“Tener derecho a hacer algo no es para nada igual a
tener razón al hacerlo”. (G. K. Chesterton).
Todo nos parece indicar que hoy, que se celebra a San
Mauro vamos a disfrutar de un buen día, al menos desde que nos salga el sol a
las 08:18 horas hasta las 18:03 horas que es cuando nos abandonara, ya que la
temperatura en mi balcón apenas esta por debajo de los 10 grados, 9,8 grados.
Me parece que ayer no se entendió muy bien el
concepto de libertad al que me refería, siempre que utilizo la palabra libertad
se suele crear algún tipo de controversia, pues no todos la entendemos de la
misma manera.
Sucede que en la actualidad la libertad se entiende sólo como la ausencia
de algo, como ausencia de limitaciones, se entiende cómo un concepto negativo. O
sea, es entender que la libertad es hacer lo que uno desea y si algo me impide
hacer lo que yo quiero, o sea si hay un límite, entonces ya no soy libre.
Pero la libertad bien entendida no es la ausencia
de límites, no se debe entender como un concepto negativo, voy a intentar dar
un ejemplo; la oscuridad es un concepto negativo puesto lo que viene y se va es
la luz y, donde no hay luz, queda la oscuridad, que no es nada en sí misma,
sino que le ponemos un nombre para referirnos a la ausencia de luz. La
oscuridad es por lo tanto un concepto negativo puesto que se trata de la ausencia,
de la negación, de algo, en este caso de la luz.
Si entendemos la libertad como la ausencia de
límites estamos teniendo una visión equivocada. Si eso fuera la libertad, ésta
sería imposible, pues vivir en comunidad implica límites: debo pararme en un
semáforo en rojo aunque no lo quiera, porque si no hubiera semáforos sería un
caos. ¿Es que el semáforo me quita libertad? Si fuera así, todo sería un
límite, todo me quitaría libertad. La existencia misma de otra persona sería un
mal para mí, porque su libertad chocaría con la mía. Y eso es lo que tantas
veces se repite en el mantra moderno: libertad es hacer lo que quieras, pero
sin atentar la libertad del otro. Es decir, la libertad es negativa, es ese
resquicio para respirar ahí donde no molestas a nadie ni nadie te molesta.
Y las consecuencias políticas de entender así la
libertad, son nefastas, también. Si eso es la libertad, entonces es imposible
un bien común: toda comunidad política será un mal necesario para evitar
mayores males, pero mal en sí, porque con el otro no tengo nada en común: sólo
tolero juntarme con otras personas en una ciudad porque, aunque es un mal, me sirve
para evitar mayores males o conseguir bienes finales. Ya saben: el fin
justifica los medios.
Y no sólo eso: si la libertad es ausencia de
límites, quitemos los límites y seremos libres, ¿no? Por eso esta concepción de
libertad vive de la ley positiva, que pone y quita límites, pero no de la
realidad, de la ley natural. Y la liberación se entiende así, como
autodeterminación, como eliminación de todo límite, ya no sólo externo, sino
incluso personal: mi cuerpo, mi biología, no me determinan: yo soy lo que
quiero, sin límites. ¿Quiero ser un gato y que el Estado me lo reconozca?
Hecho. ¿Quiero matarme? Hecho. ¿Mi hijo me estorba y lo quiero matar? Hecho.
«Mi cuerpo, mi decisión». Sin límites.
Y es, cuando el político queda, entonces, reducido
a un malabarista que busca equilibrar las libertades individuales de cada
quien, sin afectar demasiado a la mayoría, pero dependiente de ella que le
puede quitar el poder. ¡Qué tensión! Así no merece la pena ser político.
En cambio, si entendemos la libertad en su sentido
real, esto es, si entendemos que la libertad es el ejercicio de buscar la verdad para la realización del bien, que tiene un contenido real y objetivo, el asunto
se vuelve completamente diferente. La libertad es la capacidad de hacer el
bien, no de hacer lo que yo quiera, porque ahí cabe también el mal, y hacer el
mal no es libertad sino signo de libre albedrío, como la enfermedad no es vida
sino signo de que hay vida.
Voy a poner un ejemplo que se usa mucho para
explicar este concepto; alimentarme no es la capacidad de ingerir alimentos o
venenos, la libertad no es la capacidad de hacer el bien o el mal, de ser libre
o esclavo. Sí, como tengo la capacidad de alimentarme, también puedo ingerir venenos,
pero eso no es alimentarme. Y sí, como tengo libertad puedo hacer el mal, pero
eso no es libertad.
Si entendemos que existe realmente una verdad
objetiva, que se llama ley natural, y que la libertad consiste en la capacidad
de elegir cómo hacer el bien, no hay posible «choque» de libertades, como
veíamos antes, pues en la medida que yo hago el bien y el otro hace el bien, no
hay conflicto posible. Entonces, si un gobernante entiende así la libertad, su
forma de acercarse cada día al trabajo se vuelve completamente diferente:
Dejará de ser un malabarista con su puesto siempre en riesgo y buscará el bien
común, es decir, el bien de la naturaleza humana que, como es común a todos los
hombres, es bien común.
No es complicado de entender, lo complicado es
llevar este concepto de libertad a nuestras vidas y ponerlo en práctica.
Feliz y Dulce Día.
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