“Tener
derecho a hacer algo no es para nada igual a tener razón al hacerlo”. (G.
K. Chesterton).
Ayer por la tarde, me tomaba un café con amigos
mucho más jóvenes y sentí que mi forma de sacar conclusiones variaba, y no era
por la diferencia de años, si no por cómo procesamos los conocimientos que
todos los días vamos adquiriendo. Antes de continuar os tengo que decir que el
sol ha salido a las 08:20 horas y estará con nosotros hasta las 17:51, y que,
la temperatura en mi balcón vuelve a estar por debajo de los 10 grados, para
ser exactos 8,8 grados, o sea frío.
Ahora, reflexionado, me estoy dando cuenta que tal
vez lo que nos sucede es que la idea de la experiencia es diferente. Para poder
tener experiencia, por ejemplo, de nuestra realidad hace falta un tiempo, un
espacio y razonar bien las cosas. Estoy seguro que no existen diferencias entre cómo juzgamos las cosas, pero lo que cambia es el tiempo y el espacio que
utilizamos para aplicar la experiencia que vamos adquiriendo.
Hoy, todo se hace tan rápido que el tiempo de la
experiencia se ha reducido casi a la nada. Hace unos años, cuando me interesaba
un tema, el camino que utilizaba era muy sencillo, buscaba donde estaba la
información y la iba consiguiendo, pero tardaba un tiempo, unas semanas, necesitaba
desplazarme a la biblioteca, a las librerías, tenia que buscar. Ahora se hace
igual, pero se tarda solo unos minutos. El tiempo que yo utilizaba entre información
e información era tal que me daba tiempo a reflexionar, a sacar conclusiones y mi
grado de experiencia en ese tema aumentaba. Ahora, ese espacio se ha reducido
casi a cero.
Y aquí es donde yo encuentro las diferencias, pues
esa progresiva reducción a cero del tiempo y del espacio reduce la posibilidad
de hacer experiencia de la realidad o, mejor dicho, cambia la manera en que uno
experimenta la realidad. La adquisición de conocimientos están tan rápida que
las conclusiones a las que se llega no se hacen propias, no tienen tiempo para
asentarse.
Me di cuenta ayer que mis amigos más jóvenes saben
más que yo pero creo que comprenden menos, porque lo que saben no lo han
aprendido de la misma manera, no han dedicado tiempo. Y aquí puede existir un
problema, por ejemplo en la educación, que consiste en la transmisión de
conocimientos y valores de una generación a otra, y ahora el alumno sabe casi más
que el maestro y por lo tanto no acepta del todo sus enseñanzas.
Aunque el verdadero problema no esta precisamente
ahí, el peligro lo encuentro cuando hay cuestiones para las cuales es necesario
un tiempo de reflexión, y que no se abordan porque no se esta acostumbrado. Cuando
un joven se plantea saber por qué esta en el mundo, por entender para qué puede
servir su vida en la sociedad no encuentra respuestas porque no sabe, no tiene
la calma ni la paciencia para buscar. Esta es la cuestión: la necesidad de
saber para que sirve todo el conocimiento y el saber que se adquiere.
Y, muchas veces las respuestas que se encuentran no
son las más adecuadas, pues llegar a la conclusión de que al final no sirve
para nada es una mala respuesta.
Feliz y Dulce Día.
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