"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: Otro buen día por delante, con buen tiempo y con un sol que desde las 08:09
horas hasta las 17:39 horas se encargara de hacernos más llevadero estas
jornadas donde el frío debería de ser el dueño y señor, pero hoy en la festividad
de santa Eulalia y santa Julia, no lo va ha ser.
En
estos días que se nos acercan voy a tener que prepararme para los Reyes Magos y voy a tener que realizar
algunas compras para ayudar a sus Majestades a cumplir su cometido. Pensando en
el trabajo que esto va a suponer me alegro de no tener que ayudarlos con buscar
regalos para niños.
Me
alegro por la dificultad que esta labor representaría, pues tengo la impresión
que el niño de hoy en día ha perdido ese mundo mágico que representaban para mi
los juguetes. Ya se, la perdida de ese mundo de ilusión es un paso que todos
damos cuando se aleja de nosotros ese niño que todos llevamos dentro, pero
ahora sucede con mucha más antelación.
Algo
parecido es lo que ha sucedido con el mundo del circo, se ha perdido ese lugar donde
el niño se sorprendía con la magia de los ilusionistas, reía a carcajadas con
las parodias de los payasos, se asombraba con las evoluciones de los
trapecistas o se asombraba con las figuras de los elefantes. Si recordamos, nos
daremos cuenta que el verdadero espectáculo estaba en la ilusión que se veía
reflejada en los ojos de cada niño y en como aplaudían entusiasmados ante ese
mundo mágico que estaban descubriendo. Ahora hay que desplazarse a la Disney
para ver algo parecido.
Y,
es que, el niño no tiene otra misión que la de ser niño y necesita hacer eso
que nosotros denominamos “jugar”, pero que es algo tan importante y
trascendente como ir descubriendo ese mundo que le rodea, tan desconocido para él.
En
mi juventud no tenía casi juguetes, no los teníamos pero forzábamos a nuestra imaginación y éramos protagonistas de
nuestros juegos. Estoy convencido de que disfrutábamos mucho más que aquellos
niños que poseían juguetes sofisticados y que se limitaban simplemente a contemplar
lo que los mismos hacían.
O
¿Qué hacíamos los niños de los años 60? No teníamos prácticamente juguetes. En
aquella época, para la mayoría, eran un lujo inalcanzable. Sin embargo, volvía a
casa, cansado, sucio y sudoroso, pero feliz porque había gastado todas mis energías
con nuestros juegos. Esos juegos que nos inventábamos a falta de cualquier otra
cosa que pudiera servirnos.
Por
aquel entonces jugábamos en cualquier parte. En la calle, en las plazas, en el
patio del colegio o en los pocos parques que había.
Recuerdo
que mostrábamos nuestra rapidez de reflejos jugando al pañuelo o las cuatro esquinas,
corríamos desesperados para que no nos cogieran, jugando al rescate o a
policías y ladrones. Y con qué entusiasmo pretendíamos todos ser nuestro jugador
de futbol preferido con una pelota entre los pies en un partido improvisado en
cualquier lugar. Otros modos de divertirnos eran más tranquilos, como las canicas;
pretendíamos aumentar nuestra colección de cromos jugando a la taba con el
hueso de las patas traseras de un cordero; queríamos ser Bahamontes, haciendo
carreras con los tapones de las botellas de refrescos a los que les acoplábamos
la imagen de algún ciclista de la época y les llamábamos chapas. Con las chapas
y un garbanzo, dibujando en el suelo con el yeso de alguna obra, un campo de
futbol, hacíamos campeonatos de liga. El antecedente del Monopoly, lo inventamos
jugando a la navaja. En un trozo de tierra húmeda, con una navaja trazábamos un
rectángulo y lo dividíamos por la mitad. Cada una de las dos partes resultantes
pertenecía a un jugador y desde su dominio se arrojaba la navaja a la parte del
contrario. Si la navaja se clavaba en la tierra, se trazaba una línea sobre el
punto en el que se había hincado y esa parte de tierra se añadía a la que nos
correspondía, pero de lo contrario le tocaba el turno al contrincante, dándole
la oportunidad de obtener parte de nuestra propiedad.
Hoy
el niño no juega, simplemente se limita a contemplar el espejismo de ese mundo
irreal que le ofrecen los ingenios tecnológicos y consume su tiempo sin ser protagonista
de su infancia.
Pienso
que quizá, la verdadera misión del ser humano en este mundo, no es otra que la
de ser niño y esas cosas que nos parecen tan fundamentales, como saber quiénes
somos, de dónde venimos y cuál es la razón de nuestra existencia, preguntas que
casi nadie es capaz de respondernos, quizá no sea más que una forma de jugar al
escondite. Incluso pienso que aquello que hagamos jugando, no lo haremos nunca.
Feliz
Día.
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