“Tener derecho a hacer algo no es para nada igual a
tener razón al hacerlo”. (G. K. Chesterton).
Por fin un domingo por la mañana relajado y sin los
agobios de querer hacer lo que no hemos podido hacer durante la semana, una
mañana para descansar. Una mañana en la que el sol ha salido y que se esconderá
a media tarde y donde la temperatura en mi balcón no me preocupa, un domingo
como debe ser.
Un buen día para ver como esta el tema de Venezuela,
y la verdad no lo veo bien, cuando un gobierno oprime y martiriza a las
personas a las que debería de servir y proteger, no es una buena señal. La “cosa”
funcional mal cuando un gobierno ya no busca el bien común sino que busca los
intereses de unos pocos que pretenden mantenerse en el poder a toda costa, y
que lo pretenden, persiguiendo, encarcelando, amenazando o asesinando a cualquiera
que suponga una amenaza para ellos.
Otro día terminaría rápidamente dándole a Maduro
todas las culpas de lo que esta sucediendo en Venezuela y zanjaría el “tema”, con
repetir todo lo que se esta diciendo sobre Maduro ya me quedaría contento, pero
hoy es domingo y tengo tiempo.
Si, “rascamos” un poco en lo que esta sucediendo en
Venezuela podría culpar al Comunismo, y si miro un poco más lo podría concretar
en el Comunismo Marxista. Todos los que saben lo que es el Marxismo, saben que
es una ideología muy tentadora y atractiva, lo es porque nos presenta un estado
de bienestar utópico que es alcanzable con sólo aplicar una pequeña dosis de
violencia revolucionaria. La sociedad comunista sería una sociedad sin pobres
ni ricos, sin explotados ni explotadores, una sociedad justa, sin desigualdades
económicas, una sociedad donde los poderosos serán apartados para que los débiles
y explotados, el proletariado, pueda imponer su ley y su orden.
El problema surge cuando una vez tomado el poder,
ya sea por una revolución violenta o por unas elecciones democráticas, se
instaura la dictadura del proletariado y el control que esta ejerce sobre todo
el estado, y generalmente lo hace convirtiendo a sus lideres en “dioses”, en
sumos pontífices de la revolución, en verdaderos iconos de esa nueva sociedad para
los que se creen necesarios para que pueda subsistir.
Lo hemos visto con el Che Guevara, con Mao, con
Lenin, con Stalin, con Fidel Castro, con Ortega, con el Subcomandante Marcos, y
con un largo etcétera de nuevos mesías y redentores de la humanidad a los que
sus fieles deben rendir culto sin pestañear. El Comunismo propone una especie
de reino de un dios, pero sin Dios.
Otra característica es que tiene una visión de la sociedad
y de la historia que recuerda mucho a los viejos herejes maniqueos: hay buenos
y malos. Y los buenos deben acabar con los malos, obviamente. Es un
planteamiento tan simplista, tan demagógico y populista como atractivamente
falso.
Para los marxistas, que son evidentemente materialistas
todo se reduce a un conflicto entre ricos y pobres (o empobrecidos). Y la solución
es que los pobres acaben con los ricos, les quiten sus riquezas y se las
repartan entre ellos. Claro que ese reparto nunca llega. Pero a la gente que
vive desesperada por el desempleo, oprimida por las injusticias sociales y agobiada
por la imposibilidad de dar de comer a sus familias, les ofrece esperanza: que
no es poco, aunque se trate de una falsa esperanza y al final sea peor el remedio
que la enfermedad.
Quienes no tienen nada que perder, porque ya lo han
perdido todo, buscan en estas ideologías una solución a sus problemas y una esperanza
de futuro: pero una esperanza que nunca llega. Por eso, los comunistas se aprovechan
de las situaciones de crisis económicas como las que hemos sufrido en Europa en
los últimos años. Así nació Podemos en España, que no es sino un partido marxista
leninista de libro, o Syriza en Grecia. Y de ese humus nacieron igualmente los
brotes venenosos de la extrema derecha filofascista o filonazi en países como
Alemania o Austria. En realidad el veneno mortal se destila de la misma forma
en el comunismo y en el fascismo.
Y a los venezolanos, cubanos, nicaragüenses, chinos
o norcoreanos, ¿qué les queda? Resistir. Es legítimo resistir a la autoridad en
caso de que ésta viole grave y repetidamente los principios del derecho natural
de las personas. Ya se que tal vez mis propuestas parezcan poco útiles y en
absoluto prácticas. ¿Estoy llamando a la resignación? No. Estoy hablando de resistencia,
de combate, de la defensa de la Verdad, de lucha contra la corrupción, teniendo
siempre en cuenta que la resistencia a la opresión de quienes gobiernan no
podrá recurrir legítimamente a las armas, la gravedad de los peligros que el
recurso a la violencia comporta hoy evidencia que es siempre preferible el camino
de la resistencia pasiva, más conforme con los principios morales y no menos
prometedores del éxito.
Como yo no soy nadie, muchos pensarán que lo que
escribo “no sirve para nada”. Pero no estéis tan seguros. Los que nada somos,
somos mucho
Feliz y Dulce Domingo.
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