“Tener derecho a hacer algo no es para nada igual a
tener razón al hacerlo”. (G. K. Chesterton).
Se presenta un día frío, al menos eso es lo que me
esta diciendo mi termómetro, que con 8,3 grados no me augura un buen día, vamos
a ver si a las 08:15 horas cuando el sol empiece a calentar la situación va
mejorando y podemos decir a las 18:09 horas, cuando el sol nos abandone, que
hemos tenido un buen día.
He visto muchas noticias sobre la comercialización
de la naranja y los grandes problemas que tiene su cultivo, malos augurios que
por cierto se vienen repitiendo desde hace décadas, sin que hasta el día de hoy
se hayan encontrado soluciones reales al problema.
Al no ser agricultor, no puedo ver el problema en
toda su magnitud pero sí que puedo entrever dónde puede estar el problema, que no la solución.
Si el problema de nuestra naranja es un problema económico,
si conseguimos mejorar la economía en general también mejoraremos la
comercialización de la naranja. ¿Qué tipo de economía deberíamos de buscar para
nuestra naranja? No debería de ser un sistema diferente al resto de actividades
económicas, por supuesto una forma de comercio donde se respetara a las personas.
Una economía donde se pagarán realmente todos los costes de producción, con
unos salarios dignos y que no existiese ningún tipo de explotación ni infantil
ni de la mujer.
También se tendrían que añadir unas relaciones a
largo plazo entre los productores, los distribuidores y los consumidores, no se
trataría por lo tanto de comprar y vender al mejor postor, sino de crear
realmente unas fuertes relaciones de cooperación.
Todo lo anterior está muy bien, pero si realmente pensamos que ese es un buen camino lo debemos de aplicar a toda nuestra economía doméstica. Pues como consumidores somos responsables de las relaciones
comerciales que se desarrollan a nuestro alrededor. Como compradores que somos
de toda clase de productos tenemos que ser conscientes y exigir que nos
demuestren que no hay explotación laboral detrás de un producto, que no hay
unos salarios tan míseros que no cubran los costes de producción.
Por eso cuando veamos un precio muy barato no deberíamos
decir “uy qué bien” y no cuestionarnos cómo lo han logrado, porque está claro
que alguien de la cadena no ha recibido lo que debería. Y a la vez sabemos que
hay alguien que siempre gana. Leamos el etiquetado y exijamos que nos
demuestren cómo se ha hecho ese producto, dónde y en qué condiciones.
Tenemos que ser conscientes que como consumidores
tenemos muchísima fuerza y que las grandes empresas van hacer lo que les
exijamos. Está claro que una empresa quiere maximizar lo beneficios pero si les
exigimos, por ejemplo, que un producto sea valenciano, se pondrán las pilas y
al final producirán y venderán nuestros productos. Como consumidores estamos
diciendo sí o no a un sistema económico.
Cuando tomamos un zumo de naranja por la mañana, si
sabemos que hemos pagado un precio justo por él estamos diciendo sí a una
economía justa, estamos diciendo que queremos unas naranjas que las han
producido unas personas que quieren a su tierra y que las han producido de
manera digna.
Pero si queremos que esto funcione no nos tenemos
que quedar con la naranja, tenemos que aplicar el mismo rigor en todo lo que
compremos, en todo lo que consumamos, desde lo más insignificante. Tenemos que
empezar a consumir pensando en que tipo de economía queremos tener.
Aunque podamos pensar que todo lo anterior nada
tiene que ver con nuestro problema con la naranja no es así, si conseguimos cambiar
nuestra mentalidad de compradores las empresas comercializadoras no tendrán más
remedio que cambiar también. Nuestro criterio de compra o de venta debe de ir
más allá del precio e incorporar la preocupación sobre cuales son las
condiciones laborales, sociales y éticas que tiene la empresa con la que nos
relacionamos.
Feliz y Dulce Día.
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