martes, 29 de enero de 2019

Martes 29 de enero de 2019.

“Tener derecho a hacer algo no es para nada igual a tener razón al hacerlo”. (G. K. Chesterton).

Hoy el sol saldrá a las 08:09 horas y nos hará compañía hasta las 18:18 horas, además la temperatura en esta hora es de 12,5 grados, por lo tanto nos espera un buen día de invierno, como debe ser.
Ayer estuve en el hospital para dar por terminado, espero, todo el problema de mi ojo derecho, y mientras esperaba que apareciera en la pantalla mi turno, pensaba en lo importante que es cuidar nuestro cuerpo. Y, me daba cuenta que uno no tiene cuerpo, sino que es cuerpo, por lo que cuidarlo implica cuidar una parte importante de la persona.
Lo interesante es que uno no es sólo su cuerpo, por lo que poner un énfasis desproporcionado sobre él puede hacer que se descuiden otras dimensiones, acaso más importantes. Nuestro cuerpo no es un adorno, ni algo meramente accesorio, y por eso es bueno dedicarse a él. Pero el ser humano no es sólo su cuerpo, sino que es una unidad de cuerpo y alma, y por eso, además de lo físico, es portador de una insondable riqueza interior.
Y es precisamente nuestra interioridad lo que hace que podamos trascender los límites a los que estaríamos confinados si fuéramos sólo un cuerpo. Por eso puedo imaginar —y así conocer— lugares donde nunca he estado. Por eso una palabra puede herirme más que un puño o una patada. Por eso uno puede estar encerrado, y aún así, seguir siendo libre.
Ya se que tener un mejor cuerpo no me hace ser mejor persona. De hecho, uno puede tener un físico envidiable y seguir siendo un cretino. Ciertamente, lo físico puede ayudar a mejorar nuestra autoestima o la seguridad en nosotros mismos, pero sería un error poner en el cuerpo todo nuestro esfuerzo para pretender ser mejor.
Uno puede dedicar varias horas a la semana a cuidar su cuerpo; salir a correr, gimnasio, crossfit, piscina, baile, etc. Pero uno puede preguntarse también cuánto tiempo dedica a la lectura, a conversar sobre temas de profundidad, a superar sus egoísmos o miedos, a hacer o contemplar arte, a estar con su familia, a emprender actividades que lo hagan salir de sí mismo y entregarse a otros, o a meditar acerca del sentido de la propia vida. Si al final uno no es mucho más que las fotos en la playa que sube a las redes sociales, uno termina siendo muy poco.
Ya sea que lo queramos aceptar o no, el cuerpo tiene fecha de caducidad. Y nuestro cuerpo no es el mismo a los 15 que a los 25 o a los 40 o a los 62 años. Si basamos una relación en el atractivo que despierta nuestro cuerpo, la relación durará lo que dure el cuerpo; y mientras dure, siempre estará latente la amenaza de que al otro se le ponga por delante un cuerpo mejor.
Una relación duradera, en cambio, se centra en el valor integral de la persona, y no sólo en su cuerpo. Ciertamente, el cuerpo ocupa un lugar importante, pero no el lugar central. Puesto que, tarde o temprano, el atractivo del cuerpo decae, ya sea por algún accidente, por alguna enfermedad, o por el simple paso del tiempo. Una relación que valore a toda la persona —y no sólo su cuerpo— va más allá de los límites de lo físico, y se basa en valores más profundos; esos que no sólo no decrecen, sino que se enriquecen con el paso del tiempo.
Frente a esto, nos podemos preguntar qué dimensiones de nuestra persona “ejercitamos” con el fin de ser mejores para nosotros mismos, y para encarar nuestras relaciones con los demás.

Feliz y Dulce Día.

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