“Tener derecho a hacer algo no es para nada igual a
tener razón al hacerlo”. (G. K. Chesterton).
Vuelve a hacer frío, ahora en mi balcón 5,5 grados,
y espero, que igual que ayer el sol solucione un poco esta sensación de que no me
encuentro en Pego, aunque me tendré que esperar hasta las 08:19 horas para que
el sol empiece a calentar hasta las 18:00 horas.
Después de haber escuchado, hace un momento, un comentario
sobre la inmigración creo que tengo que volver a dar mi opinión sobre el tema
pues veo que hay dos posturas ampliamente extendidas sobre la cuestión de los
inmigrantes.
Hay una postura que me atrevería a definir como
racista y otra más integradora que se podría calificar como de bienhechora. La
primera postura ve el fenómeno de la inmigración como algo que produce
inseguridad y que va en contra de los intereses nacionales y que me parece que
es egoísta, pues no tiene en cuenta la dignidad de la persona que se encuentra
en una situación de especial indefensión. La postura más integradora, que por
cierto esta muy extendida entre los que no les afecta el problema de cerca, o
bien por personas de buena voluntad que pecan de un poco de ingenuidad, y que
esta dominada por un relativismo cultural que les impide ver, por ejemplo, el
problema de la inmigración irregular y desordenada.
Me gustaría que viésemos también en la inmigración un
intercambio cultural que siempre será una fuente de riqueza y un encuentro
entre diferentes culturas como ha sucedido siempre en la historia. Pero, para que esto efectivamente suceda así y no se desarrolle de un modo contraproducente y
acabe convirtiéndose en un choque de civilizaciones es necesario ser consciente
de nuestra propia identidad.
Una identidad que no debe ser entendida como
exclusivista. Lo que nos sucede a la mayoría de nosotros es que hemos
renunciado a nuestra tradición y eso nos hace muy difícil poder mostrar nuestra
hipótesis cultural al que viene de otro sitio. Al final se impone la mentalidad
de que todas las culturas son iguales. Por lo que no puedo aprender que de
bueno y bello tiene que ofrecerme el extranjero y que de bueno y bello tengo
que ofrecerle yo. Este es el problema.
Entonces ¿Cuál es el camino para una integración
verdadera? El camino adecuado y posible es nuestro testimonio. Nuestra identidad,
expresada en el testimonio, es precisamente la que hace posible el encuentro
con el inmigrante.
Muchos de los brotes racistas, a mi juicio, tienen
su origen paradójicamente en una falta de identidad. El relativismo cultural
lleva a una indiferencia que es fuente de violencia.
La inmigración ilegal es un problema que a corto
plazo es posible que no tenga solución si va aumentando de forma desmesurada
pero a largo plazo pasa por solucionar los problemas de los países de origen,
pero esto también presenta un dilema y es que la ayuda a estos países puede ser
dinero tirado a la basura en algunos casos debido a la inestabilidad política,
guerras e incluso altos grados de corrupción en sus gobiernos.
Lo que me lleva a la conclusión que aunque también
se pueda colaborar con ellos si sus gobiernos ofrecen un mínimo de garantías la
mejor opción es potenciar el trabajo de las ONGs que es un ejemplo de subsidiariedad.
Por dos razones, porque seguramente sea un dinero mejor invertido y porque de
lo que se trata no es simplemente de poner un dinero y problema solucionado
sino que es necesario favorecer el desarrollo de la persona. El dinero no vale
para nada si no hay una persona receptora detrás que quiere construir por eso
es importante el acompañamiento.
Tenemos que responder a estas preguntas; ¿Tenemos
un lugar que ofrecer al que viene de fuera sin riesgo de perder nuestra propia
identidad? ¿Podemos ver y valorar a esa persona por su dignidad sin miedo a confrontarnos
culturalmente con él?
Feliz y Dulce Día.
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