lunes, 21 de enero de 2019

Lunes 21 de enero de 2019.

“Tener derecho a hacer algo no es para nada igual a tener razón al hacerlo”. (G. K. Chesterton).

Se presenta un día frío, al menos eso es lo que me esta diciendo mi termómetro, que con 8,3 grados no me augura un buen día, vamos a ver si a las 08:15 horas cuando el sol empiece a calentar la situación va mejorando y podemos decir a las 18:09 horas, cuando el sol nos abandone, que hemos tenido un buen día.
He visto muchas noticias sobre la comercialización de la naranja y los grandes problemas que tiene su cultivo, malos augurios que por cierto se vienen repitiendo desde hace décadas, sin que hasta el día de hoy se hayan encontrado soluciones reales al problema.
Al no ser agricultor, no puedo ver el problema en toda su magnitud pero  que puedo entrever dónde puede estar el problema, que no la solución.
Si el problema de nuestra naranja es un problema económico, si conseguimos mejorar la economía en general también mejoraremos la comercialización de la naranja. ¿Qué tipo de economía deberíamos de buscar para nuestra naranja? No debería de ser un sistema diferente al resto de actividades económicas, por supuesto una forma de comercio donde se respetara a las personas. Una economía donde se pagarán realmente todos los costes de producción, con unos salarios dignos y que no existiese ningún tipo de explotación ni infantil ni de la mujer.
También se tendrían que añadir unas relaciones a largo plazo entre los productores, los distribuidores y los consumidores, no se trataría por lo tanto de comprar y vender al mejor postor, sino de crear realmente unas fuertes relaciones de cooperación.
Todo lo anterior está muy bien, pero si realmente pensamos que ese es un buen camino lo debemos de aplicar a toda nuestra economía doméstica. Pues como consumidores somos responsables de las relaciones comerciales que se desarrollan a nuestro alrededor. Como compradores que somos de toda clase de productos tenemos que ser conscientes y exigir que nos demuestren que no hay explotación laboral detrás de un producto, que no hay unos salarios tan míseros que no cubran los costes de producción.
Por eso cuando veamos un precio muy barato no deberíamos decir “uy qué bien” y no cuestionarnos cómo lo han logrado, porque está claro que alguien de la cadena no ha recibido lo que debería. Y a la vez sabemos que hay alguien que siempre gana. Leamos el etiquetado y exijamos que nos demuestren cómo se ha hecho ese producto, dónde y en qué condiciones.
Tenemos que ser conscientes que como consumidores tenemos muchísima fuerza y que las grandes empresas van hacer lo que les exijamos. Está claro que una empresa quiere maximizar lo beneficios pero si les exigimos, por ejemplo, que un producto sea valenciano, se pondrán las pilas y al final producirán y venderán nuestros productos. Como consumidores estamos diciendo sí o no a un sistema económico.
Cuando tomamos un zumo de naranja por la mañana, si sabemos que hemos pagado un precio justo por él estamos diciendo sí a una economía justa, estamos diciendo que queremos unas naranjas que las han producido unas personas que quieren a su tierra y que las han producido de manera digna.
Pero si queremos que esto funcione no nos tenemos que quedar con la naranja, tenemos que aplicar el mismo rigor en todo lo que compremos, en todo lo que consumamos, desde lo más insignificante. Tenemos que empezar a consumir pensando en que tipo de economía queremos tener.  
Aunque podamos pensar que todo lo anterior nada tiene que ver con nuestro problema con la naranja no es así, si conseguimos cambiar nuestra mentalidad de compradores las empresas comercializadoras no tendrán más remedio que cambiar también. Nuestro criterio de compra o de venta debe de ir más allá del precio e incorporar la preocupación sobre cuales son las condiciones laborales, sociales y éticas que tiene la empresa con la que nos relacionamos.

Feliz y Dulce Día.

No hay comentarios: