"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Feliz
Navidad y Buenos Días: con un sol que nos acompañará desde las 08:18 horas
hasta las 17:44 vamos a empezar este día tan especial.
Tropecé
ayer por la noche con una carta que escribió J.R.R. Tolkien, y que se encuentra
reproducida en un libro que recoge una selección de su correspondencia, esta selección es de H. Carpenter, pongo la imagen del libro y su autor por si alguien quiere regalarse
o regalar en estas Navidades un gran libro, que no le dejara indiferente.
Así
que, he pensado que en este día de fiesta lo mejor es no escribir nada y copiar
este texto para que lo disfrutéis. Os pongo un poco en antecedentes.
En
1969, J. R .R. Tolkien recibió una carta de Camilla Unwin, hija de su editor.
En ella, la joven, como parte de un proyecto escolar, le formulaba una
pregunta: “¿Cuál es el propósito de la vida?”.
Esta
es la contestación de J .R .R. Tolkien. Merece la pena leer la interesante y
trascendente respuesta de Tolkien:
20
de mayo de 1969 [19 Lakeside Road,
Branksome Park, Poole]
Estimada señorita Unwin:
Lamento
que mi respuesta se haya demorado tanto. Espero que le llegue a tiempo. ¡Qué
pregunta tan amplia! No creo que las «opiniones», no importa de quién, resulten
muy útiles sin alguna explicación de cómo se ha llegado a ellas; pero acerca de
esta cuestión no es fácil ser breve.
¿Qué significa realmente la pregunta? Tanto propósito como vida, necesitan alguna
definición. ¿Es una pregunta puramente humana y moral? ¿O se refiere al
Universo? Podría significar: ¿Cómo debería utilizar el tiempo de vida que se me
ha concedido? O: ¿A qué propósito/ designio sirven las criaturas vivientes por
el hecho de estar vivas? Pero la primera pregunta encontrará respuesta (si la
encuentra) sólo después de considerada la segunda.
Pienso
que las preguntas acerca de un «propósito» sólo son realmente útiles cuando se
refieren a los propósitos u objetivos de los seres humanos o a la utilización
de las cosas que proyectan o hacen. En cuanto a los «otros seres», su valor
radica en sí mismas: SON, existirían aun si nosotros no existiéramos. Pero como
sí existimos, una de sus funciones es ser contempladas por nosotros. Si
ascendemos la escala del ser a «otros seres vivientes», como por ejemplo una
planta pequeña, ésta presenta forma y organización: una «estructura»
reconocible (con variaciones) en cuanto a especie y prole; y eso resulta
profundamente interesante, pues estos seres son «otros» y no los hemos hecho
nosotros; parecen proceder de una fuente de invención incalculablemente más
rica que la nuestra.
La
curiosidad humana no tarda en formular la pregunta CÓMO: ¿de qué modo llegó a ser esto? Y como la «estructura»
reconocible sugiere designio, procede a la pregunta POR QUÉ. Pero POR QUÉ en este sentido, como que implica razones y
motivos, sólo puede referirse a una MENTE.
Sólo una Mente puede tener propósitos de algún modo o grado semejante a los
propósitos humanos. De modo que inmediatamente cualquier pregunta: « ¿Por qué
la vida, la comunidad de seres vivientes, aparece en el Universo físico?»
plantea la pregunta: ¿Hay un Dios, un
Creador/Diseñador, una Mente con la que están emparentadas nuestras mentes
(pues derivan de ella), de manera que nos es en parte inteligible? Con eso
llegamos a la religión y a las ideas morales que proceden de ella. De estas
cosas diré sólo que la «moral» tiene dos aspectos, derivados del hecho de que
somos individuos (como en cierto grado lo son todos los seres vivientes), pero
no vivimos, no podemos vivir, aislados, y tenemos un vínculo con todas las
demás criaturas, que va estrechándose hasta el vínculo absoluto que tenemos con
nuestra propia especie humana.
De
modo que la moral debería ser una guía para nuestros humanos propósitos, el
conducto de nuestra vida:
(a)
la manera en que nuestros talentos individuales pueden desarrollarse sin desperdicio
ni abuso, y
(b)
sin daño para nuestros semejantes ni estorbo para su desarrollo. (Más allá de esto
y por encima está el autosacrificio por amor.)
Pero
éstas son sólo respuestas a la pregunta menor. A la mayor no hay respuesta,
porque ésta requiere un conocimiento completo de Dios, que es inaccesible. Si preguntamos
por qué Dios nos incluyó en su designio, sólo podemos contestar: Porque lo
Hizo.
Si
no creemos en un Dios personal, la pregunta «¿Cuál es el propósito de la vida?» es informulable e
incontestable.
¿A
quién o a qué se dirigiría la pregunta? Pero como en un rincón extraño (o
rincones extraños) del Universo se han desarrollado seres con mentes que
formulan preguntas y tratan de responderlas, uno podría dirigirse a uno de esos
seres tan peculiares. Como uno de ellos, me aventuraría a decir (hablando con
absurda arrogancia en nombre del Universo): «Soy como soy. No hay nada que
pueda hacerse al respecto. Es posible seguir tratando de averiguar lo que soy,
pero nunca se lo logrará. Y por qué trata uno de saberlo, no lo sé. Quizás el
deseo de saber sólo por el mero hecho de saber se relacione con las oraciones
que algunos dirigen a lo que se llama Dios. En su punto más elevado, éstos
parecen alabarlo por ser como es, y por hacer lo que ha hecho tal como lo ha
hecho».
Los
que creen en un Dios personal, el Creador, no creen que el Universo de por sí
sea venerable, aunque su devoto estudio sea uno de los modos de honrarlo. Y
como en tanto que criaturas vivientes estamos dentro de él y de él formamos
parte (parcialmente), nuestras ideas acerca de Dios y el modo que tenemos de
expresarlas derivarán en amplia medida de la contemplación del mundo a nuestro
alrededor. (Aunque hay también una revelación tanto dirigida a los hombres en
general como a ciertas personas particulares).
De
modo que puede decirse que el principal
propósito de la vida, para cualquiera de nosotros, es incrementar, de acuerdo
con nuestra capacidad, el conocimiento de Dios mediante todos los medios de que
disponemos, y ser movidos por él a la alabanza y la acción de gracias.
Hacer como decimos en el Gloría in Excelsis: Laudamus te, benedicamus te,
adoramus te, glorificamus te, gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam.
Te alabamos, te santificamos, te veneramos, proclamamos tu gloria, te
agradecemos la grandeza de tu esplendor.
Y
en los momentos de exaltación podemos invocar a todos los seres creados para
que se nos unan en el coro hablando en su nombre, como se hace en el Salmo 148
y en El Canto de los Tres Niños en Daniel II, ALABAD AL SEÑOR... todas las
montañas y las colinas, todos los huertos y los bosques, todas las criaturas
que reptan y los pájaros que vuelan.
Esto
es demasiado largo, y también demasiado corto... para semejante pregunta.
Con
mis mejores deseos, J. R. R. Tolkien.
Fuente:
Carpenter (ed.) Cartas de J R R Tolkien, n° 310, p. 463.
Feliz
Día.
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