Día 103, del viaje a la maratón de Valencia.
¡¡¡Muy buenos días!!!
Voy a continuar con la cuestión de la manipulación, pues cuanto más lo
pienso más son las situaciones en las que me puedo sentir manipulado. Contextos
en los que no aprecio ninguna clase de manipulación pueden serlo. Cuando se nos
orienta en nuestras compras el comerciante no es un manipulador sino un guía.
Ya que nos ayuda a que elijamos correctamente y, además, aumenta nuestra
libertad y nuestra dignidad. Sin embargo, el mercader que es ambicioso sólo
desea que nos convirtamos en clientes.
No le interesa que desarrollemos nuestra personalidad dándonos toda la
información para que podamos elegir. Le basta que aceptemos su “producto”:
compremos su mercancía, saquemos una entrada, nos apuntemos a un club… Y, para
ello mueve astutamente todos los recursos a su alcance con el fin de que, sin
pensar, demos por hecho que nos encontramos ante algo valioso, nos sintamos
atraídos espontáneamente hacia ello y nos veamos obligados a comprarlo.
Lo podemos ver fácilmente, se nos presenta un producto sobre una imagen
espectacular, esa imagen absorbe toda nuestra atención y la asimilamos al
producto. En esta clase de anuncios veremos que no se dan razones para que lo
compremos. Se pretende influir en nuestros centros de decisión, seduciéndonos
con una imagen deslumbrante. Lo que encandila prende la atención, aviva el deseo,
pero, a la vez, deslumbra y enceguece. Lo que está sucediendo es que nos están
seduciendo no nos están enamorando.
No se nos muestra el valor del producto para que nuestra inteligencia y
nuestra voluntad se dejen atraer por él y lo asuman con una decisión lúcida y
libre. Se intenta que demos una adhesión automática.
Nos tenemos que dar cuenta de que el manipulador suele basar su
eficacia en el arte de provocar reacciones automáticas. Por eso acelera el
ritmo de su discurso a fin de no dejarnos reflexionar. Nos presenta la imagen bella,
a la vez que nos hace oír el nombre del producto. Con este simple recurso, ese
producto queda adornado automáticamente de cierto encanto. Cuando vayamos a una
tienda, observaremos que nuestra vista tiende a fijarse en esa marca, que
ejerce un especial conjuro sobre nuestros sentidos, nuestra inteligencia y nuestra
voluntad.
No lo dudemos: estamos siendo víctima de una manipulación. Nuestra elección
no es libre; se halla en buena medida predeterminada. Compramos esos productos seducidos,
no enamorados. Creemos que somos totalmente libres pues estamos actuando según
nuestras preferencias, pero no lo somos.
Estamos siguiendo el camino marcado por los intereses de un manipulador
implacable, que no desea nuestro desarrollo personal y nuestra felicidad sino
su triunfo particular como profesional del comercio.
En fin, esto lo vemos fácilmente y cada día, sin embargo, en el mundo
de las ideas sucede algo parecido, pero mucho más difícil de detectar, pero eso
ya lo dejo para otro día.
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