pueda hablar. La cuestión es que la fuerza, por sí sola no resuelve el problema. Hay que pensar no sólo en cómo detener a los violentos, sino también en qué hacer después.

Nuestra moral sobre el perdón pienso que puede ser la solución, pero no sé cómo se puede realizar en este momento. Quizá por ahora no sea posible. No puede hablarse de justicia sin hablar de perdón. Pero quizás este, repito, no es el momento. Hay que esperar en silencio.

Cuando hay gritos es imposible escuchar al que habla. Hay un momento para todo, dice el Eclesiastés, pero en este tiempo de tan gran mal y dolor, es difícil hablar de perdón. Pero debemos mantener la perspectiva, esa es nuestra tarea.

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