“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien).
Se nos presenta un día
espectacular, por lo menos por lo que puedo adivinar en estos momentos, aunque
tengo que decir que la temperatura es un poco más baja que la de ayer, 12,3
grados y el sol estará con nosotros desde las 07:31 horas hasta las 17:58
horas, el tiempo suficiente para poder disfrutar de un agradable sábado.
Hace algunas semanas comentaba
que la civilización y el avance tecnológico son conceptos que nada tienen que
ver entre sí; y que muchas veces, incluso, pueden ser contrarios, si el
progreso material no se supedita a las necesidades de orden moral y espiritual que
forman y sostienen una civilización.
Si sucede lo contrario, si el
progreso se antepone a las necesidades morales y espirituales, consiguiendo arrinconarlas,
o manteniéndolas escondidas, la decadencia de esa civilización ya ha comenzado.
Es curioso que los hombres ignoren este hecho siglo tras siglo pensando que la
civilización que los abriga está inmunizada contra el mal que a otras anteriores
las corrompió, hasta aniquilarlas.
Casi todas las civilizaciones
que han sucumbido lo han hecho en un momento que, aparentemente, era el de su
mayor esplendor, un esplendor con pies de barro, sostenido sobre un progreso
puramente material, pero muy seductor y aparente, tan seductor y aparente que
provoca engreimiento en quien lo padece.
La base de toda sociedad debe
ser ciertamente moral y sus raíces deben hundirse en una ética fuerte que las
alimente, sino, le sucede como a una planta que se la arranca del suelo del que
se alimentaba. Las civilizaciones siempre se marchitan y pudren cuando son
arrancadas de la fuente de su alegría y vigor, que en último extremo es espiritual;
pero, absurdamente, se piensa que se podrá suplir esa fuente de alegría y vigor
mediante otros ídolos como el dinero. Pero el dinero es un alimento que no nos
nutre, es un placebo que, tarde o temprano, revela su inoperancia ante las
necesidades más sinceras y duraderas de la persona, que son de índole espiritual.
Entonces, lo que nos sucede es
que “disparamos por elevación” y buscamos otro placebo más “intenso” y “estimulante”
(más destructivo, en realidad). Como el drogadicto que hastiado de los paraísos
artificiales de la marihuana buscará los paraísos artificiales de la heroína.
La decadencia siempre surge
del cansancio provocado por un progreso material libre de exigencias morales.
Ha ocurrido en todos los desastres de la Historia; está ocurriendo también en
este, aunque nos neguemos a aceptarlo.
Feliz y Dulce Día.
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