lunes, 9 de diciembre de 2019

Lunes 9 de diciembre de 2019.

"Una cosa muerta puede ir con la corriente, pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton). 

Buenos Días: Empezamos este lunes con la salida del sol a las 08:08 horas y que llegará casi a su fin a las 17:39 horas cuando el sol nos abandone, en un día en que meteorológicamente va a ser bueno y en el que podremos celebrar la festividad de san Julian.
Esta semana empiezo con la costumbre de las cenas o comidas de empresa, y aunque ya no tengo “empresa” continuare asistiendo a ellas. Empiezo mañana. Ayer, discutía en el café de media tarde si la Navidad ha dejado de ser una fiesta religiosa, y se ha convertido en un espectáculo consumista, con unas dosis de humanitarismo de baja calidad que es muy del agrado de nuestra sociedad.
Pero, esta mañana me he levantado con la impresión que el debate de ayer escondía otro mucho más profundo, que es el debate sobre la clase de felicidad que se busca. Ahora, hoy en día, da la impresión que se persigue la felicidad como si fuera un revulsivo que actúa sobre nuestro ánimo y nos da una “sensación de bienestar”. Esta claro, que esa persecución suele terminar con un fracaso o con una sensación agradable que nos resulta pasajera, que nos distraerá por unos pocos días de ese vacío que nos tortura cuando nos damos cuenta que nos falta algo esencial para vivir.
No puede haber felicidad si no sabemos ni aceptamos plenamente lo que somos; y lo que somos incluye una dimensión trascendente o si queremos la podemos llamar también una dimensión religiosa, que no podemos sacar de nosotros sin un grave deterioro de nuestra naturaleza. El hombre actual, al expulsarla de su vida, se convierte como el manco aquel, que en los días que se espera tormenta siente un dolor en el brazo que le ha sido amputado, el hombre de nuestros días siente en las fechas navideñas esa amputación que se ha infligido como un desasosiego que trata de combatir mediante fiestas y unas euforias pasajeras. Una vez extinguidos sus efectos, vuelve a sentir el dolor de la amputación, y otra vez vuelve a ensordecerlo con esos calmantes que, como la morfina, a la vez que lo alivian lo esclavizan y embrutecen.
Algunas veces, durante esos momentos de euforia, surge el recuerdo de una nostalgia, que confunde con una imagen más o menos perfecta de su infancia y que, al final, no es sino la añoranza de aquel estado en que aún no había renunciado a su necesidad de trascendencia y espiritualidad.
Cuando, ayer, debatíamos sobre si la Navidad ha perdido su aspecto religioso, en realidad, lo que debatíamos era de esa infelicidad que el hombre actual vive como una amputación y trata de paliar mediante pastillas de paracetamol.
Pues la Navidad, antes que nada, es la fiesta a través de la cual el hombre reconoce la presencia de la dimensión trascendente de su propia vida. Para los católicos, cuando Dios nace, algo bueno y nuevo nace dentro de cada persona, en su más ensimismada esencia. Al asumir como propio ese ingrediente divino, nos sentimos más completos y conformes con nosotros mismos; y de esa conformidad brota, como una fuente, la verdadera felicidad.
Al quitarle a la Navidad esa profunda y primordial significación, la Navidad se convierte en una búsqueda de farmacias donde comprar analgésicos, una búsqueda desesperada en búsqueda de una quimera. En cierto modo, somos como ese pato que una vez descabezado es capaz de correr poseído por una locura, mientras se desangra, y, aunque no lo sepa, es tan sólo un muerto que camina, pues le falta el manantial del que manaba su felicidad.

Feliz Día. 

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