“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la
democracia para hacer una revolución.” (G. K.
Chesterton)
Me he levantado y me
encontrado con que esta haciendo frío, ya se que no estamos por debajo de los
10 grados, pero estoy helado, miro el termómetro y veo que me indica una
temperatura de 11,4, así que voy a ver si a las 07:55 horas cuando salga el
sol, nos calienta el día al menos hasta las 17:41, ya veremos.
Ayer sábado ya comente algo
sobre las minorías, pues hace tiempo que vengo observando un extraño fenómeno: la
opresión de las mayorías por las minorías. Normalmente a lo largo de historia
lo frecuente ha sido lo contrario: las mayorías dominantes, instaladas en el
ejercicio del poder, han oprimido muchas veces a minorías «disidentes», a las
que hemos visto casi siempre con compasión y simpatía.
Pero, la novedad de este
siglo, y muy particularmente de los últimos decenios, es el enorme desarrollo
de «organizaciones» de todo tipo, apoyadas por el increíble poder de los medios
de comunicación. Se produce una magnificación de intereses, actitudes,
propósitos de grupos muy reducidos, en ocasiones minúsculos, de los que se
habla todo el tiempo, que están presentes ante todos los ojos y los oídos, que
ocupan una parte desmesurada del horizonte público.
Sería interesante hacer un
recuento de lo que realmente significan, y de su comparación con el volumen real
de las mayorías casi silenciosas.
Voy a aclarar algunas cosas, los
derechos de las minorías a expresarse y hacer valer sus puntos de vista me
parecen esenciales. Lo que me parece indeseable es que ejerzan opresión, porque
toda opresión me repugna. Y si los más quedan oscurecidos por muy pocos, esto
significa además una suplantación, una desfiguración de lo real, en suma, una falsificación.
La opresión de que hablo se ha
ido «exagerando» últimamente, hasta hacerse evidente. Somos ya muchos los que nos
damos cuenta de que la imagen pública de la realidad no se ajusta a lo que vivimos
y sentimos; no nos reconocemos en el retrato que se nos presenta en muchos
aspectos de la vida política o de los medios de comunicación; empiezo a pensar:
que no somos así.
Llevamos una larga temporada
en que se han expuesto con escarnio, desdén y hostilidad creencias, ideas y
estilos de vida en las que muchos de nosotros y nuestras familias han vivido. Se
ha presentado eso como «antiguallas» en el mejor de los casos, cuando no
«aberraciones». Ha habido -hay todavía- una aceptación pasiva de esa manera de
ver las cosas, hay un temor a afirmar aquello a que en definitiva se adhiere,
que parece estimable y valioso, en suma, verdadero.
Lentamente, nos vamos dando
cuenta de la ignorancia de los que se han encargado de imponer esa distorsión
de lo real. Se advierte que detrás del escarnio verbal hay una enorme dosis de
desconocimiento, y una falta absoluta de justificación.
Yo, de lo que hablo es de «despertar».
Esto quiere decir que hay que enfrentarse con la realidad, dejar atrás ese
duermevela en el que muchos estamos instalados, olvidarnos también de esas
pesadillas que arrastramos durante años, y, recabar el derecho a ser lo que se
es, en un continuo avance siempre cambiante.
Y espero que toda novedad que se nos proponga
o propongamos lo sea con buenas razones, con justificación, no de manera arbitraria
y gratuita. Confío en que los que me sucedan vivan con un horizonte abierto a
la creación, a la originalidad, a la sorpresa que es en lo que consiste el
futuro; cerrado a la suplantación, a toda forma, aunque no sea cruenta, de
«terrorismo», que es siempre degradante y peligroso.
Feliz y Dulce Día.
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