jueves, 12 de diciembre de 2019

Jueves 12 de diciembre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton). 

Buenos Días: Hoy en la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe el sol nos saldrá a las 08:10 horas y nos acompañará hasta las 17:39, y vamos a tener un viento que molestara cuando salgamos a disfrutar de nuestro pueblo y del ambiente que se respira, siempre, en el día de “mercado”.
Esta mañana me he levantado con una extraña sensación. En estas fechas nos reunimos con personas a las que no solemos ver durante mucho tiempo y hablamos sobre lo que les ha sucedido y les está sucediendo, intercambiamos innumerables detalles sobre la vida, y con frecuencia todo este cambio de información puede crearnos más distancia que cercanía. Las palabras que nos decimos son importantes para unirnos, pero el exceso de palabras puede alejarnos.
No hay por qué contar todos los acontecimientos, ni compartir todas las ideas, cada vez me convenzo más que escuchar y permanecer en silencio con los amigos es tan importante como hablar con ellos. Puede suceder que un silencio afectuoso puede llenarnos de una intimidad mayor que muchas palabras afectuosas.
Vivimos en un mundo en el que las palabras apenas tienen valor. Las palabras lo llenan todo, las vemos y las escuchamos constantemente y por eso muchas veces ya no les prestamos atención. Es verdad que nos comunicamos más, que nos relacionamos con mucha más gente, la tecnología nos lo permite, pero las palabras han perdido valor, y las necesitamos.
Necesitamos palabras que nos informen, que nos digan lo que tenemos qué hacer y cómo hacerlo, adónde ir y cómo llegar.
No es de extrañar, por tanto, que las palabras de muchas de esas reuniones navideñas, como ya las hemos oído antes y las hemos escuchado tantas veces, no nos impresionen. A menudo les prestamos muy poca atención, porque se han convertido en algo demasiado conocido. No esperamos que nos sorprendan o nos afecten, y las escuchamos como si se tratara de “la misma historia” de siempre.
Las palabras, incluidas las mías, han perdido su poder. Su multiplicación sin limites ha hecho que perdamos la confianza en ellas y que nos repitamos con frecuencia: ¡Palabras solo palabras…!
La mayoría de nuestros problemas comunicativos no se encuentran en cómo hablamos, sino de cómo escuchamos, de nuestra incapacidad para crear silencio. De esta dificultad para escuchar surgen muchos de los problemas de estas reuniones.
Tal vez, sea una buena estrategia escuchar en silencio, pero un silencio activo, para que el otro hable sintiendo lo que dice como una parte de sí mismo, que sienta que no está sujeto a ningún juicio crítico. Escuchar en silencio es una oportunidad para que el otro se sienta entendido y no orientado o guiado, para que sea capaz de asumir las responsabilidades de todo lo que dice y asuma que sus palabras tienen poder.
Ese silencio de acompañamiento se mira muchas veces con recelo y se somete a muchas críticas pues nos encontramos en una sociedad que defiende lo ruidoso y no entiende el silencio que surge del asombro, que nos permite celebrar y participar de tantas cosas maravillosas que nos encontramos todos los días.
Me refiero a ese silencio que nos permite descubrir la majestuosidad de un árbol, la elegancia de un ave o la reconfortante calidez de un abrazo. Es ese silencio que es pariente de esa soledad necesaria para sentir asombro, un silencio que no es aislamiento, un silencio que nos une y que no separa.
Cuando vivimos una experiencia estética y la contemplación gozosa y desinteresada de lo bello, lo trágico, lo sublime, lo grotesco, lo cursi o lo dramático, nos sumimos en un silencio, íntima e indescriptiblemente festivo.
En fin, hablemos y comuniquémonos pero guardemos un poco de silencio y escuchemos.

Feliz Día.

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