Dia 87, del viaje a la maratón de Valencia.
¡Buenos días!
Ayer por la mañana mientras corría se acababa de realizar una pintada en el carril bici dando una opinión sobre lo que debería de suceder en Oriente Medio, y me preocupé por la forma de reflexionar de algunas personas.
Y recordé casi inmediatamente el homenaje que se hizo al recientemente
asesinado Charlie Kirk. En el mismo acto y ante una multitud de gente, dos
personas hablaron y mostraron dos maneras muy diferentes de actuar ante la
violencia.
Y es que las personas nos quedamos atónitas ante la violencia, mejor dicho,
nos deberíamos de quedar atónitos, está claro que él que quiere asesinar o
realizar un acto violento no lo ve de esa manera. Pero a mí, lo que más me
preocupa, y lo digo de un modo intencionadamente paradójico, no es tanto la
violencia de este momento sino el odio y el rencor que genera.
Veamos, en ese acto la viuda de Charlie Kirk se refirió a las palabras
de Cristo en el Gólgota: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” y a continuación perdonaba al asesino de su
marido. Después habló el presidente americano y aunque pidió excusas por contradecir a la viuda, dijo: “Odio a mis oponentes y no deseo lo mejor para ellos”.
Las palabras de la viuda emocionan, pueden parecer cursis en esta época
que estamos viviendo, pero para decirlas hay que asumir una misión yo diría que
sobrehumana, sin embargo, las palabras del presidente eran más “humanas”, pues,
en efecto, la reacción “natural” ante quien nos ataca o nos perjudica y mucho
más ante quien nos mata a una persona querida es el odio, que es para empezar una
respuesta instintiva y lo peor es que después de ese acto automático puede ser
razonada y llegar a pensar que es plenamente lógica. Responder al odio con
amor, perdonando, se trata en cambio de una respuesta de naturaleza
sobrenatural, que sólo se puede adoptar venciendo el instinto y contrariando la
lógica. Es una respuesta que exige la ayuda de la gracia divina, pues es
demasiado laboriosa para las limitaciones de la naturaleza humana.
Y, aquí nos encontramos con el meollo de la cuestión, ese: “amar al
enemigo” del Sermón de la Montaña que es una de las bases de nuestra moral
cristiana. Que no es lo mismo que predicaba Confucio ni Buda e incluso la ley
mosaica que nunca había extendido el amor al prójimo a los enemigos.
Por supuesto, amar al enemigo no significa amar la injusticia que el
enemigo ha cometido. Y, desde luego, amar al enemigo y perdonar el daño que nos
ha infligido no significa anular la exigencia de reparación.
Si amar al enemigo es un trabajo penoso que exige mucha entereza y
negación de nuestros instintos, renunciar a una parte de nosotros y soportar el
dolor que conlleva darlo, el odio en cambio es algo básico y facilísimo. Sin
duda, el odio es una reacción mucho más “natural” que el amor, mucho más directa,
que no exige ningún esfuerzo, que no necesita enfrentarse a nuestros instintos
ni corregir la lógica; y, en unos tiempos tan despreciables como los que ahora
estamos viviendo, es una pasión infinitamente más gratificante.
La cuestión que es que no basta con ser sólo justos, sino que hay que
ser inmensamente caritativos para amar al enemigo; sin embargo, para odiarlo ni
siquiera hay que ser justo, no es necesario, basta con ser justiciero y un
matón.
En fin, lo único que puede mejorar el mundo, cambiándolo, se encuentra
en las palabras estremecedoras y dolientes de la viuda de Kirk; las palabras pintadas
en el carril bici sólo resumen la miseria humana de siempre que se fortalece irritando
la miseria del prójimo; y envueltas, para más inri, en el orgullo del fanfarrón.
Las muertes y las agresiones está claro que deben detenerse, pero con los
fanáticos no creo que se pueda hablar. La cuestión es que la fuerza, por sí
sola no resuelve el problema. Hay que pensar no sólo en cómo detener a los
violentos, sino también en qué hacer después.
Nuestra moral sobre el perdón pienso que puede ser la solución, pero no
sé cómo se puede realizar en este momento. Quizá por ahora no sea posible. No
puede hablarse de justicia sin hablar de perdón. Pero quizás este, repito, no
es el momento. Hay que esperar en silencio.
Cuando hay gritos es imposible escuchar al que habla. Hay un momento
para todo, dice el Eclesiastés, pero en este tiempo de tan gran mal y dolor, es
difícil hablar de perdón. Pero debemos mantener la perspectiva, esa es nuestra
tarea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario