jueves, 22 de noviembre de 2018

Jueves 22 de noviembre de 2018.

“No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la democracia para hacer una revolución.” (G. K. Chesterton)

Vamos a ver como se nos presenta este jueves, de momento las nubes no me han permitido ver el amanecer a las 07:52 horas, y parece que tampoco podré disfrutar del anochecer a las 17:42 horas, y la temperatura en mí balcón esta por debajo de los 13 grados, para ser riguroso en este momento 12,9 grados.
Parece ser que todos los días tengo una idea fija con la salida y la puesta de sol, y esta madrugada lo estado pensando: en mí vida el anochecer y el amanecer es una parte elemental, y es que si lo reflexiono un poco esto quiere decir que divido mi vida en días.
O sea que «empiezo» mí vida cada día, una vez y otra, y «termino», aunque sea temporalmente, cuando llega la hora del sueño. Mí vida se renueva siete veces por semana, treinta cada mes. Trescientas sesenta y cinco al año, esta es la forma en que se proyecta mí vida.
Ésta es la realidad elemental de mí vida, que tiene, por cierto, muy diversos grados de intensidad, y en ello reside lo que va a ser la intensidad real de toda mí vida entera, su grado de realidad. De la expectativa de cada mañana, de esa anticipación imaginativa de la jornada que empieza, de lo que espero de ella, depende lo que va a ser el conjunto.
Y, por supuesto, al anochecer, al dar por terminado el día, al retirarme al sueño o su busca, hago un balance de ese mínimo proyecto cotidiano, hago el recuento. Este recuento que hago cada noche, cuando juzgo lo que ha sido el día que acaba de pasar. ¿Lo hago puntualmente y verazmente? Esta reflexión cotidiana es la más importante, la clave de todas los demás. Temo que la mayoría de la gente apenas piense en ella, que no se la tenga en cuenta. En ella consiste la riqueza de la vida, su calidad, ya que se compone de esas unidades regidas por la noche y el día, por las exigencias de nuestro organismo y no menos por las costumbres de nuestra sociedad.
La vida se interrumpe miles de veces -nos inquieta a veces intentar hacer la cuenta, y por lo general la rehuimos-. Se interrumpe pero se reanuda. La interrupción no rompe la continuidad, como los pasos no estorban a la nuestro caminar. Se podría decir que vivimos por pasos contados.
Todos los días me despierto, me incorporo a la continuación mí vida teniendo en cuenta a que altura de la vida estoy, mí edad, y esto es decisivo. Con toda ella por delante, aunque la muerte me puede sobrevenir en cualquier momento, y lo se, pero cuento con que no será así, con un pasado a la espalda y un porvenir abierto e indefinido, y siempre, sobre todo en esta fase, la expectativa de un horizonte futuro, siempre con un proyecto.
Y me encuentro con la realidad a la que pertenezco, me incorporo a un proyecto que me trasciende y en el que algo tengo que hacer y decir. Ésta es la situación real. Que muchas personas no reparen en ella, que desatiendan su contenido, que prescindan de algunas de sus partes o dimensiones, sólo quiere decir que viven precariamente, que no toman posesión de esa realidad que les es dada con tareas como quehacer.
Y el núcleo fundamental, del que depende todo lo demás, la intensidad y la calidad de vida, es el mínimo proyecto cotidiano, entre el despertar y el balance al volverse hacia el sueño.

Feliz y Dulce Día.

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