Dia 88, del viaje a la maratón de Valencia.
¡¡¡Muy buenos días!!!
Otra vez me vuelvo a encontrar esta mañana con unas noticias de
corrupción política que por desgracia se han convertido en normales en los últimos
tiempos, al menos en España, de hecho, me sorprendería si no viese esa clase de
noticias.
Y mientras nuestros políticos nos siguen entristeciendo con sus
actuaciones, nosotros, las personas de a pie, seguimos aquí. Unos trabajando,
otros estudiando, otros intentando disfrutar de la jubilación y, intentando
hacer las cosas como se debe. Se nos dice que mantengamos la calma, se nos pide
paciencia y comprensión antes todos estos escándalos, pero rara vez se nos
responde de la misma forma.
Y ahora no estoy hablando de justicia, sino de algo diferente pero también
muy importante: respeto. Porque, si lo pensamos un poco nos daremos cuenta de que
al final, todo esto no es solo un problema político, sino una falta de respeto
al sentido común y a la sociedad.
Yo no pido la perfección. Todos nos hemos equivocado, y continuamos
haciendo algunas cosas mal. Pero una cosa es errar y rectificar, y otra muy
diferente es acostumbrarse a vivir en el error, sin tomar ninguna medida, y ¿cuándo
se convirtió la política en una simple profesión?
La sensación es terrible. Nos estamos quedando sin verdades ni
referentes públicos. El peligro, bien real, es la intoxicación, el efecto de
cuestionamiento constante a la integridad moral de las personas. Ya casi parece
que lo normal es aceptar sobres, sacar provecho de mi cargo, o doparme para
rendir más, y simplemente “porque lo hacen todos.”
Al final, en lo más hondo, es nuestra integridad lo que nos salva, la
piedra angular del futuro. Que lo haga mal todo el mundo duele y decepciona, y
cuando es en cargo público cabrea e incluso indigna. Pero nunca puede ser
excusa. Al final, nada de esto debe restar el valor del esfuerzo, honestidad,
austeridad, solidaridad y justicia como valores sobre los que se construye una
sociedad. Así que sigamos exigiendo la integridad de nuestros representantes, pero
también por nuestro compromiso personal, pues sólo así, desde la opción y los
valores individuales, podremos reconstruir una sociedad en que cada vez quedan
menos estructuras en las que depositar la esperanza.
Gobernar requiere de servicio, es servir, y no servirse. Y aunque el
desencanto y rabia es general, este país merece más. Y nosotros, como
ciudadanos, también.
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