"Una cosa muerta puede ir con la corriente,
pero sólo un ser vivo puede ir en su contra." (G. K. Chesterton).
Buenos
Días: Empezamos este lunes con la salida del sol a las 08:08 horas y que llegará
casi a su fin a las 17:39 horas cuando el sol nos abandone, en un día en que meteorológicamente
va a ser bueno y en el que podremos celebrar la festividad de san Julian.
Esta
semana empiezo con la costumbre de las cenas o comidas de empresa, y aunque ya
no tengo “empresa” continuare asistiendo a ellas. Empiezo mañana. Ayer, discutía
en el café de media tarde si la Navidad ha dejado de ser una fiesta religiosa,
y se ha convertido en un espectáculo consumista, con unas dosis de
humanitarismo de baja calidad que es muy del agrado de nuestra sociedad.
Pero,
esta mañana me he levantado con la impresión que el debate de ayer escondía otro
mucho más profundo, que es el debate sobre la clase de felicidad que se busca. Ahora,
hoy en día, da la impresión que se persigue la felicidad como si fuera un revulsivo
que actúa sobre nuestro ánimo y nos da una “sensación de bienestar”. Esta
claro, que esa persecución suele terminar con un fracaso o con una sensación agradable
que nos resulta pasajera, que nos distraerá por unos pocos días de ese vacío
que nos tortura cuando nos damos cuenta que nos falta algo esencial para vivir.
No
puede haber felicidad si no sabemos ni aceptamos plenamente lo que somos; y lo
que somos incluye una dimensión trascendente o si queremos la podemos llamar también
una dimensión religiosa, que no podemos sacar de nosotros sin un grave deterioro
de nuestra naturaleza. El hombre actual, al expulsarla de su vida, se convierte
como el manco aquel, que en los días que se espera tormenta siente un dolor en
el brazo que le ha sido amputado, el hombre de nuestros días siente en las
fechas navideñas esa amputación que se ha infligido como un desasosiego que
trata de combatir mediante fiestas y unas euforias pasajeras. Una vez
extinguidos sus efectos, vuelve a sentir el dolor de la amputación, y otra vez
vuelve a ensordecerlo con esos calmantes que, como la morfina, a la vez que lo
alivian lo esclavizan y embrutecen.
Algunas
veces, durante esos momentos de euforia, surge el recuerdo de una nostalgia,
que confunde con una imagen más o menos perfecta de su infancia y que, al
final, no es sino la añoranza de aquel estado en que aún no había renunciado a
su necesidad de trascendencia y espiritualidad.
Cuando,
ayer, debatíamos sobre si la Navidad ha perdido su aspecto religioso, en
realidad, lo que debatíamos era de esa infelicidad que el hombre actual vive como
una amputación y trata de paliar mediante pastillas de paracetamol.
Pues
la Navidad, antes que nada, es la fiesta a través de la cual el hombre reconoce
la presencia de la dimensión trascendente de su propia vida. Para los católicos,
cuando Dios nace, algo bueno y nuevo nace dentro de cada persona, en su más ensimismada
esencia. Al asumir como propio ese ingrediente divino, nos sentimos más completos
y conformes con nosotros mismos; y de esa conformidad brota, como una fuente, la
verdadera felicidad.
Al
quitarle a la Navidad esa profunda y primordial significación, la Navidad se
convierte en una búsqueda de farmacias donde comprar analgésicos, una búsqueda
desesperada en búsqueda de una quimera. En cierto modo, somos como ese pato que
una vez descabezado es capaz de correr poseído por una locura, mientras se
desangra, y, aunque no lo sepa, es tan sólo un muerto que camina, pues le falta
el manantial del que manaba su felicidad.
Feliz
Día.
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